-Ema, ¿ Ahora puedes hablar?
– Si, un poco, porque tengo a mi hijo cerca, pero si.
Así comienza la charla con Ema, cuyo nombre fue cambiado para proteger su verdadera identidad.
Del otro lado de la línea telefónica ella elige cuidadosamente cada una de las palabras con las que hablará sobre su trabajo. Está dispuesta a hablar abiertamente de lo suyo, del oficio más antiguo del mundo, pero lo hace con cautela, velando por su hijo de seis años que está jugando en casa.
Su voz tiene cuerpo y tiene un toque ronco que hace que todo cuadre a la perfección con la imagen física que proyecta con su silueteada figura y cabello dorado. Ema es de Argentina y actualmente reside en el norte del país, aunque durante un tiempo trabajó en los lenocinios más conocidos de la ciudad de Tarija, en el sur de Bolivia.
Su particular acento hace que la entrevista tenga un aire fresco y renovador, aunque tal vez ella no lo perciba.
Duda a la hora de hablar, teme que al otro lado de la línea haya más gente de la que ella quisiera .”¿Estás con altavoz?”, cuestiona de manera brusca. “Necesito tomar apuntes de lo que dices”, responde el periodista justificándose y tratando de transmitirle que con él, sus palabras están a salvo.
«Es difícil tener que pedirle a tu mamá que te cuide a tu hijo porque tienes que ir a trabajar, y que tu mamá sepa lo que haces»
Ema
Pasado aquel instante de duda se dispone a contar más sobre su día a día, en el que, según sus propias palabras, lleva una vida de madre y de casa, pero en el que también tiene una vida paralela, haciendo del sexo su oficio.
La única forma de hablar de su presente, es remontándose a su pasado, cuando con 20 años decidió marcharse de casa tras una pelea con su madre. “Cuando me fui conocí a la dueña de un local y es ahí cuando empiezo a trabajar”, explica Ema.
Oriunda de Salta, Argentina, Ema proviene de una familia de clase media alta. Debido a su estatus social, ella reconoce que años después, cuando su madre se enteró que era trabajadora sexual, no lo pudo aceptar. Pese a que Argentina es un país progresista respecto a muchos temas sociales, vivir del sexo continúa siendo un tabú, como en la mayoría de los países Latinoamericanos. Tal vez el que no sea un trabajo legalmente reconocido, sea parte del prejuicio.
Como Ema, la mayoría de las trabajadoras sexuales con las que pudo conversar Verdad con Tinta, salieron de su casa a temprana edad y huyendo de situaciones familiares complejas. El sexo fue la forma que encontraron para conseguir un techo y ganarse la vida, aunque esto significara alejarse aún más de su familia.
Mirando hacia atrás, fue la salida que encontró Ema para subsistir, pero no la que hubiera querido, sobretodo porque es muy difícil llevar este estilo de vida y mantener una buena relación con su familia. “Si me preguntas actualmente no es buena”, responde respecto a la vida que lleva, “pero es por una necesidad”, agrega.
“Es difícil tener que pedirle a tu mamá que te cuide a tu hijo porque tienes que ir a trabajar, y que tu mamá sepa lo que haces”, dice dejando escapar una voz que se percibe como melancólica. “Ahí empiezan las discusiones y las puteadas por la deshonra de la familia”.
Ema trabajó de otras cosas, pero cuando se quedaba sin empleo, se veía obligada a volver al trabajo sexual, un rubro en el que ella no encuentra prejuicios, porque es el que le da de comer a ella y a su hijo. Para ella, eso es suficiente.
Si bien la prostitución es un oficio reconocido en casi todo el mundo, los riesgos son mayores que en cualquier otro un rubro, pues la trata de personas está al acecho y los peligros son constantes. Ema cuenta que tuvo que aprender a cuidarse, a poner límites y a no meterse en “cosas raras” para mantenerse a salvo, pues ella conoció a chicas que habían sido parte de redes de trata y lograron escapar.
“Cuando estaba en Tarija una compañera hizo una salida y el tipo le apuntó con el arma”, dice respecto a los peligros que afrontan cuando están a solas con los clientes. “La cagó a palos”, dice usando un termino tan argentino como su tonada. Aquella vez la situación no llegó a mayores, porque los guardias de seguridad del local escoltaron a la chica durante su salida con el cliente, pero de no ser así, el final de la historia posiblemente habría sido diferente.
Dados los peligros, Ema optó por atender clientes sólo en las habitaciones del local en el que trabajaba y así nunca tuvo contratiempos durante sus años en Bolivia. “Siempre me cuidó Diosito”, dice dejando ver su veta religiosa y con la cual se siente muy en paz.
Aunque en Bolivia puedo surcar los riesgos sin mayor dificultad, en su Argentina natal llegó a denunciar a una persona que la acosaba ante las autoridades de la oficina de Trata y Tráfico, pues el hombre llegó a seguirla desde Jujuy, ciudad a la que se desplaza para trabajar los fines de semana, hasta Salta, donde reside con su hijo.
Más allá del acoso y de los riesgos de la trata de personas, los clientes con gustos excéntricos en el sexo y afectos a las drogas, son también un problema con el que hay que lidiar.
“Nunca falta el pelotudo que te pide drogarse con vos o que te pide pelotudeces en la pieza”, dice con naturalidad Ema, pero asegura que ella sabe como manejar la situación. Y no cabe duda de que es así; su autoritaria voz y la seguridad con la que se expresa, dejan ver que es una mujer de carácter, a la que difícilmente podrán obligar a hacer cosas en contra de su voluntad.
Los riesgos del trabajo sexual
Las enfermedades de transmisión sexual son solo una minúscula parte de los riesgos que conlleva el trabajar en la prostitución. La violencia y las muertes de trabajadoras sexuales últimamente son titulares de prensa con mayor frecuencia.
Uno de los casos más sonados en el país en los último tiempos, es el de el violador serial de trabajadoras sexuales. David Junior Seguro de la Cruz es un ciudadano peruano que fue detenido en la ciudad de Cochabamba hace algunos días tras ser acusado de haber violado y robado a tres trabajadoras sexuales extranjeras.
El joven de 26 años frecuentaba lenocinios y se hacía amigo de las trabajadoras para luego invitarlas a salir fuera de su horario laboral y entablar una relación de amigos. Tras ganarse la confianza de las jóvenes las llevaba en su taxi a alojamientos donde las violaba a punta de pistola y les robaba todo lo que tenían.