El nombre de la zona aún se sigue asociando con la muerte, la enfermedad y la tradición. Lazareto, en las épocas del leprosario, se habría convertido en la representación geográfica de las úlceras en la piel, de la deformación de los rostros y del putrefacto olor del rechazo social.
El tiempo y el fuego se encargaron de borrar casi por completo la infraestructura de lo que en el pasado, fue un importante centro de reclusión y atención para los leprosos.
Según cuentan los abuelos, el leprosario se incendió con todos los leprosos en su interior. Hay quienes afirman que el incendio fue provocado, para hacer desaparecer a los enfermos y, con ellos, la peste.
En la inmensidad de la nada, rodeado de bosques, cerros y deslumbrantes cielos azules, se encuentra el leprosario. Pese al despiadado tiempo, la enfermedad y el centro de aislamiento permanecen vivos en una de las más arraigadas tradiciones religiosas de Tarija. La fiesta de San Roque, acompañada por los singulares chunchos.
Aunque hay diferentes teorías respecto al origen de los chunchos, la más popular, es aquella que asegura que los leprosos que se encontraban aislados en Lazareto, bajaban a la ciudad con el rostro cubierto y haciendo sonar sus flechas de madera o campanas en señal de aviso, para que la población les dejara alimento y ropa en las puertas de las casas.
La vida en Lazareto transcurría en soledad y en libertad, sin tener que ocultarse ni taparse, acompañándose los unos a los otros y haciendo su enfermedad lo más llevadera posible.
El equipo de Verdad con Tinta se desplazó hacia la comunidad en cuestión, para recrear los pasos de los enfermos y dar un vistazo a las instalaciones, hoy convertidas en ruinas.
Como si el destino, o San Roque, estuviese jugando con su emoción por llegar al lugar, un perro fue quien guió los pasos de los periodistas hasta el leprosario. El sabueso, que aparentemente sabía a dónde se dirigían y qué pretendían encontrar, soltaba un ladrido cada vez que uno de los dos profesionales osaba dar un paso en la dirección contraria.
El acceso a la única pared del leprosario que aún está en pie, es al costado de las tumbas. El cementerio del pueblo fue comiendo el terreno, dejando un pequeño sendero por el costado, mismo lleva hacia la capilla y a lo que en el pasado fue el hogar de los leprosos.
Estando allí, es inevitable imaginarse la vida de los enfermos en aquel lugar y sentir su presencia. De rato en rato, el eco de los pasos en medio de aquel silencio sepulcral, hace dar la sensación de que alguno de ellos está allí, caminando en medio de la naturaleza para escapar del dolor en la belleza del paisaje.
Los franciscanos, sabiamente, supieron erigir la edificación en un lugar privilegiado; un lugar en el que la intensidad de la luz, la paz y el silencio, eran la mejor medicina.
Las tumbas, adornando toda la entrada, son un recordatorio constante de la muerte, de las vidas perdidas, de las vidas que se fueron desplomando con cada centímetro de piel, en medio de una pandemia que se propagaba rápidamente en todo el mundo.
Poco se puede apreciar de lo que allí había. Se requiere de mucha imaginación para poder recrear los ambientes mentalmente. Actualmente, el predio puede ser identificado por el muro del perímetro que está hecho de piedra, como una pirca.
La construcción, según los gráficos creados por la Dirección de Turismo de la Alcaldía tarijeña, era muy simple; constaba de un patio de hombres, otro de mujeres, pequeñas viviendas denominadas ‘covachas’, una capilla y la vivienda del cuidador. En el exterior estaba situada la huerta en la que trabajaban para conseguir su alimento, la cual era regada a través de los canales que habían construido.
Como si se tratara de un montaje teatral, todos los elementos coinciden para recrear la historia que sirvió como cimiento de la tradición.
San Roque y los chunchos están siempre presentes. La nueva capilla, situada al fondo del cementerio, está adornada por la imagen de dos chunchos a los costados de la puerta de ingreso. Además, las aguas “milagrosas”, que se encuentran a sólo unos minutos del antiguo leprosario, son visitadas constantemente por la gente del pueblo y de la ciudad.
La imagen de San Roque está siempre presente en estos lugares, ya sea en pequeñas estatuillas que son dejadas a modo de ofrenda o en estampitas con su oración.
En las casas de Lazareto y de las comunidades aledañas, no falta la imagen del santo patrono en señal de devoción y en busca de su protección.
En las ruinas, vive la historia de Tarija, la enfermedad y la tradición.
Es muy interesante la historia del primer asentamiento para leprosos en Bolivia: El Lazareto, construido en 1846, aunque se conoce que mucho antes, los franciscanos cobijaban a estos infortunados en ambientes por ellos construidos.
Escribí algunos artículos al respecto, en la revista del Instituto Médico Sucre, del mismo modo pude plasmar en documento escrito, 2 libros, la historia de la lepra en Bolivia.
Felicitaciones.
BUENAS NOCHES EXELENTE ARTÍCULO, LOS FELICITO, UY PUNTUAL Y PRECISO EN RELATAR LA HISTORIA.