Esse Ejjas:

Un pueblo colonizado por el Mercurio

Por: Mercedes Bluske Moscoso

Las nubes bajas y el cielo manchado con pinceladas de blanco y gris presagian la pronta lluvia en San Buenaventura, en el norteño departamento de La Paz.

Aunque el frío es atípico en aquella cálida región boliviana, la brisa de aquel primer día de mayo anuncia el ingreso de un frente frío y, con él, un invierno que se anticipa en todo el país. 

El río Beni, que separa San Buenaventura de Rurrenabaque, un turístico municipio en el vecino departamento de Beni, se mantiene indiferente al clima, ostentando su abundante y calmo caudal. 

El río es parte de la dinámica tanto de Rurrenabaque como de San Buenaventura, así como de las decenas de comunidades y pueblos indígenas que viven a lo largo de su lecho. 

El río es importante. Es medio de transporte, fuente de alimento y atractivo para los miles de turistas que recibe la región cada año. Pero, para algunos, el río es simplemente imprescindible. 

A 3,7 kilómetros de la plaza Pedro Domingo Murillo de San Buenaventura, en Eyiyoquibo, se encuentra una fracción del pueblo indígena Esse Ejja; el cual históricamente, ha hecho del río su hogar.

Desde tiempos ancestrales, la vida de los esse ejja ha sido nómada, desplazándose en botes de madera construidos por sus propias manos río arriba y río abajo, haciendo de los recursos que ofrecen sus aguas, su medio de vida y su fuente de alimento. 

Su vida fue así durante décadas, hasta que hace 27 años, en 1996, un misionero evangélico llegó a las riberas del río y les habló de una forma de vida diferente, en la tierra. 

En búsqueda de estabilidad, aquella fracción de los Esse Ejja terminó fundando una comunidad en Eyiyoquibo, en 10 hectáreas que fueron donadas por la Misión Nuevas Tribus, de la iglesia evangélica.

Aquel asentamiento, aunque desde la tierra, continuó viviendo del río, como lo hicieron ancestralmente sus antepasados, pues el río es su fuente de alimento, su conexión con la naturaleza, pero también la causa de su intoxicación.

“Tenemos dolor de estómago, mareos, diarrea y vómitos”, explica sentado en una banca de madera en medio de la cancha de fútbol en la que los niños juegan indiferentes al frío y a la enfermedad, Lucio Game Moreno, capitán grande de los Esse Ejja.

 

Pero, ¿qué es lo que está causando éstos y otros males a esta comunidad indígena? Estudios señalan al mercurio como responsable. 

Río arriba se encuentran las localidades de Mapiri, Tipuani, Teoponte y Guanay, entre otras, donde se practica la minería aurífera que está contaminando aquel lecho, arrastrando el mercurio por los ríos que luego se unirán a las aguas del río Beni y dejando su huella en las comunidades que viven a lo largo de su lecho. Entre ellos, los esse ejja.

Mientras en el mercado internacional el precio del oro es de USD 1957.80 la onza, en Eyiyoquibo, el precio del oro se paga con la salud. Los habitantes más longevos llegan a los 65 años, mientras la esperanza de vida en el país supera los 72 años; algunos recién nacidos tienen malformaciones, y los adultos pierden la dentadura a temprana edad. Todo ello, como consecuencia de los elevados niveles de mercurio que acumula su organismo.

“El año 2019 realizamos una investigación sobre la comercialización del mercurio. Ahí identificamos que el caso de Bolivia es uno de alta preocupación, porque desde 2015 ha pasado a ser entre el primer y segundo importador de mercurio a nivel mundial”, explica a modo de preámbulo Oscar Campanini, director del Centro de Documentación e Información Bolivia- Cedib.

En el estudio también se evidenciaba que el mercurio que ingresaba al país superaba ampliamente el consumo nacional, y había suficiente evidencia para asegurar que éste abastecía (y abastece) parte del mercado de Perú y de Brasil.

Los habitantes de Eyiyoquibo presentan hasta 25 partes por millón, cuando el límite en el organismo humano es de una parte por millón.

Tras estos hallazgos, el año 2021, el Cedib, junto a la Universidad de Cartagena de Indias, en Colombia, y la Coordinadora Nacional de Defensa de los Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas de Bolivia – Contiocap, decidieron hacer una nueva investigación, pero esta vez sobre la presencia de mercurio en la población.

Entre 2021 y 2022, los investigadores de la Universidad de Cartagena tomaron muestras de cabello de la parte media de la cuenca del río Beni y de toda la cuenca del Madre de Dios, incluyendo parte del río Mamoré, cubriendo parte importante de los principales ríos de Bolivia.

