“Este es el Teatro Teresa Carreño, que comprende un complejo cultural, uno de los más importantes de América Latina, el segundo más grande de América del Sur y el mayor de Venezuela”, indicaba a cientos de turistas, José Campos, un licenciado en la Carrera de Turismo en la capital venezolana, Caracas.
José recuerda con nostalgia aquellos tiempos en los que trabajaba en este centro cultural, uno de los más importantes e imponentes del continente, quien ahora se encuentra apostado en la esquina de las calles Alejandro del Carpio y General Trigo de la ciudad de Tarija, al sur de Bolivia, donde tiene un pequeño puesto de comida, específicamente, vende las tradicionales arepas venezolanas.
“Full Arepa”, es el nombre del local que montó en la capital tarijeña, ciudad de la que asegura se enamoró, incluso antes de la crisis venezolana.
“Como profesional en el turismo viajé mucho por el continente, por Colombia, por Brasil, por Bolivia, por Chile y por Argentina”, entre otros, dice el joven de fina barba bien abrigado con una chompa y una gorra, alejado al calorcito tropical de su país.
Su objetivo era conocer por lo menos la mitad de cada país que visitaba, así fue como llegó a la ciudad de Tarija cuando decidió pasear por Bolivia de norte a sur.
“Me enamoré de Tarija, de sus costumbres, de su gente y preferí este departamento por la seguridad y la tranquilidad”, dice sobre este amor a primera vista que surgió con la capital sureña. Aquellos viajes los inició desde el año 2012, pero nunca imaginó lo que iría a pasar unos meses después.
Pero los tiempos cambiaron y la situación en Venezuela dio un giro de 180 grados, afectando directamente a José, quien fue despedido de su trabajo.
Con dos hijos y una familia por mantener, “Nacho” como se hace llamar por sus amigos, tomó la determinación de salir del país.
Esta vez, su viaje no sería por placer, sino por necesidad, dejarlo todo para mantener a los suyos y es así que se decidió por aquella ciudad del sur de Bolivia que tanto le había encantado, siendo esta la quinta vez que llegaba al país.
“Ya estoy legalmente establecido y de acá mando las ganancias a mi familia”, cuenta.
Cada arepa sale Bs 10 y con la venta de tres de ellas, cubre ya el sueldo mínimo de su país que no sobrepasa los 5 dólares.
“Con lo que les mando sé que no estarán holgados, pero no pasarán hambre”, dice con su característico tono venezolano, con una voz a punto de resquebrajarse por el recuerdo de sus niños.
Para cortar el momento de nostalgia, vuelve a la preparación de las arepas, se pone los guantes y empieza a realizar el combinado de los productos.
“La arepa es una masa de maíz precocido libre de gluten”, dice a sus clientes, recalcándoles que es un alimento saludable. “El tradicional sabor venezolano”, dice un texto en una de las paredes que se encuentra detrás de carrito que montó en el lugar.
“Unos venden en las calles, otros trabajan en limpieza, trabajos que uno no se los cruzó por la mente cuando se estudiaba”.
José Campos/Migrante venezolano.
“También estudié para chef y esto –arepa- uno lo conoce desde que es niño, siempre nos hicieron comer”, recuerda en un retorno inevitable al tren de la nostalgia. Y es que la arepa para los venezolanos es como el pan para los bolivianos.
Antes de culminar el encuentro va la pregunta inevitable delo periodista: ¿Cómo ves la situación de tu país?
“Lo veo que cada día va de mal en peor, ya no se consigue medicamentos ni comida, el sueldo mensual es menos de 5 dólares”, recalca, pues para él, su país está totalmente destrozado, tanto así, que la gente perdió el miedo.
Otros “paisanos” venezolanos cuentan que las personas salen a las calles a marchar sabiendo que pueden morir.
“Hay colectivos, que en realidad son grupos de jóvenes convocados por el Gobierno, a quienes les dan grandes cantidades de alimentos o bonos como parte del pago”, cuenta uno de los venezolanos que pasa por este puesto, que se volvió como un punto de encuentro de sus paisanos.
Estos bonos o alimentos subvencionados son revendidos posteriormente con el 100% de interés o más. A cambio, estos colectivos deben contrarrestar las marchas de protesta, los jóvenes son armados y los mismos si es necesario, deben “disparar plomo” en contra de los manifestantes en “defensa de la integridad del pueblo”, como les inculcan los altos mandos.
Al consultarle a José, si no piensa volver para llevarse a sus hijos, respondió que el viaje desde allá por tierra es “extremo”, como en las películas de acción, pero en la vida real, con asaltos a buses, robo de dinero y alimentos e incluso de documentos en las fronteras con Colombia, donde la vida está en juego.
Él nunca se imaginó estar en un puesto de venta de comida por la profesión que estudió, pero asegura que la mayoría de los venezolanos que están en Bolivia son profesionales que hacen una serie de tareas, alejadas de su preparación académica.
“Unos venden en las calles, otros trabajan en limpieza, trabajos que uno no se los cruzó por la mente cuando se estudiaba”.
Lejos de esas congestionadas calles de Caracas, “Nacho” en la noche serena en una de las esquinas del centro de la ciudad de Tarija, ofrece sus arepas, su amistad, y con ellas, su esperanza, especialmente aquella del reencuentro.
Por favor me pueden pasar su numero para hacer pedido, o el horario de su local, por que voy a las 7 de la noche y esta cerrado. Gracias