Cuando leemos reiteradamente de casos en los que los padres abusan sexualmente de sus hijos, los violentan o cometen parricidios se nos pone la piel de gallina, pues quienes naturalmente están llamados a proteger son los victimarios; contrario a todo entendimiento, incluso el animal.
Pero aquello se traslada también a otro nivel, la construcción y razón de ser del Estado se simplifica en la búsqueda de protección a los derechos humanos, para ello el Gobierno a través de todos sus órganos y niveles deben desplegar sus máximos esfuerzos. Pero, pero… resulta que es el mismo Estado el que viola derechos: utilizando la justicia como instrumento de revancha, venganza e instrumento de poder.
Lo mismo ocurre con el uso de la fuerza, empleada por la policía, convertida en violencia salvaje y desproporcional, en búsqueda de generar daños sin medir consecuencias, no se busca restablecer ningún orden sino acallar las voces del pluralismo, opacar detrás de gases el disenso y muchas veces la libertad, actuando como lobos salvajes tras sus presas.
En este relato, encaja lo que actualmente sucede en el país, que no es nuevo, pero no deja de indignar a muchos, irresponsablemente y sin ninguna humanidad se enciende la mecha de heridas , en vez de construir. Tratando de imponer una verdad maquillada aunque con ello se arrastren vidas.
A nivel internacional se cuentan con organismos y sistemas en búsqueda de la protección de todo ser humano frente al abuso de quien en teoría debe protegerlos: el Estado. Pese a los esfuerzos o avances, estas instancias no son suficientes, no es posible seguir postergando la paz, seguir leyendo como jóvenes pierden los “ojos” por pensar distinto, ya no queremos más mártires de la democracia, queremos un gobierno que no nos asfixie y no crea que es dueño del destino de millones de bolivianos que anhelamos la paz y el desarrollo.
El lobo no puede escudarse detrás del voto ciudadano que por cierto, se sustenta bajo un cuestionable sistema electoral bajo las sospecha de fraudulento.