Pese a su corta edad, él veía que era una decisión muy clara y sucedió de una forma muy natural. Han pasado 50 años de ordenación y hoy es obispo de Tarija.
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Mercedes Bluske Moscoso y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta/Junio/2017) Su vida transcurría como la de cualquier niño de su edad. Jugar, reír, estudiar y cantar, eran parte de las actividades de su vida cotidiana. Sin embargo, a diferencia de otros niños de su edad, él hacía todo esto en un internado, en el que además aprendía más sobre la iglesia y dedicaba sus minutos al día a la oración.
Su inclinación por una vocación sacerdotal, según explica, nace del profundo ambiente de fe y devoción que se respiraba en su casa. En su familia era de lo más natural que los varones pasaran por el seminario, y las mujeres por el convento.
“Yo entré al seminario a los 9 años. Creo que la vocación de sacerdote era una cosa muy innata en mi vida”, dice de forma natural y espontánea el obispo de Tarija.
Pese a su corta edad, él veía que era una decisión muy clara y sucedió de una forma muy natural.
Por aquel entonces, en su Palencia natal, su hermano mayor se encontraba en un seminario jesuita. Su padre lo visitaba con frecuencia semanal y en una de esas visitas, preguntó a Javier si quería acompañarlo.
“Yo le dije que si”, cuenta Javier, y ahí vio a su hermano y pasaron un día en el seminario. Aunque él no lo sospechaba, aquella inocente visita terminaría cambiando el resto de su vida.
Cuando se disponían a abandonar el lugar y regresar a casa, su padre, Antonio, le preguntó si le había gustado y si le gustaría quedarse. “Yo le dije que si”, dice el obispo Javier, reproduciendo aquella breve y significativa conversación que tuvo con su padre. “Así empezó todo”, agrega, dejando escapar una sonrisa.
Su hermano Antonio, dejó el seminario unos años después, pero Javier siguió. Al poco tiempo, su hermano Rafael, quien también se encontraba haciendo el seminario, le dijo que se cambiara al seminario de los padres diocesanos, donde se encontraba él y todos sus amigos.
Con el mismo desenfado con el que había aceptado la invitación de su padre años antes, Javier se cambió de los jesuitas a los diocesanos. “!Me convenció!”, dice entre risas.
A los15 años empezó a estudiar filosofía y con sólo 23 años, se ordenó sacerdote. Sin embargo, para que pudiese ordenarse, el obispo tuvo que pedir permiso al papa, porque no tenía la edad requerida, puesto que la edad mínima, eran 24 años.
Cuando las personas saben que entró al seminario con sólo 9 años, aún siendo un niño, es muy frecuente que le pregunten si nunca pensó renunciar al sacerdocio, o si nunca pasó por tentaciones. Sin embargo su respuesta es contundente: “Yo estoy convencido que desde pequeño tenía clarísima mi vocación”.
Desde su punto de vista, la tentación está presente para todos, pero hay que saber combatirla. Según cuenta, en su juventud y adultez tuvo que hacer cara a diferentes tipos de tentaciones, pero ninguna fue tan grande como para hacer que dejara su vocación.
“Hay momentos en los que tienes euforia, otros en los que tristeza, pero nunca he dudado de mi vocación y nunca he pensado dejarlo”, dice a modo de conclusión.
Por virtud propia, o por favor de Dios, como dice él, el sacerdote, que desde hace 11 años cumple con el rol de obispo de Tarija, tiene más de 50 años de ordenación sacerdotal, y una vida entera haciendo de su vida un testimonio de fe.
El anillo que lleva en el dedo, al igual que en el matrimonio, es un símbolo de la alianza que él hace con Dios y con su iglesia.