Susana Guerra es la impulsora de este proyecto que en pocos años, y en medio de la pandemia, ha logrado consolidarse en el mercado boliviano y ha brillado con cuatro estrellas en el extranjero.
De Susana se pueden decir muchas cosas, pero dos aspectos fundamentales sobre ella, son su amor hacia el chocolate y su convicción de generar más oportunidades para las mujeres.
La dulzura de su chocolate está impregnada de su cálida personalidad; una capaz de traspasar el frío de la pantalla en una video-llamada. “Yo siempre he amado el chocolate y he querido aprender cómo se hacía”, dice a modo de iniciar su relato, mientras con espontaneidad va llamando a todas las mujeres que trabajan en la pequeña fábrica con sede en “la hoyada”, para que dejen ver su rostro a través de la cámara.
A los 43 años, Susana decidió que ya era tiempo de dejar de postergar su sueño, por lo que renunció a su trabajo y empezó a capacitarse en el quehacer del mundo de la chocolatería. Risueña, confiesa que desde temprana edad se sintió atraía hacia el chocolate.
Tomó cursos en Quito-Ecuador, Buenos Aires-Argentina, Atlanta-Estados Unidos y Madrid-España, ampliando y consolidando conocimientos en cada uno de ellos, hasta que finalmente decidió empezar con las primeras pruebas en 2018.
“Empecé con mis hijas Natalia y Adriana”, cuenta Susana con orgullo, pues Natalia trabaja con ella en la elaboración del chocolate como en la administración, mientras que Adriana se encarga del diseño y marketing de la marca. Pero al margen de su familia de sangre, pronto se fueron incorporando otras mujeres, formando la pequeña familia de la chocolatería, unida por el cacao más que por la sangre.
“El chocolate nos ha cambiado la vida”, dice Susana bromeando sobre la alegría y los kilos de más que les ha aportado, pero en el fondo, ella habla de un cambio más trascendental, pues la chocolatería se ha convertido en un lugar seguro para es mujeres y sus hijos.
Las trabajadoras de Ruah no solo han conseguido un entorno laboral estable y seguro, sino que han encontrado un lugar en el sus hijos gozan de esos mismo beneficios.
“Las trabajadoras pueden venir aquí con sus hijos, porque sabemos que dejarlos en casa a veces no es posible o no es seguro”, explica Susana. Así, la pequeña Jazmín y la bebé de Nancy -una de las trabajadoras- suelen frecuentar la fábrica cuando sus madres no pueden dejarlas en casa.
En sus dos años de vida, Ruah ha pasado de producir siete kilos al día a cincuenta; también ha ampliado su oferta de chocolates.
Además de los tradicionales chocolates blanco, negro y con leche, ofrece sutiles mezclas de sabores con café, matcha y menta.
«El chocolate nos ha cambiado la vida»
Susana Guerra
También tiene una línea de chocolates con stevia y otra “fit”, ideal para deportistas, ya que tiene concentraciones de cacao de hasta el 100% y no poseen azúcar.
En medio de la cuarentena, no solo que la chocolatería creció y se consolidó, siendo un desafío y un logro satisfactorio, sino que alcanzó su primer premio internacional, logrando el reconocimiento del Salón del Chocolate de San Francisco con cuatro estrellas.
“Fuimos el único chocolate latinoamericano ganador”, cuenda aún emocionada Susana.
Los chocolates de menta, matcha y el blanco tradicional, fueron reconocidos con cuatro estrellas sobre cinco, en el concurso de chocolate blanco realizado en Estados Unidos.
¿Cual es el secreto de su éxito? “Las mujeres tenemos el dulce que falta para hacer chocolate”, dice Susana, pero además, insiste en que su secreto es que es un negocio que ha nacido apoyado en su fe.
La mujer de tez blanco y pelo azabache se reconoce como católica y cuenta que inclusive el nombre de la chocolatería, nació de su “fe en Dios”.
“Un día estaba en misa y escuché una canción que me gustaba mucho, que mencionaba muchas veces la palabra Ruah”, continúa, “esa noche me soñé que la chocolatería se llamaba así, e inclusive soñé con las con las alas que nos identifican”, relata.
Susana cuenta que al despertar, les dijo a sus hijas que la chocolatería llevaría ese nombre, que significa “soplo de Dios”.
El “soplo de Dios” se ha convertido en un brisa de esperanza para el ramillete de mujeres que poco a poco se han ido sumando al equipo, entre ellas se encuentra Rosario Callancho, madre soltera de una niña de nueve años, quien asegura que ha encontrado un lugar en el que además de sentirse feliz laboralmente, puede estar tranquila como madre, al poder llevar a su hija.
La pequeña Jazmín confiesa que le gusta el ambiente de la chocolatería y disfruta de ayudar a armar las cajas para los chocolates cuando su mamá la deja.
Filomena y Nancy coinciden con lo expresado por Rosario y además aseguran ser fieles clientes de la chocolatería, llegando trocitos de alegría a sus casas para que sus familiares también disfruten del sabor de su trabajo.
Ruah poco a poco está llegando con sus productos a todo el país, aunque Susana confiesa que su meta este 2021 es lograr exportar su chocolate, pues no solo está segura de que tienen calidad de exportación, sino que se le han ido abriendo puertas en esa dirección a lo largo de los años. Eso sí, siempre manteniendo el componente 100% boliviano en su producción y enalteciendo el cacao boliviano en cada uno de sus productos.