Los resultados de las 865 muestras de cabello obtenidas para el estudio, dan cuenta del elevado nivel de mercurio presente en la sangre de los habitantes de varias comunidades indígenas de la zona. El pueblo Esse Ejja, presentaba los niveles más altos, junto con los indígenas Tacana. 

Mientras la Agencia de Protección Ambiental de Estado Unidos – EPA- por sus siglas en  inglés, establece que el límite de mercurio en el organismo es de una parte por millón, los habitantes de Eyiyoquibo presentan niveles de hasta 25 partes por millón, siendo la segunda comunidad más afectada de acuerdo al muestreo, que, hasta la fecha, es el más grande realizado en el país.

El capitán grande de los Esse Ejja es una de las 435 personas testeadas en la cuenca del río Beni. Él posee 13 partes por millón, y una lista interminable de síntomas como consecuencia. Entre los más evidentes a simple vista; la falta de dientes, pues el mercurio suele afectar a los huesos, entre los múltiples síntomas a través de los cuales puede manifestarse en sus víctimas, afectando principalmente riñones, vista y sistema nervioso central.

“Hay contaminación por minería y muchas veces nos sentimos avasallados, porque vivimos  de la pesca. Vivimos como nos han enseñado nuestros padres, que nos han hecho criar de la pesca”, asegura el capitán grande, en un español perfecto, pero cuya entonación deja entrever su esse ejja materno. 

Sin dragas a la vista, ¿cómo es que esta comunidad presenta niveles altos de contaminación?

Pese a que a esa altura del río Beni no se practica la minería aurífera, y son cientos los kilómetros que los separan de los lugares donde se asientan las dragas más próximas, situadas a la altura de Teoponte, Mapiri, Guanay y Tipuani, los esse ejja, por su relación ancestral con el río, son especialmente vulnerables. Su alimentación está basada casi de manera exclusiva en los pescados que el río les provee, se bañan en sus aguas y sus cultivos son regados con éstas. 

El mercurio ingresa a su organismo principalmente a través de la exposición por ingesta, consumiendo alimentos donde este elemento se ha acumulado, quizá, miles de veces. En este caso, el pescado.

“Cuando el mercurio cae a un ecosistema, como es un río, por ejemplo, ya no hay nada que hacer, porque por su naturaleza química, empieza a movilizarse rápidamente desde los sitios donde se origina la contaminación”, explica Jesús Olivero Verbel, coordinador del doctorado en Toxicología Ambiental de la facultad de Ciencias Farmacéuticas de la Universidad de Cartagena, en Colombia.

“Cuando el río se contamina, se contaminó”, sentencia el profesional que ha dedicado al menos 25 años a la investigación de la contaminación ambiental, siendo uno de los investigadores que ha evaluado los niveles de mercurio en diferentes regiones de Bolivia, así como la exposición a este compuesto en comunidades indígenas del río Beni y Madre de Dios, junto con el Cedib.

Una vez liberado, el mercurio tiene la capacidad de ingresar a la cadena alimenticia, llegando así a los humanos, en un proceso denominado biomagnificación.  

Entre otras características, este metal pesado es bioacumulado por el organismo humano a través de la ingesta de animales y cultivos contaminados. Es decir, mientras mayor exposición, mayor acumulación.

En Bolivia, este elemento llega a los ríos principalmente a través de la minería aurífera, donde para dar paso al proceso de amalgamación, se utiliza el mercurio.

 

Este proceso consiste en mezclar mercurio con el material que contiene oro, como arena o grava, formando una amalgama de mercurio y oro, donde el mercurio funciona como un imán que atrapa las partículas de oro. A medida que la mezcla se agita, el mercurio se adhiere al oro, formando una masa. Luego, se separa el exceso de mercurio a través de la evaporación o la filtración, recuperando  el oro mediante la quema de la amalgama, liberando vapores de mercurio al aire y al agua. Todo este proceso, tiene lugar en el río.

 

En la cuenca del río Beni, el equipo de investigación del Cedib también analizó la presencia de mercurio en los peces, analizando 139 muestras y constatando niveles  promedio de 2.7, 1.8 y  1.7 partes por millón, en el pez ciego, espera (nombre local) y bagre, respectivamente, según la especie.

 

Si bien el organismo tiene la capacidad de eliminar el mercurio, la única forma de hacerlo es evitando la exposición a éste. Algo que, en el caso de los esse ejja, no sucederá hasta que las actividades extractivas dejen de verter éste compuesto a los cauces que proveen su alimento.

