Mientras el sueño de muchas niñas y jóvenes alrededor del mundo es ir a Disney o convertirse en princesas, el de las niñas y jóvenes que viven a los pies de Huayna Potosí, es llegar a la cima de la montaña.
Crecen viendo su imponente figura alzándose hacia el cielo y en su escaso metro y medio de estatura, divisar la cúspide es labor casi imposible.
Ana Lia Gonzales Magueño, lleva una vida entera acudiendo a los pies del Huayna Potosí para despedir a sus padres, quienes trabajan como guía y cocinera de alta montaña respectivamente, pues son propietarios de un refugio en el campamento. El cerro de su infancia es su segundo hogar.
La vida de su familia, como de muchas otras en la zona, siempre estuvo ligada al “Huayna”, como le dicen ellos con cariño.
Su padre es guía desde que tiene uso de razón y su madre es cocinera, teniendo la importante labor de preparar los alimentos para los alpinistas en el campamento base. En medio de los picos nevados y gélidas temperaturas, su comida es una hoguera que calienta y reconforta a los agotados visitantes.
Los roles, hasta hace poco, estaban definidos. Pese a estar en lo alto, la montaña no se había salvado de los efectos de la división del trabajo por género.
Los hombres eran los protagonistas de la aventura, mientras las mujeres estaban tras bambalinas realizando trabajos invisibles pero significativos, como cocineras o como porteadoras, cargando las mochilas de los turistas a lo largo de la escalada hacia el Campo Alto; sin más equipo que unas viejas zapatillas, medias abrigadas y su colorida pollera.
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Ser mujeres y ser indígenas, eran barreras invisibles que se alzaban tan imponentes el Huayna Potosí, impidiendo que pudieran conquistar la cima y con ella, la igualdad de género y la reivindicación de su indigenismo aimara. Pero el 2015 sería el año que marcaría un rumbo diferente para ellas.
Bajo la premisa de que ellas igual escalaban el cerro hasta Campo Alto, donde se encuentra el campamento final, un grupo de mujeres desafiaron a sus maridos a llegar a la cima junto a ellos. Eso sí, ellas lo harían con polleras y trenzas, no solo porque es su vestimenta habitual, sino porque era un homenaje a su cultura como a sus raíces.
Ana Lía no podía quedarse indiferente ante semejante hazaña, así que impulsada por su padre, decidió unirse al grupo que sin pretenderlo, haría historia y captaría la atención de mundo entero.
“En mi día a día no uso pollera, mis otras compañeras sí, pero en ocasiones especiales siempre me ha gustado usarla”, cuenta la joven de 34 años, haciendo énfasis en que para ella, es un lujo usar aquella prenda tan representativa de la cultura boliviana.
Dado que en el pasado, quienes usaban pollera eran sometidos a un sinfín de formas de discriminación, incluida la negación a estudiar, aquel pequeño gesto simbólico era la forma de mostrar a sus ancestros que ellas, con polleras, podían conquistar el mundo.
“Mi abuela nos decía que si íbamos a estudiar con pollera nos iban a discriminar, por eso yo me la he quitado”, agrega Ana Lia, sobre los prejuicios.
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Con dolor, recuerda que otros niños le gritaban que era una empleada, por el simple hecho de llevar pollera a la escuela.
Así, con el simple objetivo de alcanzar la cima, pero a su vez rompiendo con los roles y estableciendo un nuevo orden en la falda de la montaña, aquel grupo pionero alcanzó la cumbre del Huayna Potosí luego de 10 horas de ardua escalada el año 2015.
“Tardamos más de lo normal”, dice entre risas, con sencillez y simpatía. Analía es de mediana estatura, tiene la piel tersa y tostada por el sol con unos bonitos ojos café oscuro que brillan desde el otro lado de la pantalla en la videollamada con el equipo de Verdad con Tinta.
La joven comenta que luego de esa vez, volvieron a escalar “varias” veces más y “algunas” decidieron emprender el viaje para convertirse en guías.
«Teníamos que hacer nuestras necesidades en una bolsa».
Ana Lia Gonzales
Ella, al igual que sus compañeras, está orgullosa de todas las cimas que alcanzó en su vida, no solo de las montañas, sino de las cuestas que le tocaron escalar a lo largo de su vida: para ir al colegio, para formarse y para ser mujer indígena, con todo lo que ello implica.
Tras fijar los ojos en el Huayna y haber conquistado la cumbre, las mujeres se propusieron llegar al Aconcagua, la montaña más alta de Latinoamérica. Y así lo hicieron. “Un amigo español nos ayudó a financiar el viaje”, cuenta Ana Lia.
Escalar en Aconcagua fue difícil, solo dos de las cinco cholitas que emprendieron viaje llegaron a la cima. «En la última etapa teníamos que hacer nuestras necesidades en una bolsa, y cargar nuestros desechos cuesta arriba», dice ilustrando el lado adverso de la experiencia. Sin embargo, la vista desde lo alto, valió la pena.
- Del Aconcagua a la pantalla grande
El viaje al Chile para conquistar el Aconcagua fue financiado por una productora española que decidió documentar la aventura de las autodenominadas “Cholitas Escaladoras”. Aunque son escasos los detalles que se conocen sobre el proyecto audiovisual, Analía espera que pueda ser presentado a finales de 2019 o a principios de 2020.