Es un museo privado, por lo que no recibe cooperación del Estado ni del exterior
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Mercedes Bluske Moscoso
(Verdadcontinta-septiembre/2018) Entrar al Museo del Tesoro ubicado en la ciudad de Sucre, es hacer un pequeño viaje por la evolución de orfebrería, la minería y la historia de Bolivia en el sentido amplio de la palabra.
En medio de la mística que se genera en cada uno de los salones, en los que en medio la oscuridad la luz de las diferentes vitrinas va deslumbrando con imponentes piezas de joyería y piedras preciosas, resulta fácil imaginar los rostros de quienes en algún momento fueron los propietarios de aquellas reliquias.
Una imponente maqueta sirve para ilustrar cómo funcionaba la minería en tiempos en los que las ‘huayrachinas’- hornos cilíndricos llenos de agujeros- eran la herramienta más eficiente para fundir el metal. Una vez más, la imaginación tiene los elementos adecuados para permitirse volar sin límites, recreando mentalmente la vida entorno a la mina en aquellos tiempos.
El pequeño museo no tiene nada que envidiar a otros de su tipo a nivel internacional. Es una joya dentro de la oferta cultural boliviana y, anecdóticamente, los inicios del proyecto se gestaron gracias a una joya.
“Hace 30 años mi esposa y yo abrimos la joyería París, cuenta Miguel Morales, director y propietario del museo junto a su esposa Gabriela Torrico. Según explica, a lo largo de la vida de la joyería, muchas personas les llevaron joyas para venderles, para que posteriormente ellos fundieran aquella materia prima y pudieran crear nuevas piezas.
“Cuando uno tiene una joyería, es para vender joyas, pero también para comprar y luego fundir”, agrega.
Un día los esposos recibieron una joya que además de ser bella, tenía gran valor económico y cultural. La pareja decidió comprarla, pero de ninguna manera la iban a fundir. Conscientes de la importancia de aquella pieza, decidieron conservarla. “Eran unas caravanas”, responde Morales respecto al tipo de joya que habían recibido.
Aquella pieza fue la semilla que despertó en los esposos el deseo de hacer algo por preservar la riqueza cultural y orfebre del país en 1990. Así, el proyecto nació con el espíritu de recuperar el patrimonio, evitar su destrucción y fomentar su difusión.
Y aunque la idea inicial fue mutando hasta convertirse en un museo que muestra la historia de la minería, la orfebrería y las piedras preciosas en Bolivia, su concepción de preservación nunca cambió.
En su interior hay piezas de joyería que pertenecieron a célebres personajes, como doña Amalia Argandoña, esposa de Aniceto Arce Ruiz (presidente de Bolivia de 1888-1892).
Los pequeños aretes tienen un valor histórico invaluable, pese a que en el museo hay piezas de mayor valor económico.
“Son pequeños, pero son una obra de arte”, dice Morales respecto a los pendientes.
Nuevas piezas son incorporadas a las colecciones todo el tiempo, pues los vendedores suelen llevarlas contantemente. “No se acaba nunca esto de invertir”, asegura.
Y aunque la inversión es permanente, los ingresos son modestos, pues Miguel explica que ante tanto museo gratuito, la gente se sorprende cuando tiene que pagar por consumir cultura, sobretodo los visitantes nacionales, quienes copan el 50% de las visitas.
“Ahora supuestamente estamos en temporada alta, pero registramos la mitad de las visitas respecto al año pasado”, explica el director, evidenciando que el turismo, que durante años fue el fuerte de Sucre, también ha decaído. “Es preocupante”, concluye.
Pese a las dificultades, el museo del tesoro ha logrado mantener su atractivo de una u otra forma, pues al margen de las joyas, que son un atractivo en sí, la casa en la que está ubicado es digna de robar suspiros a entendidos en el tema, tanto como a simples espectadores.
Se trata de una casa de estilo neoclásico, que siempre perteneció a personajes notables de la “Ciudad Blanca” debido a su importante ubicación, frente al Cabildo.
“Era la casa más grande de la plaza”, explica de acorde a información que pudieron recibir según escritos de la época. Se trataba de una casa llena de galerías, de estilo colonial, pero el arquitecto Antonio Camponovo, la volvió a construir siguiendo las características del neoclasismo que se imponía en aquellos años.
Restaurar la casa tomó cerca de 4 años, pues al margen de ser una edificación vieja, con las típicas huellas del paso de los años, el inmueble está ubicado en el casco histórico, por lo que había que respetar y rescatar todos los elementos del diseño original del arquitecto Camponovo.
Tras la refacción, la implementación del museo tardó cuatro años más, pero desde septiembre de 2015, se suma a la oferta cultural de la capital.