Era el día 7 de enero del año 2020, y en el país ya se registraban 9 feminicidios. Un promedio de 1,12 mujeres asesinadas por día posicionaban a Bolivia en el trono de la violencia extrema hacia la mujer, pero poco se decía de los 685 casos de violencia física que había registrado el Instituto de Investigaciones Forenses durante aquella misma primera semana del año, ni de los 163 casos de violencia sexual. Los números estaban ahí y describían la realidad por sí solos.
Asfixia, armas blancas y golpes, eran palabras presentes en los informes forenses.
Para el día 14, la segunda semana del año, la cifra ya ascendía a las 12 víctimas. Hoy, el país supera los 20 feminicidios en lo que va del año.
La lucha contra la violencia se encaró con fuerza desde los colectivos sociales y feministas del mundo, y Bolivia no fue la excepción. “Ni una menos” se convirtió en un grito desesperado ante las ineficientes o inexistentes políticas estatales para bordar el problema como lo que es: un problema.
La causa fue sumando cada vez más adeptos, hasta que finalmente se sumaron ellos, los que sentían que eran parte del problema, pero querían ser parte de la solución.
Ellos, lejos del fútbol, el sexo, el jueves de “frater”, y otros estereotipos asociados al macho boliviano, asumieron la responsabilidad y el desafío de hacer una deconstrucción de su carga patriarcal, como una forma de luchar contra la violencia hacia la mujer.
Se denominan “Autoconvocados” y aseguran que no buscan ser protagonistas de una lucha que encabezaron las mujeres desde hace muchos años, pero sí quieren acompañarla; desde donde pueden y desde donde les toca.
Son apenas unos 15, pero de a poco, buscan hacer crecer su manada ‘deconstructora’, cuyo objetivo es generar debate a partir del cuestionamiento, partiendo de una interrogante principal: ¿de qué hablamos los hombres?
“Decidimos juntarnos y nos movilizamos con más hombres”, explica Wim Kamerbeek Romero, uno de los organizadores de la plantada y posteriores talleres que se dieron en la ciudad de Sucre, como en otras ciudades del país, entre el 20 y 21 de enero, en respuesta a la ola de feminicidios que marcó los primeros días del año.
“Intentamos interpelar a los hombres respecto a sus propias actitudes”, agrega el joven politólogo sobre los talleres que llevaron a cabo, en los que desde la teoría y lo académico, intentaron sentar algunas bases que permitan reflexionar cómo el patriarcado y el machismo inciden en la violencia, más allá de la frialdad de las cifras y estadísticas que con el tiempo quedan solo como lo que son… números.

A grosso modo, el patriarcado es un sistema de organización social hegemónica cuya autoridad se reserva exclusivamente al hombre.
El machismo, por su parte, es la ideología del patriarcado,la cual se replica en un conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias, destinadas a promover la superioridad del hombre respecto a la mujer en las relaciones sociales, familiares o de pareja.
Se trata de una visión androcéntrica de ordenar al mundo, en el que los hombres gozan de privilegios por el simple hecho de ser hombres. Un orden social naturalizado a lo largo de los años, creado para machos “bien machos”.
El sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002+) describiría al orden social como “una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya”.
La división sexual del trabajo, la asignación de roles y hasta la distribución de espacios que ocupan el hombre y la mujer, responden a ese orden “natural” que siempre termina privilegiando al hombre.
Las chicas a la casa y los machos al bar. “Es lo natural”, diría el patriarcado.
Le pese a quien le pese, el patriarcado durante siglos puso a los hombres en una situación privilegiada y de poder con respecto a las mujeres, dando paso a actitudes machistas que poco a poco fueron solventando la violencia. Según cifras de la Encuesta de Prevalencia de la Violencia, en Bolivia, 6 de cada 10 mujeres que tienen o tuvieron pareja, fueron víctimas de algún tipo de violencia.
Sin embargo, ese privilegio del que gozaron, hoy, para muchos, se traduce en una carga que recae sobre sus hombros.
Es cierto que el machismo hizo daño a miles de mujeres, pero también a millones de hombres. “¿Porqué los hombres no pueden llorar?”, se cuestiona un autoconvocado, reflexionando sobre la asignación de roles de género y estereotipos que solventan el machismo en detrimento de hombres y mujeres.
Los hombres no solo no lloran, sino que son “machos”, son fuertes, no tienen sentimientos, no responden a la monogamia y visten de azul. Esas son las reglas con las que se manejó la identidad masculina durante años, para ejercer su poder.
En la vereda del frente, quedaban ellas: las sumisas, las que se quedaban en casa, las que lloraban, las que eran débiles y vestían de rosado.

