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Mercedes Bluske y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-septiembre/2017) “Pare”, “Ceda el paso”, “No Estacionar”, son parte de los ignorados letreros colocados a lo largo de la ciudad que pasan a ser solo ornamentos, pues todos los ven, pero nadie los acata.
Como en las películas mexicanas, cada persona al salir a las calles tarijeñas, si es religiosa debe rezar un padre nuestro para llegar a salvo al lugar previsto. No es una exageración, cada vez los conductores se convierten más en cavernícolas que en humanos.
En las calles y avenidas tarijeñas pesa la ley del más fuerte o el más vivo. Llega más rápido el que se adelanta cuando el semáforo está en rojo, aprovechando que del otro lado no hay vehículo alguno, entonces cruza, lo que es popularmente llamado como “viveza criolla”, pues raro es el policía o guardia que lo vea o multe.
Una muestra de que los conductores son más cavernícolas que humanos, ocurre en los pocos pasos para sillas de ruedas diseñados en el centro de la ciudad. Los vehículos ante la falta de parqueos son estacionados en estos sitios, sin importar que una persona con discapacidad se quede sin espacio para cruzar. Cero humanismo.
Para colmo, cuando uno de los responsables de la Guardia Municipal fue alertado de esta situación en la plaza Uriondo del barrio El Molino, este dijo que tenía otras cosas que hacer y prefirió sacarse unas fotografías con un grupo de niños que estaba con él.
Seguramente, el oficial salió en la foto de algún boletín municipal en el que se destacaba su gran labor de enseñanza a los estudiantes ¿Pero qué les enseñó? No hacer acatar las leyes o a tener “viveza criolla”.
Cruzar incluso por los pasos peatonales para los caminantes es toda una proeza, por ejemplo, en la avenida Víctor Paz, donde se encuentra el único semáforo para caminantes, pocos son los conductores que tienen la paciencia de esperar los 15 segundos del conteo en rojo. La mayoría sigue su trayecto de largo.
Una educadora urbana falleció en el año 2014, precisamente en ese lugar, cuando intentaba concientizar a los conductores sobre el cumplimiento de las normas de tránsito. El conductor del camión no quiso esperar a que pasen los peatones y embistió a la educadora que estaba uniformada como una simpática cebra.
En las avenidas pasa de todo. Están los dueños de las vías, que conducen a 20 o 30 kilómetros por hora, una velocidad lenta y por el lado izquierdo, provocando que les pasen por el lado derecho, situación nada aconsejable en el Código de Tránsito.
Para colmo, los que aceleran por el lado derecho, se encuentran con taxis o vehículos que prefieren estacionar en las angostas avenidas, teniendo que disminuir de golpe la velocidad y volver al carril izquierdo, estando siempre latente el riesgo de una colisión.
Poner luces de parqueo es suficiente para los conductores que deciden estacionar en media avenida o en una calle. Cuando hay apuro o trancaderas, aparecen los “vivillos” de dos ruedas, quienes se suben a las veredas y aceleran.
No, no es una escena tétrica de Londres por un ataque terrorista, es la cruda realidad de las calles de Tarija, donde los conductores sin necesidad de planificar un atentado, atentan diariamente contra la vida de las personas.
Otro caso de esta falta de educación urbana, se puede ver en las esquinas de los semáforos. Cuando el marcador sigue en rojo, pero el conteo está llegando al final, momento en que los taxistas especialmente y micreros, tocan bocina desesperadamente, para que los vehículos de adelante, avancen.
Cualquiera piensa que tienen gran apuro, que hay quizás algún pasajero que requiere ir a un hospital, pero al cruzar la esquina vuelven a su tranquila velocidad de 20 kilómetros por hora. Entonces, ¿por qué la bocina? Inexplicable. “Por gana de joder”, dice un ciclista.
Al tocar el tema de los choferes del sector público, quienes deben ser el ejemplo del buen conducir, en realidad son la mejor muestra de la “viveza criolla”.
Frenan de golpe en medio de calles y avenidas, a ellos no les importa los bocinazos de atrás o los reclamos de los otros conductores, ni siquiera de los tímidos policías de Tránsito que están en algunas vías.
Ellos son los dueños de las calles, con sus destartalados vehículos aceleran echando el humo negro en la cara de quienes van detrás.
El secretario general del Sindicato de Micros La Tablada, Jorge Gareca, aseguró que ya están adecuando los buses de acuerdo a las disposiciones de la Alcaldía para nivelar las tarifas.
Según el dirigente, más del 85% de los buses o micros, arreglaron si sistema de escape, apuntando el mismo hacia arriba. Pero esta cifra no es nada palpable en las calles, donde las narices contradicen tajantemente esta versión.
Para colmo, los choferes del servicio público: Taxis, micros, taxi trufis, son osados. A cualquier crítica, están listos para insultar, escupir y si es necesario golpear. En eso sí puede verse una gran preparación, tanto, que hasta los mismos policías prefieren obviar sus infracciones.
“Es más fácil que multen a un particular que a un público”, dice entre risas un peatón en la zona del Campesino, donde una sola oficial de Tránsito, trataba de ordenar el caos, una aguja en un pajar.
Los peatones también cumplen su parte. Se cruzan por donde no deben hacerlo, atentan diariamente contra su vida. Por pereza, obvian los pocos puentes peatonales existentes y prefieren pasar corriendo las avenidas, como si fuese una competencia. Si un vehículo los alcanza, pasan a ser víctimas de algún desalmado, pero nadie se pone a pensar que también tienen su corresponsabilidad.
Esta situación es bastante notoria en las avenidas Víctor Paz y Panamericana.
Los pasajeros, son quizás los mayores infractores. “¡Abusivo!”, le grita una mujer a un chofer de micro que decidió estacionar en una parada y no donde ella le pidió.
Los pasajeros no quieren caminar ni un metro demás y exigen a los choferes a que incumplan las normas de tránsito, tanto para subir como para bajar del vehículo.
Y otra característica de estas calles, es el estacionamiento a doble fila, situación muy particular en zonas como la avenida La Paz. Los conductores estacionan en doble fila, incluso cuando hay lugar de parqueo. ¿El motivo? La flojera de avanzar 50 centímetros de más y estacionar como se debe.
También hay quienes estacionan en ambos lados de las calles, dejando una delgada línea para el paso o aquellos que bloquean las puertas de los garajes para que nadie salga o entre, así sea el dueño de casa.
En síntesis, el individualismo pesa por encima del bien común, en una ciudad que cada vez se aleja de su antiguo slogan. “Capital de la sonrisa”, ante conductores que avanzan con bocinazos, insultos, escupitajos y golpes.