A raíz del éxito de películas estadounidenses como James Bond 007: Spectre del año 2015, y Coco, del 2017, fue que la festividad del Día de Muertos ganó un reconocimiento mundial por sus coloridas decoraciones y las representativas catrinas.
Pero fue en el mismo México donde parte de la población necesitó un par de películas extranjeras para apreciar esa parte de su cultura.
Para dar a conocer qué hay detrás de este fenómeno -y algunas de las similitudes y diferencias con Todos Santos en Bolivia- Verdad Con Tinta entrevistó a Viviana Gonzales.
Ella, escritora y poeta paceña, cuenta desde México cómo se viven los últimos días de octubre y los primeros de noviembre; ofreciendo un retrato más profundo y recordando las tradiciones que empapan las mismas fechas en Bolivia.
Tradición y mito
La fuerza de la tradición varía dependiendo la región de México: en el sureste es donde más se mantienen las costumbres; en el centro también, pero de una manera propia de las ciudades grandes como México D.F, es decir, sin invitar a gente a las casas, algo más individual, o tal vez rutinario. Mientras, en el norte, la influencia de “Halloween” es fuerte y opaca lo folclórico, tal vez por la cercanía con Estados Unidos.
La región de Oaxaca es la que más mantiene las tradiciones.
Las fechas mencionadas a continuación varían según la región.
La celebración es así: el 28 de octubre se arma un altar con la primera veladora, o vela, que está destinada a todos los muertos por accidentes, no solo aquellos “propios” de la casa, sino los ajenos por igual.
Además, esa fecha se dedica también a los “muertos olvidados”, mientras que el 30 es para aquellas almas que se encuentran “en el limbo”.
En México el primero de noviembre “llegan” los niños y el dos los adultos. En Bolivia, por su parte, todos “llegan” juntos el primero y se van el segundo día de noviembre.
Los altares y casas se llenan de opal, una especie de incienso utilizado en los rituales de las culturas mesoamericanas, mayormente relacionado con la muerte, así como de cempoalxóchitl o cempasúchil, que en náhuatl significa “veinte flores”.
Con estas flores amarillas se forma un sendero desde la puerta de la casa hasta el altar, para guiar a las almas que llegan desde el Mictlán.
Para los mexicas, el Mictlán es el inframundo, no se debe confundir con el infierno, puesto que el Mictlán no simboliza nada negativo.
Es un recorrido de nueve niveles que los muertos deben realizar antes de encontrarse con Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, el señor y la señora del inframundo.
En el primer nivel, el Chiconahuapan o Itzcuintlan -lugar de perros- el muerto se encuentra con un xoloitzcuintle, un guía en forma de can -representado en la película Coco- que ayudará al muerto a cruzar un río, la primera “prueba”.
Los siguientes ocho niveles, cada uno con su nombre, significan para el muerto enfrentarse a montañas que chocan entre sí: pedernales filosos, cuchillos de obsidiana que lo atacan, vientos, saetas perdidas en batallas, un jaguar que comerá su corazón y una laguna de aguas negras.
Finalmente se llega al noveno nivel: el Chicunamictlan, donde deberá pasar por nueve aguas.
Para entonces, cada nivel ha despojado de algo al muerto. Así, él se encuentra con Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl en su estado más puro, ha sido despojado de todo lo que lo hacía humano, siendo ahora solo un alma.
El viaje por los nueve niveles del Mictlán dura cuatro años. Durante ese periodo es que originalmente se hacía el altar para el difunto. Una vez terminado el viaje, se dejaba el altar, pues el muerto ya no necesita las ofrendas para superar los niveles.
Sin embargo, con la llegada de los españoles, las tradiciones y ofrendas se modificaron. Se volvieron anuales y las culturas mesoamericanas tuvieron que encontrar la manera de mantener vivos sus rituales y ofrendas camuflándolos en los rituales cristianos. Hoy se tiene el resultado de ello.
A diferencia de las creencias cristianas, lo que se hace en vida no define a dónde se va luego de la muerte.
En la cultura de los mexicas, la forma de morir es lo que define el destino del alma, por ello hay tres destinos además del Mictlán: el Tlalocan, donde se va si la muerte es causada por agua o un rayo; el Tonatiuhihuícac, destino de los guerreros y parturientas; por último, el Chichihuacuauhco, reservado para los bebés fallecidos durante el parto. Al Mictlán van los fallecidos por muerte natural.