“Más allá de sentir empatía por las mujeres y por lo que les está pasando, hemos empezado a discutir temas que conciernen a los hombres como tal”, asegura el Autoconvocado Alejandro Barrios, quien cree que los roles asignados a la identidad masculina también dañan a los hombres. Desde su punto de vista, la responsabilidad asignada al hombre como proveedor de la familia, entre otras, es un peso.
Rolando Encinas, representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Chuquisaca- UNFPA-, asegura que ese rol de proveedor asignado al hombre, si bien es una carga, le permite ejercer poder sobre la mujer que finalmente, puede derivar en violencia.
Entonces, ¿qué hacemos? Romper con las estructuras y roles establecidos, no es fácil, pero es un desafío que busca encarar poco a poco el grupo Autoconvocados, con el diálogo y la educación como su principal herramienta de deconstrucción.
“Se tiene que dialogar y debe ser una responsabilidad compartida”, acota Encinas, sobre el rol de hombre como proveedor de la familia, así como sobre otros roles que deben empezar a deconstruir.
La identidad, es otro tema que se debe trabajar, tanto la masculina como la femenina. Esos atributos asignados a cada uno de ellos. “Las niñas no escalan, no corren rápido, son débiles”.
“El hombre es torpe, agresivo, poderoso, valiente…”.
Al respecto, los autoconvocados aseguran sentirse desbordados por el peso de otros atributos vinculados a la identidad masculina en los últimos tiempos, las más recientes: ser violadores o asesinos.
“Los hombres no matan, matan los asesinos. Los hombres no violan, violan los violadores”, aclara al respecto un hombre, que si bien no es autoconvocado, se siente consternado por la generalización de esta identidad masculina nociva.
Entonces, ¿qué hacemos? Educación, educación y más educación.
“Venimos de una sociedad cuya educación ha sido bien diferenciada a través de roles, lo que se llama sexismo.Tú eres hombre, juegas con carritos, vistes de celeste, no lloras, no expresas sentimientos… y a las mujeres lo propio”, expresa Mauricio Bustamante, coordinador de la Unidad Revolución del Conocimiento y miembro del grupo, asegurando que desde la casa, se puede contribuir a romper con los roles y las identidades asignadas a lo masculino como a lo femenino, y que hoy tienen tanta incidencia en la violencia.
Un Estado de hombres, con agenda de machos
Desde que en Bolivia se empezó a hablar de violencia y machismo, se abrió una brecha profunda entre la cantidad de normativas de protección existentes y el insuficiente presupuesto, los pocos esfuerzos estatales como la escasa creatividad para encarar el problema, evidenciando que el Estado sigue teniendo una visión machista.
Durante años, el Estado fue un espacio de hombres, desde donde se ejercía el poder. Aunque se tiene ahora una fuerte presencia femenina en el espacio público, incluida la presidencia, el patriarcado sigue vigente en su estructura.
“Para mí, la diferencia fundamental es que el patriarcado es un sistema, pero que además se aplica en la colectividad, por eso el rol del Estado y de otras instituciones es importante, porque abarcan colectividades grandes”, interviene Alejandro Barrios, desnudando uno de los eslabones más sensibles de la cadena: el institucional.

Para Mauricio Bustamante, no es casualidad que los puestos ocupados por las mujeres no solo sean de menor jerarquía, sino que los presupuestos destinados para atender sus demandas también son menores.
“La hipocresía del Estado viene desde hace mucho”, sentencia Bustamante, asegurando que no solo no se destinan suficientes recursos para luchar contra la violencia y otras causas que embanderan las mujeres, sino que tampoco se trabaja una agenda femenina, abordando temas como el aborto o la violencia obstétrica.
“Hay una ingenuidad en Bolivia de pensar que lo legal soluciona temas que son mucho más estructurales”, acota al respecto Wim Kamerbeek. Y es que a siete años de la aprobación de la Ley N 348 para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia, el país ya ronda los 700 feminicidios, solo por mencionar la forma más extrema de violencia hacia la mujer.
La violencia también viene de mano de la institución, no solo con ejemplos como los del gobernador de Chuquisaca, Esteban Urquizu Cuéllar, quien fue filmado dando una nalgada a una colega, o como los del exmandatario Evo Morales Ayma, quien aseguraba que Evo “cumple”, para hacer alusión a una conducta sexual; también se ve reflejada en los juzgadores, quienes imparten justicia con el peso del patriarcado a cuestas.
Solo basta recordar que un juez liberó con medidas sustitutivas a un hombre acusado de violar y embarazar a su hijastra, quien al salir de la cárcel volvió a vejar a la víctima dejándola en cinta por segunda vez.
“A veces tanto fiscales, jueces y policías tienen una perspectiva machista, no siempre se cree todo lo que dice la mujer”, dice al respecto Rolando Encinas, enfatizando que desde UNFPA trabajan “constantemente” en talleres en el órgano judicial para que las autoridades tengan la sensibilidad, conocimiento y posibilidad, de juzgar con una perspectiva de género.
Lo cierto es que el camino es largo, falta educación, sensibilización y equidad, pero ahora muchos de ellos quieren ser parte de la solución, para deconstruir el problema.