Las mujeres de la primera ola feminista, aquellas que lucharon por el voto femenino y la reivindicación de los derechos de la mujer, no podrían creer que la segunda ola del feminismo es una lucha por la supervivencia.
Llamame al llegar. No vuelvas sola. Camina por donde hay luz. Si sientes que te siguen, corré. Denúncialo. No es tu culpa. Rompe el círculo de la violencia. No es normal. Va en aumento. Denúncialo. Andá a la fiscalía. Pon una orden de restricción. Sacá foto a la placa del taxi. Pedí el botón antipánico. Que no te violen. Si va por otro camino, gritá. Hay una ley. Buscá una abogada. llegá temprano. Llegá.
El lenguaje de las mujeres es un lenguaje cargado de miedo y de medidas de protección como principal medida de supervivencia.
“Escribime al llegar”, fueron las palabras que escuché gritar a una niña de 12 años a su amiga de la misma edad, cuando ésta se subía a un taxi. El temor no discrimina y desde chiquitas aprendemos a cuidarnos en manada. Nos enseñan a cuidarnos. Tenemos que cuidarnos. Y es que sí, es probable que no llegue, o que no llegue con la inocencia intacta. No lo digo yo. No lo dicen ellas. Y no lo decimos nosotras. Lo dicen las cifras.
Los números limitan el mundo y lo describen. Los números nos dicen que no estamos locas y que no exageramos, como muchos quieren hacer creer. 4 niños son abusados sexualmente cada día, una mujer desaparece cada día, 60 feminicidios en lo que va del año, una niña emborrachada y violada en conjunto, una joven violada en manada por sus “amigos”… y podría seguir.
“¿Quién nos protege?”- Pregunté-.
“ El Estado”- me respondieron-.
Pero un Estado que no ayuda de forma eficiente a las víctimas de violencia, condenándolas a una muerte segura, es un Estado tan feminicida como el agresor. A principios de mayo, Carmen murió en Trinidad a manos de su pareja. Ella había puesto una denuncia por violencia y tras una conciliación que lo puso en libertad, él no dudó en poner fin a su vida. Carmen murió con la tinta fresca del papel en sus manos. Un papel que no la protegió.
Como ella, cientos de víctimas mueren con una orden de restricción en la mesita de noche, o con la denuncia en el bolsillo.
Entonces, ¿dónde está el Estado y sus botones antipánico? Pienso en Carmen y tengo miedo. La muerte tiene nombre de mujer. El dolor tiene nombre de mujer. Pienso en Zulema, asesinada en un hotel de Villa Tunari y pongo llave a la puerta cada que viajo.
La lucha por la supervivencia individual, ante la falta de la protección institucional, se ha convertido en una lucha colectiva bajo el lema #Niunamenos. No hay mujer que no se identifique con el enunciado.
Pero es evidente que la brecha se ensancha, Una brecha entre la cantidad de normativas de protección existentes y la falta de eficacia del papel, mientras el feminicidio se convierte en tema de charla cotidiana en Bolivia y mientras encabezamos los índices de violencia del continente.
El autor material debe ser tan condenado como la responsabilidad institucional.