Invisibles, así los hacían sentir los conductores y funcionarios públicos a los voluntarios que se subieron a las sillas de ruedas.
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Mercedes Bluske y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-octubre/2018) Los equipos de Verdad con Tinta y Tarija en Cien salieron el pasado viernes 12 de octubre a la calle con el fin de reflejar la realidad que enfrentan las personas con discapacidad en la ciudad.
Semanas antes, un miembro de Verdad con Tinta sufrió un accidente que le obligó a pasar un par de días en muletas. “Me sentía atrapado en mi propia casa”, aseguró Jesús, sobre aquellos días, pues le resultaba muy difícil salir a la calle solo, por lo que optó por quedarse en casa hasta recuperarse.
Basados en aquel antecedente, decidimos tomar una silla de ruedas con el firme de propósito de transitar por el Casco Viejo de Tarija como lo haría una persona con discapacidad, e invitamos a ciudadanos comunes y corrientes a formar parte de la experiencia por unos minutos.
El experimento social no se limitó a capturar en imagen las impresiones de quienes se animaron a sentarse sobre esas cuatro ruedas para recorrer la ciudad mirándola desde abajo. También hicimos un trabajo de observación, captando la reacción de los transeúntes y conductores, ante la presencia de quienes se encontraban apostados en la silla de ruedas desplazándose por la ciudad.
El experimento empezó en la plazuela Sucre, donde pudimos observar la falta de rampas en las esquinas, algo que se repite en el resto de la ciudad; más aún conforme nos alejamos de la centro.
Por otra parte, en muchas esquinas en las que sí había rampas, había vehículos estacionados, con lo que estas resultaban inútiles y nuestros ciudadanos en silla de ruedas, quedaban expuestos al tráfico mientras intentaban maniobrar para cruzar la calle.
Las rampas tampoco estaban en buen estado. Muchas estaban en desnivel con el asfalto, creando una pequeña grada que impedía que pudieran subir a la vereda.
Luego de unos minutos en la plazuela, decidimos continuar nuestro recorrido hacia la plaza principal para visitar las principales instituciones públicas de la ciudad, pero antes, hicimos una pequeña parada técnica en uno de los cajeros de la plazuela, desafiando a uno de nuestros voluntarios a entrar a sacar dinero con la silla de ruedas.
“Catastrófico”, coincidieron todos los que se encontraban en el lugar. Ningún cajero ofrecía las comodidades para que una persona con discapacidad pudiera acceder, pues las prominentes gradas y los minúsculos espacios interiores, impedían el ingreso, aún con ayuda de alguien.
Posteriormente, hicimos un recorrido por los principales cajeros del centro de la ciudad y nos percatamos de que solo dos entidades financieras son “amigables” con las personas con discapacidad en sus edificios principales. El resto de los cajeros de la ciudad no son “inclusivos”, si vale el término.
Y hablando de inclusión, al llegar a la plaza nos llevamos una gran sorpresa al darnos cuenta de que ninguna de las instituciones públicas que allí se encuentran, y que promueven la inclusión, igualad y la lucha contra la discriminación, son inaccesibles a las personas con discapacidad. Nos cuestionamos si eso no es desigualdad, o si no lo consideran discriminación.
Pero antes de abordar este caso, no quisiéramos dejar de mencionar que en las dos cuadras que recorrimos de la plazuela a la plaza, tuvimos que ir zigzagueando entre vendedores callejeros, carteles y peatones indiferentes.
Nuestra primera parada fue en el edificio del Consejo Municipal donde nos topamos con el primer par de gradas, de las muchas que hallaríamos después en las instituciones públicas.
La mujer en silla de ruedas se paró frente a la oficial de policía que estaba en la puerta y le preguntó cómo hacía para entrar al edificio.
La funcionaria gentilmente consiguió una rampa móvil, pero esta era tan inclinada, que la mujer necesitó ayuda de una tercera persona para subirla, pues caso contrario, podía caer de nuca.
Cuando salimos del edificio, la rampa fue removida y llevada nuevamente al depósito, cuando en realidad, debería estar a disposición de los ciudadanos todo el tiempo.
Posteriormente, llegamos a la puerta de la Gobernación, donde solo encontramos un sinfín de gradas que contemplaban con indiferencia a quienes estaban en la puerta. Nadie ofreció ayuda a nuestro voluntario y tampoco habían rampas a la vista.
El panorama es similar en otras instituciones como la Asamblea Legislativa Departamental o la Subgobernación. Edificios llenos de gradas que no promueven la inclusión social.Más allá de las barreras infraestructurales, llamó particularmente la atención la falta de solidaridad de los ciudadanos.
Los vehículos intentaban ganar la carrera al amarillo del semáforo para cruzar antes de que se pusiera en rojo, aún si esto significaba quedar bloqueando el paso de cebra. No les importaba ver a una persona en silla de ruedes intentando bajar por la rampa para llegar al otro lado de la calzada. Eran invisibles.
Pero peor aún, quienes cruzaban la calle a pie, no se dignaban en ofrecer su ayuda a nuestros voluntarios. Y aunque la indiferencia duele, el morbo duele más. Los transeúntes y conductores miraban obscenamente a cada uno de nuestros voluntarios en la silla de ruedas; como si fueran leprosos o extraterrestres.
A continuación te mostramos con lo que nos encontramos en este video:
https://www.youtube.com/watch?v=yDuiGRkG72g