Madre e hija recorren el centro tarijeño con una lata de leche vacía, con un cartel que dice “ayúdame a comprar internet para ir al colegio”.
¿Te gusta pasar clases?, pregunta la periodista. Sí, pero el internet es caro y mi mamá no siempre me puede comprar, responde la niña, mientras recibe los Bs 10 que le permitirán comprar alrededor de 500MB y, con suerte, pasar dos días más de clases.
Abrazada a su pequeña lata con una mano, y con la otra prendida a la mano de su madre, su realidad representa a la de miles de niñas en el territorio nacional, aunque ella pertenece a un grupo de privilegiadas, pues con esfuerzo, continúa estudiando.
Otras niñas no tienen la posibilidad de estudiar, pues tienen asignadas las tareas del hogar.
Aunque no hay cifras oficiales a nivel nacional, estudios realizados por organismos internacionales estiman que el 40% de los niños en el país tienen dificultades para acceder a las clases virtuales, algo que se agrava en las zonas rurales, donde además de menores ingresos, las familias tienen menos acceso a internet y a dispositivos tecnológicos.
Según el Índice de Progreso Social de Tarija del año 2020, el 96.8% de las personas tienen teléfono celular en este departamento, pero solamente el 35.8% de los hogares poseen internet.
“La virtualidad ha tenido un impacto más grande en las niñas y adolescentes, quienes son más vulnerables”, explica Carlos Jalil, director de Plan Internacional Tarija, un organismo no gubernamental que lleva 50 años en el país trabajando por los derechos de este sector.
Según encuestas realizadas por la organización, si bien en Bolivia hay una brecha marcada por el género a la hora de acceder a la educación, donde se prioriza la escolarización de los hombres por sobre las mujeres, en el área rural se suma la falta de acceso a la tecnología.
«Se ha romantizado la idea de que la niña debe incorporar las tareas de la casa a modo de juego, mientras el varón debe estudiar»
Mónica Céspedes
“Los roles de género han permitido un menor acceso relativo de las niñas con respecto a los niños”, asegura Jalil, quien explica que en familias en las que no hay más que un dispositivo para conectarse a clases, elige que se conecte el hijo.
Antes de la pandemia, los marcados roles de género mostraban la desigualdad de acceso a la educación. Mientras las niñas pelaban papas o ayudaban en los quehaceres de la casa, los niños estudiaban o jugaban en su tiempo libre.
La pandemia, desde hace casi dos años, ha ampliado esa brecha, pues ante la falta de recursos económicos para acceder a internet o la falta de dispositivos celulares o computadoras, se prioriza la escolarización de los varones.
En el área rural no todos los municipios cuentan con acceso a internet o este no es de buena calidad, mientas que en los hogares en los que sí hay internet, las niñas no tienen acceso a dispositivos o a recursos para comprarlo.
A este fenómeno se suma el hecho de que Bolivia tiene una de las tarifas de internet más caras de la región, con un promedio de 45,96 dólares mensuales por el servicio, según la página Cable.co.uk.
Aunque con mejores condiciones y mayor acceso a internet, en el área urbana la realidad no es muy diferente. Según explica Mónica Céspedes, abogada especializada en derechos humanos, de las mujeres, de la niñez y adolescencia, un estudio realizado en la zona urbana de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, devela una romantización de la desigualdad del acceso a la educación para las niñas, bajo la idea de que la mujer está “para el cuidado de la familia”. De esta manera, los roles de género marcan una vez más el destino de las niñas.
“En la encuesta las madres aseguraban que estaban compartiendo más con sus hijas mujeres, pero el lugar donde compartían era en la cocina, haciendo las labores de cuidado”, explica Mónica.
Consultadas por sus hijos varones, las mujeres aseguraban que ellos se encontraban jugando o realizando otras actividades, según la encuesta.
A ojos de las madres, sus hijas estaban “aprendiendo a ser mujercitas”, por lo que veían como algo positivo que ellas estén realizando labores del hogar, mientras sus hijos jugaban o descansaban.
“Lo complicado de todo es que cuando comenzaron las clases virtuales, cuando no había suficiente internet o dispositivos, se priorizaba la conexión del hijo varón”, relata Céspedes.
De esta manera se fue solventando aún más la idea de que el varón debe estudiar y la mujer realizar las labores de la casa a modo de juego, romantizando y naturalizando los roles de género.
“La hija mujer se debía excusar con los profesores, argumentando la falta de megas o de celular”, agrega la experta, quien asegura que la brecha de desigualdad, en tiempos de pandemia, se ha ampliado más.
En pleno siglo XXI, los roles de género siguen rigiendo el destino de las niñas, a quienes a modo de juego se les pretende hacer ver que hacer queques y cocinar es “de mujer”, mientras que el estudio no sólo es un privilegio para ellas, sino algo secundario y menos importante.
Las consecuencias para las niñas no sólo se limitan a la deserción escolar temporal, sino que es poco probable que retornen al ámbito escolar de manera definitiva. Con ello, sus oportunidades de realizar labores fuera del hogar se reducen, los roles de género se afianzan y las brechas de desigualdad en el acceso escolar para las niñas, se profundizan.
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