Nos está tocando vivir una guerra desigual y perversa: el ataque del coronavirus.
De la noche a la mañana el mundo se ha visto atacado por un virus silencioso y mortal, para el que no hay vacuna.
Y como ante el Covid-19 todos somos iguales, no nos queda otra alternativa que estar encerrados en casa para evitar el contagio ya que el virus se expande como telaraña y nos amenaza como la espada de Damocles.
Esta experiencia inédita nos ha dejado boquiabiertos. No es fácil para los bolivianos estar encerrados las 24 horas del día y solo poder salir una vez por semana a comprar alimentos o medicamentos.
Ya nos lo anuncio el visionario Bill Gates, el mayor filántropo en salud.
El año 2015 el fundador de Microsoft ofreció una charla en la que aseguró que la mayor amenaza para la humanidad no era un misil o la bomba atómica, sino un microbio.
Días atrás respondió a unos internautas y dijo que el mundo ignoró las señales de que esta pandemia podía suceder y que podía aparecer en algún momento.
Aseguró que la tecnología para la investigación existe, pero que es necesario invertir de forma adecuada. Que se están haciendo investigaciones con el plasma de personas recuperadas cuyos anticuerpos podrían servir.
También dijo que un fármaco podría estar disponible antes que una vacuna, pero que no estaría listo hasta dentro de un año y medio.
El hecho es que nos está tocando resistir a un enemigo invisible y nos toca adaptarnos a nuestra nueva realidad. El ser humano ha atravesado situaciones peores. En pandemias anteriores morían poblaciones enteras.
Cumplimos las instrucciones del gobierno como soldados por el enorme apego que tenemos a la vida, que es tan frágil.
El gobierno boliviano ha tomado medidas extremas que son positivas porque en caso de que el virus nos ataque, como a Italia y España, no podría atender todos los casos.
Esto es a raíz de que Evo Morales dejó un sistema de salud publica inadecuado. Gastó el dinero en cosas innecesarias y no en lo más importante, que es la educación y la salud.
Ante el panorama siniestro que vemos a diario en los medios -que si bien nos informa y nos recuerda de tomar precauciones- nos asfixia. Es conveniente ser selectivos con la información.
Siempre he pensado que los hechos pasan por algún motivo, que muchas veces no comprendemos al principio. Luego, sin embargo, nos llega sola la explicación.
La humanidad será otra después del coronavirus.
Esta dura experiencia nos plantea enseñanzas. Probablemente sea una llamada de atención que nos da la vida y nuestra madre tierra a la que tenemos tan maltratada.
Nuestros planes inmediatos quedaron truncados, pero nunca es tarde para rearmarlos. Y nuestra rutina ha sido reemplazada por una más dura.
El encierro es difícil porque el hombre es esencialmente sociable y esta situación nos ha privado de libertad.
Debemos, sin embargo, tomar las precauciones para evitar el contagio, resistir el encierro con serenidad, y reinventarnos con imaginación para entretenernos. Si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros.
Nos toca ser solidarios y empáticos con los ancianos, los vecinos, con los que tienen escasos recursos y, principalmente, con los solitarios.
Es nuestra obligación salir fortalecidos moral y espiritualmente, pero ante todo ser resilientes, que tengamos la capacidad de sobreponernos ante la adversidad y sigamos proyectando el futuro sin barreras; ya que después de esta experiencia no podremos ser los mismos. Caso contrario, nuestro paso por la vida habrá sido insignificante.