Por: Nelson Pandorga
“Vamos a trotar… o mejor a un buffet criollo tenedor libre”. “Y qué tal el Dakar, ¿lo viste al aca hinchada de mi hermano?”. “Seguro se han desviado del camino por entrar a comprar, a la chota de tu tío le encanta comprar”. “Estoy solo ahorita en casa, ¿puedes?”. “¿Otra vez estás en pedo, culiau?”. “Estaba súper burracha pero de esa parte sí me acuerdo… en este país todo es un broma”.
La lluvia hilvana el verano. Un tupido aguacero oscurece la mañana de enero. Angula las gotas sobre las calaminas del balcón una ráfaga sostenida, crea formas espirales y prismáticas sobre los sillones blancos de plástico tejido. En la mesita redonda y baja un cenicero, un encendedor. Unos grados arriba en el horizonte impresionan la vista las nubes, que como toros briosos se agrupan en torno a Sama. Los segundos se ralentizan de carga eléctrica: se crispa el aire, el viento hamaca la niebla hacia las montañas y se tiende en su regazo. La bóveda inmensa aprueba el cortejo y truena en toda su esfera: dilata sus surcos la tierra, brama el cielo esparciendo por el valle su savia. Después de una luna gorda y blanca, amaneceres en los que niñas empiezan a ser mujeres.
La barra grande y verde de jabón se escurre entre sus dedos y rebota en la cerámica terracota del baño. Nadie como ella lucía sus zapatos. En sus cabellos se difumina una psicodélica paleta de champú. Puma del bosque de pinos, nadie como ella lucía sus zapatos. Recuerda sus gruesos labios, sus ojos claros. Las ventanitas se empañan, un redoble de gotas inflama las chapas metálicas. La lluvia hilvana el verano. Con la voz adquirida en los juegos míticos / perdidos ya, / así recuerdo al amor / cuando descubrí que en el hombre se dan / los adioses y los reconocimientos; / y, asimismo, que puede escuchar los sonidos / del diario conversar con la piel / y también las consecuencias de la traición / y la ansiedad y la medida de los días.