En la última semana se ha dicho mucho sobre el decreto que autoriza al Comité Nacional de Bioseguridad a establecer los procedimientos abreviados para la evaluación del maíz, caña de azúcar, algodón, trigo y soya genéticamente modificados, para el consumo interno y exportación.
Al mismo tiempo, el aumento de los focos de calor en abril y mayo, cuando generalmente se dan en agosto, también ha copado los titulares de los últimos días. Pero lo que pocos han mencionado, es el riesgo medioambiental que conlleva la relación entre todos estos elementos.
Según reporta la ONG Biodiversidad, el 2003 ingresaron las primeras semillas transgénicas al país, logrando consolidar su presencia en el mercado agrícola entre 2005 y 2006 .
Para el año 2014, según un informe de la ONG Rebelión, el 99% de la soya del país ya era transgénica, y hacia 2017 apenas un 0,4% de la producción era convencional.
A su vez, entre 2001 y 2017 la importación de agroquímicos, los cuales son utilizados principalmente en cultivos transgénicos, aumentó un 150%, lo cual, de alguna forma, solventa el porcentaje de transgénicos que se producen en el país mencionado anteriormente.
Ahora, más allá de las modificaciones genéticas y el uso indiscriminado de pesticidas que pueden producir daños a la salud, los cultivos transgénicos tienen una fuerte incidencia en el medioambiente debido a la deforestación.
Según las organizaciones no gubernamentales (ONG’s) mencionadas anteriormente, entre 1991 y 2016, la expansión del cultivo de soya en Bolivia ha significado la deforestación de más de un millón de hectáreas de bosque.
En la actualidad, la tasa anual de deforestación ronda las 350 mil hectáreas y el país tiene 5 millones de hectáreas cultivables, de las que se utiliza aproximadamente 3,5 millones. Es decir, la habilitación de tierras supera la capacidad productiva.
“El problema de los transgénicos en este caso en particular, que es un grano tolerante a la sequía ( el HD4), es que eso implica que lugares que antes no eran vistos por los agricultores como lugares para sembrar, ahora si serán observados”, explica al respecto Iván Arnold Tórrez, director de la organización Naturaleza, Tierra y Vida, más conocida como Nativa.
En tiempos en los que Bolivia se ve cada año amenazada por la magnitud de sus focos de calor, la deforestación implica echar leña al fuego.
“Es un riesgo para los bosques que van quedando, porque eso va a permitir que ahora se pueda sembrar en lugares donde antes no se sembraba”, enfatiza Arnold, quien critica que se continúe deforestando, cuando en realidad hay más tierras habilitadas que cultivos.
La relación con los focos de calor
Hasta el 19 de abril del 2020 Bolivia registró 3.368 focos de calor, batiendo su propio récord y posicionándose como la cifra más alta de la última década, según los datos del Reporte Oficial de Focos de Calor e Incendios Forestales del Ministerio de Medio Ambiente y Agua.
Hasta abril, Santa Cruz tuvo 2 664 focos de calor, Beni 319 y Tarija 285, posicionándose como los departamentos más afectados en lo que va del año.
La realidad parece ser similar en todas partes; el Chaco paraguayo, pese a que aún estamos en época húmeda, está sufriendo una de las peores sequías de los últimos 50 años.
“De la frontera a 100 kilómetros, ya estamos con este estrés hídrico”, dice acotando que la zona del Chaco que se encuentra entre Bolivia y Paraguay, es la más afectada por el estrés hídrico.
“Hay un riesgo de fuego bastante fuerte”, asegura el profesional, y aunque aún no se han presentados focos de calor en la parte tarijeña del Chaco, otras regiones ya fueron víctima del fuego.
Arnold asegura que dadas las condiciones climáticas, este año será tan complejo como el pasado, en cuanto a los incendios.
La baja humedad característica de los meses de julio y agosto, sumado a un aumento en las temperaturas, que generalmente se registran en el octavo mes del año, suelen propiciar el escenario ideal para la propagación de los focos de calor. Sin embargo, lo que llama la atención es que en los últimos años, y particularmente este 2020, este panorama se ha estado registrando de manera precoz entre abril y mayo.
En la carrera contra los focos de calor, los bosques cobran especial relevancia debido a su capacidad de absorber agua y mantener la humedad de la tierra cuando este recurso comienza a escasear en la época seca .
Es en este escenario en el que la aprobación de granos transgénicos se convierte en un peligro ambiental y en más leña para aquellos focos de calor que desde hace años ponen en riesgo el patrimonio natural de los bolivianos y del mundo.
De hecho, en el marco internacional, los cultivos de soja son el factor que ha impulsado la alarmante deforestación que vive la Amazonía brasileña, llevando a verdaderas catástrofes medioambientales, como el incendio del año pasado.
Según Greenpeace, “en los últimos tres años se han destruido 70.000 kilómetros cuadrados de selva amazónica, el equivalente a 6 campos de fútbol por minuto. Gran parte de esta destrucción se debe a la expansión de los cultivos de soja”.