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Mercedes Bluske Moscoso y Jesús Vargas Villena
El español recibe al equipo de Verdad con Tinta en su residencia ubicada en pleno centro de la ciudad, lugar que sirve para diferentes reuniones de la Iglesia.
Javier del Rio se pone cómodo y lejos del traje de obispo se viste con algo más ligero, más de casa, una camisa sencilla y un pantalón deportivo, eso sí, no puede faltar la cruz colgada sobre su pecho.
Detrás de esos lentes se ve una mirada serena de tener el deber cumplido, de rato en rato sale una carcajada que lo muestra en su momento más tranquilo, después de haber estado por once años a la cabeza de la Iglesia tarijeña con altas y bajas, con momentos tensos, pero con episodios que quedarán marcados para siempre en su vida.
Lejos de su familia, pero cercano a otra, la Iglesia, que le dio las satisfacciones más grandes de ver a cientos de jóvenes ingresar a los cursillos y a otros entrar al seminario en una época en que ser religioso no está a la moda como otrora.
En la sala, hay cuadros con aquellos recuerdos de siempre, las fotos de la familia que nunca pueden faltar, de los encuentros entre hermanos en España.
Tan cercano y tan lejano se encuentra aquel día en el que fue nombrado obispo de Tarija en la iglesia Catedral.
Todo obispo al cumplir los 75 años debe poner su puesto a disposición ante la Santa Sede. Por Derecho Canónico, al cumplir esta edad, el obispo debe renunciar ante el papa, quien designará un sucesor brindándole la jubilación.
Todavía no hay una respuesta, por eso, Javier debe seguir ejerciendo el cargo.
Cuando la respuesta desde el Vaticano es afirmativa, se le devuelve al obispo una misiva que dice: “Nunc pro tunc”, que quiere decir “acepto la renuncia”, para hacerla efectiva.
No ocurrió aquello todavía, pues antes la Iglesia, debe percatarse de encontrar un reemplazante en el cargo, el cual puede ser sugerido, pero la última decisión la tendrá el papa Francisco.
“Seguiré acá cumpliendo con mi tarea hasta que el santo padre lo decida”, dice Del Rio, quien de rato en rato se retrotrae en diferentes recuerdos.
Tristezas y alegrías
Alegrías muchas, penas bastantes. Más allá de la muerte de su madre que fue quizá el dolor más intenso que le tocó vivir, también pasó un momento difícil cuando un joven por el que apostaba como un gran líder religioso, dejó de ser cura.
“Fue una decepción muy fuerte”, recuerda y es que le había preparado y veía en ese muchacho a un padre ejemplar; sin embargo, con el pasar del tiempo, el joven empezó a sentirse incómodo y entre ambos, decidieron que lo mejor era dar un paso al costado.
Todavía se ven, son amigos, pero quedó ahí esa ilusión de verlo como un líder religioso.
Las alegrías dice que son incontables al ver a más de 17 padres ordenados en Tarija, superando en número a otras grandes capitales.
La convicción y la fe de un pueblo con el liderazgo que tomó la Iglesia en este departamento en momentos álgidos de su historia, le hacen mirar con tranquilidad su trabajo.
A eso, se suman los encuentros con sus hermanos, con su madre y los amigos que quedaron de su paso por Santa Cruz, especialmente del cardenal Julio Terrazas, quien fue su guía espiritual.
Si se arrepiente de algo. Claro que sí. No haber aprendido a tocar guitarra y hablar inglés. “Cuando tratas de grande ya es muy difícil”, reconoce.
Quizás lo de la guitarra le duele más, pues fue músico y cantó en un coro, sabiendo perfectamente reconocer un buen trabajo en cualquier género.
“Si bien me gusta lo clásico, si hay algo que está bien realizado en la música moderna, claro que me agrada”, aunque aclara, “eso sí, no te aguanto un trabajo mal hecho”, por lo que disimuladamente, cuando ocurre aquello, suele retirarse si eso ocurriese.
Así sigue ejerciendo su cargo, esperando la respuesta de confirmación o negación del papa, mientras tanto, en las noches se recuesta tranquilo a escuchar melodías clásicas, sea Mozart o Vivaldi, como buen conocedor de la música que es.