¿Cuánto tiempo le tomó preparar esta investigación?, es la pregunta que surge respecto al trabajo presentado en la ciudad de Nueva York, en la Segunda Conferencia Mundial de Investigadores en Temas Iberoamericanos. “Desde mis cuatro años”, responde María Antonieta García Meza con una mirada dulce, pero fija, que perfora el cristal de sus lentes.
Y es que hablar de su trabajo académico “Estudio de la Música Boliviana”, es también hablar de su vida alrededor de las teclas del piano. Son una unidad indisoluble y complementaria al mismo tiempo. Una gota de agua que se multiplica frente al espejo.
La música llegó a su vida en su infancia, tal como sucedía en las tradicionales casas sucrenses de antaño, en las que los nietos se amontonaban un par de veces a la semana en casa de los abuelos, esperando recibir la lección por parte del maestro.
“Me encantaban los sonidos… que sonido tan agradable que tiene el piano”, dice con espontaneidad. Su madre también tocaba el instrumento a la perfección, María Antonieta asegura que lo podría haber hecho también a nivel profesional, pero el contexto era otro.
Sin embargo Antonieta era ambiciosa, la motivaba el deseo de no quedarse atrás y pronto supo que la música sería aquel motor que impulsaría infaliblemente su vida.
“Mi mamá me decía: ‘te vas a comer tus teclas’”, cuenta la pianista desde su altillo con vistas al Parque Bolívar. “Esa era la idea que había, que uno iba a perecer porque estaba estudiando piano”, agrega. Pese a las dudas de sus progenitores, finalmente ingresó a la Normal de Sucre a estudiar para ser maestra de música.
Fue en esa etapa cuando la curiosidad despertó en ella la poderosa arma de la investigación, la cual la llevaría a codearse con intelectuales de talla internacional y a ser reconocida mundialmente por su significativo aporte para el rescate de la música boliviana.
En medio de sus estudios sobre Schubert, Schumann, Chopin y Beethoven, aquella joven estudiante se cuestionaba dónde estaban los músicos y compositores bolivianos. Reclamaba una identidad musical que no existía o que no era reconocida. Y eso, desde su punto de vista, tenía que cambiar.
“Nuestros maestros no estaban en su momento, porque si llegaban ahora, la cosa sería diferente”, lamenta mientras explica que era muy difícil que los músicos locales de los primeros años de la república se dieran a conocer, porque la comunicación era más difícil y priorizaban a los pianistas que llegaban de Europa. Pero ella estaba dispuesta a saber más sobre los compositores nacionales y rescatar su legado.
Aquella idea se plantó en su cabeza cual semilla en tierra fértil, y no dudó en empezar a seguir el trazo de los compositores bolivianos de piano de la época republicana, con el fin de preservar el patrimonio musical del país.
“Empecé con Roncal porque ha sido un ícono en Sucre, musicalmente hablando”, cuenta sobre Simeón Tadeo Roncal Gallardo, hijo del maestro de capilla de la Catedral Metropolitana de La Plata, quien por su talento, según registros históricos, ya a sus 9 años era organista de la Catedral de Sucre.
El trabajo de María Antonieta se centró en rescatar las partituras de las composiciones de catorce artistas bolivianos, entre los que se encuentran: Simeón Roncal, Pedro Ximenez Abril y Tirado, José Lavadenz y Humberto Hiporre Salinas, entre otros. En total fueron 396 temas rescatados de la oscuridad, para introducirlos en el imaginario cultural de Bolivia, creando una identidad musical propia.

La pianista viajó por todo el país siguiendo el rastro de las partituras- que en muchos casos se encontraban literalmente tiradas en una pila de basura- para comprarlas y salvar su contenido. “Mi intención siempre fue que esa música no se pierda”, insiste.
Pese a sus esfuerzos, explica que mucho material ya se perdió o continúa en riesgo de desaparecer. Como anécdota, cuenta que José Díaz, sobrino de un sacerdote potosino, le abrió las puertas a un archivo personal del sacerdote en el que había documentación con mucho valor no sólo en cuanto a música, sino también en cuanto a historia y apuntes de la vida de aquellos años de la vida republicana.
Díaz fue de gran ayuda cuando María Antonieta trabajaba en los discos de los autores de la región altiplánica, pues le daba acceso a aquellas cuevas llenas de partituras y escritos para que buscara la información necesaria, pero al fallecer, los familiares de José Díaz, buscando librarse de aquellas pilas a las que consideraban basura, las vendieron a una fábrica de papel.
“Tres habitaciones inmensas, probablemente se volvieron papel higiénico”, dice aún atónita, empujando sus lentes contra la nariz.
Las condiciones de las partituras no siempre eran óptimas y no siempre llevaban el nombre del autor, por lo que García Meza tuvo que hacer un trabajo de investigación muy metódico para llenar los espacios que el tiempo quería dejar en blanco.
“Tuve que hacer estudios muy intensos de armonía para incluso poder cubrir algunas partes que se borraron, sin desfigurar la melodía”, dice sobre la titánica labor que desempeñó durante años.
La investigación Estudios de la Música Boliviana está compuesta por dos tomos, uno sobre los compositores de los valles y otro de los compositores de la región andina. María Antonieta espera lanzar el próximo año un tercer tomo, abarcando a los compositores de piano del oriente.
Debido a su importancia a nivel académico, este trabajo le valió a la pianista varios reconocimientos nacionales e internacionales, el más reciente en agosto de este año en Nueva York, donde presentó su tesis en la Biblioteca Pública de Nueva York, en el Museo Metropolitano y la Universidad de St. John. Sin embargo, la maestra lamenta que las instituciones del país aún no se involucren lo suficiente para proteger el patrimonio musical de Bolivia, con todo lo que aquello implica.