La pieza audiovisual cuenta una historia ficticia, pero basada en situaciones reales de las familias que se dedican a la agricultura en la zona alta del departamento de Tarija.
Frío, tierras áridas, falta de agua y migración, fueron los disparadores que inspiraron esta historia en la que, en escasos tres minutos, Jonás Michel Valencia y Mercedes Bluske Moscoso, intentaron reflejar cotidianidad de la vida en la zona alta de Tarija.
Aquel 2018 había sido particularmente seco. Los precios de la papa, de los ajos y de otros productos que se cultivan en la zona alta, afectaban los bolsillos de los consumidores de la ciudad.
En ese marco, y con los titulares de la prensa puestos en la sequía, el dúo decidió desplazarse hasta los municipios de El Puente y Yunchará, para conocer la vida de aquellos productores que lidiaban con el inclemente sarcasmo de aquel verano que no dejaba caer suficiente agua del cielo.
“Fuimos tres veces a la zona alta del departamento de Tarija, para conversar con diferentes familias que se dedican a la agricultura”, cuenta Mercedes Bluske Moscoso, quien estuvo a cargo de la parte periodística del cortometraje.
Según la periodista, en cada visita descubrían algo nuevo sobre la vida de los comunarios y sobre cómo era aquella tormentosa relación con el agua.
“Nos sorprendió que pese a que hay una gran represa llena de agua a escasos kilómetros de la comunidad de Iscayachi, la gente nos hablaba de falta de agua”, explica Jonás Michel, quien estuvo a cargo del rodaje y producción del video.
Pronto, descubrirían que aquellas presas servían para regar los cultivos que de encontraban abajo, pero no así para regar en las zonas más altas, donde hay menos agua, y donde las familias se ven obligadas a improvisar sus propios tanques y atajados.
“Allá llueve 300 milímetros al año”, explicó en una entrevista previa un ingeniero de la organización Protección Medioambiente Tarija- Prometa-, “para que se imaginen la cantidad de agua que eso representa, es como si llenáramos con 30 centímetros de agua una pecera de un metro de largo por un metro de ancho”.
Las parcelas para agricultura son pequeñas y su éxito en el ciclo del cultivo depende del clima, por lo que son cultivos de alto riesgo.
Según datos de Prometa, las principales fuentes de agua son las vertientes, las que sirven tanto para el consumo humano como para el riego.
Sin embargo, no existe el agua potable. “Es agua entubada”, agrega el experto respecto al líquido que sale de las pilas de las casas.
Cada comunidad tiene un tanque de almacenamiento que recoge el agua de las serranías, la almacena y luego la distribuye a las casas a través de tuberías.
En el caso del riego el panorama es similar. Un tanto desolador. Los pobladores improvisan atajados y estanques para almacenar el agua que posteriormente será distribuida a través de canales de tierra, también cavados por ellos.
La desventaja de este tipo de canales es que no son eficientes, ya que a lo largo del trayecto se pierde más del 45% del agua debido a que esta se infiltra en la tierra y se evapora a lo largo del recorrido hasta los cultivos. Ante la falta del riego tecnificado o riego por goteo, la gente utiliza el riego por inundación, haciendo que el escaso porcentaje de agua que llega efectivamente a los cultivos, no sea bien aprovechado.
Cuando las producciones no son lo suficientemente abundantes como para enviarlas a la ciudad para vender, el trueque entre comunarios es moneda corriente para mantener una dieta variada y luchar en medio de una economía de subsistencia.
Sin embargo, cuando el año es realmente malo y los cultivos solo dan pérdida, familias enteras se ven obligadas a migrar a la ciudad o al norte argentino, para trabajar de albañiles, jardineros o en cultivos ajenos.
Realidad a 3.500 metros devela un fragmento de este complejo panorama, amparados en la historia de Natalio y su hija Marcelina, mostrando cómo toda la familia tiene que involucrarse para que al final de la temporada, la tierra de ganancias suficientes para que no tengan que migrar, como muchos de sus vecinos.