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Mercedes Bluske Moscoso
Dedicaron su vida a las flores, para ponerle color a su vida y a la de los demás.
(VerdadconTinta/febrero2018) Los alrededores del frontis del Cementerio General de Tarija están adornados por su belleza, no sólo de las flores, sino la de sus vendedoras; todas mujeres. Ellas, con una cálida sonrisa y con la predisposición de ayudar a sus clientes, hacen que la experiencia más amarga, resulte placentera.
En medio del dolor que aqueja a quienes acuden al Campo Santo, ellas agregan una dosis de alegría a través de sus coloridas flores y de sus amables palabras. Para ellas, las flores no son sólo un trabajo, son su vida y un oficio que trasciende de generación en generación.
“Que le ofrezco reina”, dice con una suave voz Sandra Mancilla a quienes pasan por su puesto mirando la variedad de flores que ofrece.
Desde hace 15 años Sandra tiene una rutina bien estructurada alrededor de las flores. Y, aunque parece mucho tiempo, ella es la vendedora más nueva del cementerio.
Sandra entró al negocio gracias a su suegra, que tiene un puesto en el Mercado Central. “Ella me decía que venda y finalmente me convenció”, dice con su cálida voz, mientras mira de reojo el ramo que su hija Carla va armando al interior de la caseta.
Aunque el negocio se “mueve bien”, como todo emprendimiento, conlleva un riesgo y un sacrificio, sobretodo porque las flores son muy sensibles y se pueden marchitar, haciendo que los clientes desistan en su compra.
“Hay que dedicarse mucho a las flores”, dice respecto al cuidado que implica mantenerlas. Dentro de su rutina, lo más importante es cambiarles agua para mantenerlas frescas, brindarles sombra y transmitirles el amor de las manos que las trabajan.
Respecto a los ramos, la práctica hace al experto, asegura Sandra, ya que tanto ella como su hija aprendieron de forma empírica a hacer ramos para diferentes ocasiones y con distintas formas. “Ella es más práctica que yo”, dice Sandra, reconociendo que la alumna superó a la maestra.
Madre e hija se apoyan mutuamente en el trabajo en la florería Carla, que lleva el nombre de la primogénita y principal ayudante de Sandra, ya que sus otras 3 hijas aún son pequeñas y estudian gracias a la venta de las flores.
Natividad, la mujer que pasó cuatro décadas entre flores
Su piel está impregnada por el perfume de las flores y sus días son más alegres cuando está junto a ellas.
Natividad Mendoza tiene el puesto más antiguo de las ocho florerías ubicadas alrededor del frontis del cementerio. Sentada al medio de las más fraganciosas flores, ella asegura que este negocio le genera satisfacción.
“Intenté trabajar en otras cosas, pero esto es lo que realmente me gusta”, dice mientras contempla sus plantas, cual si fueran sus hijas. “intenté trabajar con frutas y otras cosas, pero no me gustaba”.
El amor por este rubro parece ser de familia, pues su hermana también se dedica a la venta de flores en el mercado y, sea coincidencia o no, su nombre es Rosa, como si sus padres hubiesen presagiado que se dedicaría al cuidado y comercio de ellas.
Natividad, como muchas de las mujeres que se encuentran allí apostadas pese al intenso calor de aquel día, sacó adelante a sus cinco hijos gracias a este negocio.
“Mi marido se murió hace trece años”, dice mientras explica que los dos siempre trabajaron, ella con sus preciadas rosas, y él como policía. Sin embargo ahora busca descansar tras tantos años de trabajo, por lo que su hija es quien lleva las riendas del negocio actualmente.
“Ella viajó, por eso estoy ahora yo viendo el puesto”, aclara, aunque parece disfrutar del reemplazo, recordando todos los años que pasó en ese lugar.
El tiempo hizo que tuvieran más comodidad con las casetas, pues Natividad recuerda que hace 40 años, cuando empezó con la venta, venían con canastos y se apostaban a la intemperie, alrededor de un círculo de concreto que hacía las veces de atrio, expuestas a los fuertes rayos del sol, al frío y a la lluvia.
“Todo esto era tierra y éramos sólo unas cuatro vendedoras”, recuerda.
Aunque ella ya dejó el puesto a su hija, espera que a futuro la pequeña caseta siga perteneciendo a su familia, como un legado que empezó ella con tan sólo 30 años.