Veladoras, calaveritas y cosecha
Previo a la colonización, el altar para un difunto se mantenía los cuatro años del “viaje” del muerto, no había una fecha específica para celebrar.
Según cuenta Viviana, las actuales fechas en que se arman los altares están relacionadas con la época de cosecha.
Explica que la fiesta es “un culto a la vida y a la muerte”. “Sí, hay temor del mexicano por la muerte, pero por la herencia de las culturas mesoamericanas, la entiende como un hecho inevitable. No la niega, las acepta”, indica la escritora.
Los altares están compuestos por los siguientes elementos: los ya mencionados copal, cempasúchil y veladora, así como también una foto del difunto, papel y petate. También acompañan un xoloitzcuintle -para los niños mayormente-; agua, dado el agotamiento por el viaje desde el Mictlán; comida y bebida según el gusto de los muertos, así como pan de muertos, que es un pan dulce.
En México, el pan es menos común que en Bolivia, pues las tortillas ocupan su lugar.
Otros elementos de la época -no de los altares- son las “calaveritas”, aunque según Viviana son cada vez menos comunes. Estas son figuras literarias que se dedican a una persona, el tema de la muerte es recurrente.
Paralelismos
Bolivia y México están separados por 6.130 kilómetros; sin embargo, en ambos países se comparten ciertas características, más aún cuando se habla de Todos Santos y El Día de Muertos.
Por ejemplo, Viviana identifica un predecesor de las tradicionales “tantawawas” en la Italia alrededor del siglo XVII.
“Se hacía una especie de ‘hueso de santo’, una pasta dulce de almendra con formas de animalitos”, explica.
Con la colonia, esa tradición llega al continente y, con sus variaciones, se consolida.
“En el caso de México, comienzan a hacerse en Veracruz con forma de animales y muñecos, se las llamó ‘bambollas’. Vendrían a ser prácticamente nuestras tantawawas”, concluye.
En México a las almas adultas se les suele poner mezcal en el altar, mientras que en Bolivia se hace con cerveza o singani, dependiendo del lugar. Otra similitud radica en la preparación de la comida favorita del difunto par ala mesa.
Si bien el mito indígena no está tan presente en Todos lo Santos, como en el Día de Muertos, la mitología inca divide el mundo de una manera algo similar a la de los mexicas con el Mictlán.
Según la cosmovisión inca, la división se daba así: Hakaq Pacha es el mundo del más allá; Hanan Pacha, el mundo de arriba; Kay Pacha el mundo de aquí; y Uku Pacha, el mundo inferior.
Pero también hay diferencias
Día de Muertos es una celebración colorida en México; en Bolivia, la paleta de colores se reduce a negro, blanco y morado, por lo general.
En cuanto al altar, o tumba, dependiendo la zona, también se comparten algunos elementos.
Según el lugar, en Bolivia se le puede añadir una escalera de pan para facilitar el descenso del alma; se abren puertas y ventanas para darles paso a la casa; la caña de azúcar también está presente.
Apuntes
- La película de “James Bond, Spectre: 007”, muestra un desfile de Día de Muertos en los primeros minutos. Viviana comenta que dicho desfile no existía hasta antes de la película, dado que la celebración de la fiesta no se hace mucho en comunidad.
- También añade que la película “Coco” ofrece una completa representación del modo de ver a la muerte, pues fue hecha con la ayuda de antropólogos y conocedores de la cultura mexica, pero aclara que sí tiene elementos de ficción.
- Ambas películas de Hollywood fueron las que hicieron que parte de la población mexicana empiece a valorar esa parte de su cultura. Viviana lamenta que en México se deje de lado o se menosprecie todo lo indígena y que sean películas extranjeras las que resalten esa festividad como su cosmovisión.
- Por las mismas obras cinematográficas, se popularizaron en los últimos cinco años las catrinas y toda su estética. Sin embargo, estas tienen poco que ver con las culturas mesoamericanas previas a la colonia. La primera fue La Calavera Garbancera, pintada por José Guadalupe Posada en 1910 y popularizada por Diego Rivera, esposo de Frida Kahlo.
- En 2008 la Unesco declaró al Día de Muertos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.