En un mano a mano con Verdad con Tinta, su hija, Sonia Soruco, cuenta cómo recuerdan a su padre y los episodios que marcaron la vida de la familia.
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Mercedes Bluske Moscoso y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-abril/2018) “Si hay algo que él nos ha transmitido, es la fuerza de luchar por la verdad y la justicia”, recuerda Sonia, mientras se acomoda en el sillón del recibidor de la casa que perteneció al cantautor boliviano.
En medio de la construcción de adobe, piso de ladrillo y plafón de caña, es fácil imaginarse a Nilo Rixio Soruco Arancibia (1927-2004+) c de la explotacios, los principios que n hombre de justicia. Un hombre en contra de la explotaciaminando por el lugar, tal vez tomando un té con limón con un queso de cabra del que mandaba su suegra Lolita, o leyendo en aquel mismo sillón en el que transcurre la entrevista.
Su retrato enmarcado en una fotografía de pared, es el único adorno que sobresale en aquel ambiente, pero no es lo único que queda de él en aquella casa.
Él vive en cada una de las paredes y recovecos de la vivienda, pues esa casa representa su historia hecha arquitectura.
Sonia, de ojos marrones y piel tersa, se toma su tiempo entre palabra y palabra como quién no quiere omitir ningún detalle de los recuerdos que alberga en su memoria y en su corazón.
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Un hombre de justicia. Un hombre en contra de la explotación del hombre por el hombre. Así es como definen a grandes rasgos, los principios que marcaron la vida del tarijeño.
“Venía de una familia muy humilde”, cuenta Sonia mientras acomoda el fleco de pelo que cubre su frente, “pero encontró respuesta a los conceptos que él albergaba, en el Partido Comunista”.
La política, aunque la familia prefiere no entrar en esas arenas, fue parte importante de la vida de Socuro, al igual que la música.
Según recuerda la segunda de sus hijas, su ingreso a la militancia fue casi azaroso, fruto de los designios del destino. “En una reunión de la Central Obrera tomó la palabra y empezó a exponer sus ideas respecto a los salarios y demás… Al salir de ese congreso Oscar Alfaro (1921-1963+) se acercó a mi papá y lo invitó a militar”, dice Sonia mientras pinponea entre el pasado con el presente, dentro de su mente.
El profesor de profesión, no se imaginó que tras esas breves palabras, nacería una amistad y una unión tan profunda como la de hermanos, con el poeta Oscar Alfaro, con quien lejos de la militancia, compartía una innegable pasión por el arte.
“Él le leía los poemas, y a mi papi automáticamente en su cabeza, ya le salía la música”, recuerda Sonia, mientras cuenta que entre los documentos que pertenecieron a su padre, tienen 100 poemas de Oscar Alfaro a los que Nilo Soruco les puso la música.
EL DATO
Compuso su primera cueca titulada A Orillas del Guadalquivir, a los 13 años.
Respecto a su personalidad, su familia lo recuerda como una persona alegre, optimista, amante de la vida, incluso, en las situaciones más adversas, y querendón de los suyos.
“Cuando mi mamá nos reñía, él nos veía con aquella mirada profunda que tenía y de repente, nos guiñaba el ojo en medio de la tirada de orejas, para que nos consolemos”, cuenta la mujer.
También lo recuerdan como una persona muy lectora, culta y conocedora.
“No necesitábamos una enciclopedia para hacer la tarea, porque él sabía de todo”.
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Recuerdos de la dictadura
Sin embargo, unos años después, su padre ya no estaría siempre para ayudarlas con las tareas o para contenerlas con su mirada tras las travesuras que hacían las tres hermanas, pues la militancia lo convirtió en un perseguido político, que se debatía entre la cárcel, el paredón de fusilamiento y el exilio.
“Comenzaron los problemas desde joven. Desde que se casó siempre era perseguido”, dice Sonia, quien pese a la corta edad que tenía en aquel entonces, aún recuerda el miedo que invadía su cuerpo cada vez que entraban hombres armados a su casa para llevarse a su padre.
Cuando salía con su mochila para ir al colegio, veía a los custodios de su casa armados hasta los dientes con metralletas.
“Tenían orden de liquidar a mi papi”, dice respecto al periodo en el que gobernó el militar Hugo Bánzer Suárez (1926-2002+) en los 70 y una situación similar ocurrió en el periodo de Luis García Meza Tejada en 1980.
Ella y sus hermanas seguían siendo niñas.
Violeta, la menor de las hermanas, no pasaba los 6 años, Sonia tenía aproximadamente 11 y Zemlya, la mayor, apenas llegaba a los 13, cuando tuvieron que ir junto a su madre, al centro de detención de la Dirección de Operaciones Políticas -DOP-, ubicado en la plaza Murillo, para interceder por la vida de su padre.
“Al ingresar, la detuvieron a mi mami desde las 9 hasta las 11 de la noche”, agrega Sonia, mientras pone en palabras aquel el miedo que sintió junto a sus hermanas en el centro en el que las tuvieron sentadas en una sala, sin comida ni agua, mientras su madre luchaba por la libertad de su padre.
María Victoria Olga Verdún Cossío, esposa de Nilo Soruco, había ingresado a la DOP para averiguar la situación en la que estaba su esposo y mediar por su liberación. En aquel lugar la metieron en una sala, y no la dejaban salir para ver a sus hijas, alegando que debía esperar a que llegara una autoridad para presentar su caso.
“Hemos pasado muchas cosas feas”, dice mientras vuelve de un viaje mental por el pasado, pero asegura que en medio de la adversidad, su madre fue un pilar fundamental para superar todos los obstáculos.
Según el relato de la madre a sus hijas, en ese intenso tiempo que pasaba, ingresaban soldados con cuchillos u otros objetos, en un juego macabro para hacerle entrever que podría ser víctima de una tortura física.
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“Mis hijas están solas, por favor ¿puedo salir a verlas? No había respuesta alguna.
Finalmente, llegó el jefe de la división el coronel Loayza, recuerda, a quien le expuso de la forma más sincera el caso de su esposo.
“Él es comunista, pero no es violento, no es malo”, le dijo sollozando.
Al parecer, esa vez, sus palabras tuvieron resultado.
La mujer salió de ese tétrico lugar, cerca de la medianoche, despertando la tranquilidad de sus hijas que seguían ahí afuera esperándola.
Al día siguiente, cuando fueron a llevarle pan, leche y otros alimentos a don Nilo, se enteraron que temprano por la mañana se lo habían llevado.
Pensaron lo peor…”lo mandaron a fusilar”, pasaba implícitamente por sus mentes.
“Se lo llevaron al Panóptico”, les dijo un soldado con cierta complicidad.
El Panóptico era el apodo que tenía por ese entonces, la cárcel de San Pedro de la ciudad de La Paz.
En eso, les vino un gran alivio. Al ir a San Pedro, se enteraron que ya no estaba más en el país.
Luego de vivir un sinfín de torturas y momentos amargos; Nilo Socuro fue exiliado, librándose del fusilamiento.
Para sus hijas, mucho tuvo que ver María Victoria, con aquella exposición sincera del caso que le hizo al jefe militar.
Tras la dictadura, Nilo se dedicó a dar clases en la escuela de música de su Tarija natal, aunque nunca abandonó la lucha sindical.
María Victoria, la mujer al costado de Nilo Soruco
Dios creó al hombre y a la mujer para que fuesen compañeros. Y eso fue María Victoria Olga. No se trata de la mujer tras el éxito del poeta, ni de la mujer delante de él. Se trata de quien estuvo a su lado, en las buenas y en las malas, para llevar su hogar a la par.
Y aunque trataban de llevarlo así, a la par, en múltiples ocasiones, ella fue quien tuvo que hacerse cargo de la manutención de la familia, pues Soruco, se encontraba exiliado o apresado.
“Mi mamá trabajaba en las noches de maestra y en el día tejía a crochet para ayudarse”, recuerda Sonia, haciendo hincapié en el rol fundamental que desempeñó su madre, no solo en la educación como en la manutención de ellas, sino como compañera de su padre.
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“Si no fuera por mi madre, mi padre no hubiera podido luchar por sus ideales, cantar ni nada”.
Aunque su padre luchaba por todo un pueblo, su madre lideraba la batalla por la familia, pues no solo tenía a cargo a sus tres hijas, sino que cargaba a cuestas la deuda con en el banco, la que habían contraído para comprar el terreno de la que fue y es la casa de la familia Soruco, ubicada en la calle Ballivián, casi esquina Corrado.
“Junto con la familia Justiniano, que también era de profesores, decidieron comprar a medias esta parte”, dice mientras contempla las paredes de adobe, que hacen a la fachada de la casa, la que fue arreglada hace poco, para evitar que se siga deteriorando.
Pero la dicha de la casa propia duró solo unos meses, pues a los pocos meses de comprarla, Nilo fue encarcelado por la dictadura de Hugo Bánzer Suarez en 1971 y el peso de aquel compromiso quedó sobre los hombros de Olga.
Para sus hijas, el legado de su padre no radica en sus canciones, ni en la casa, ni en el éxito, radica en cada una de las enseñanzas y experiencias que calaron su alma. Su legado es la generosidad, la sencillez como el perdón, para vivir sin rencor ni resentimiento.
“Todo eso nos ha hizo mujeres fuertes, firmes, amantes de la vida y del ser humano”.
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