 

Aunque la propia Constitución Política del Estado prevé “proteger y garantizar el uso prioritario del agua para la vida”, es precisamente a través del agua que los esse ejja y otros pueblos indígenas, están siendo envenenados por mercurio.

Temprano, por la mañana, una de las mujeres se asoma a una de las redes que tendió la noche anterior. Hay un pescado. Mientras extiende un par de hojas de banano sobre un improvisado mesón en el patio, cuenta que preparará un “sudado”; una forma de cocinar el pescado envolviéndolo en las hojas y metiéndolo al horno de barro, donde éste se cocerá reteniendo sus jugos gracias a las hojas, que impedirán que el agua se evapore, haciendo que el pez “sude” en la cocción y así le dé el nombre al platillo.

En Eyiyoquibo, los indígenas pueden llegar a comer pescado hasta tres veces al día. Eso sí, si la pesca se los permite.

Desde la Fuerza Naval Boliviana, perteneciente a la Armada, el capitán del Puerto Mayor de Rurrenabaque, Ariel Cusicanqui Pocoaca, asegura que la institución realiza controles diarios, donde se revisa que las barcazas operen de manera legal. 

Río abajo, aproximadamente a 8 kilómetros de Rurrenabaque, el capitán asegura que este año, en marzo, pudieron identificar pequeños instrumentos denominados “caranchas”, los que son utilizados para la minería artesanal. Por lo demás, asegura que no identificaron barcazas que estén extrayendo mineral aguas arriba, de manera ilegal.

Un rastreo realizado por este medio a través de imágenes satelitales de Google Maps obtenidas en mayo de 2023, identificó 7 dragas en el trayecto que abarca desde Teopente hasta San Buenaventura y su vecina Rurrenabaque. Aunque esta investigación no pudo verificar de manera independiente el estado legal de éstas, su presencia es irrefutable.

Mientras el mercurio se desliza por el serpenteante cuerpo del río, aguas abajo, en Eyiyoquibo, a más de 200 kilometros de distancia,  las acumulaciones de aceites, combustible y otros insumos utilizados  en la extracción y desplazamiento, dejan huella en la naturaleza. 

 

“Eso nos llega de aguas arriba”, asegura Miguel Costas, quien es parte de la Asociación de Pescadores de Eyiyoquibo, apuntando el agua cobriza y de aspecto aceitoso, que se acumula en la isla que se encuentra al frente de la comunidad que los esse ejja llaman hogar, y donde cultivan algunos alimentos que complementan su dieta; principalmente plátano.

 

“Tenemos miedo a comer pescado, pero es lo único que podemos comer”, dice sobre la encrucijada que afrontan diariamente, mientras tira de la red ayudado por Rosina, su hija de tres años, quien domina el oficio como cualquier otro adulto. No hay peces atrapados. Hoy, la pesca es mala.

 

Para Miguel, lejos del río, la única solución está en la cría de pescados, aunque para ello se necesitan recursos económicos y ellos, al ser un pueblo de contacto inicial, que empezó a adaptarse a la vida en sociedad a principios de los 2000, y que durante años hizo de la naturaleza y del trueque su modelo económico, su manejo de dinero es escaso. Sus únicos y escasos ingresos provienen de la venta de pescado.

En Eyiyoquibo, que significa “pie de montaña” en esse ejja, más de 90 familias viven en un total de 27 viviendas, sus baños se reducen a un par de pozos cavados en la tierra y el acceso a agua potable es escaso.

La contaminación por mercurio se suma a una larga lista de problemas, como el hacinamiento y la desnutrición,  que se abre paso en el cuerpo de los más pequeños, pintando de rubio las puntas de su cabellera, como si fuera una moda; pero es el hambre haciéndose visible en su organismo.

Los más de 135 niños que acuden a la escuela que se ha creado en la comunidad, conservan la dieta de sus ancestros: el pescado.

Aunque la comunidad ha intentado criar cerdos y gallinas, el pescado continúa siendo su principal fuente de alimento, aunque éste, al margen de estar contaminado, no es suficiente para satisfacer sus necesidades nutricionales.

“Tiene que ver con su cosmovisión y su espiritualidad. Sus antepasados practicaban ritos para la pesca”, explica Alex Villca Limaco, vocero de la Contiocap.

“No captan con normalidad lo que se les enseña, y si lo hacen, se olvidan rápido”, dice el profesor Julio Daniel Condori Ticona, quien enseña en la comunidad y se prepara para graduar a la primera promoción de bachilleres esse ejja en 2024. 

Los niños se marean y los ojos se les “revuelcan”, asegura el maestro.

Consultado sobre si se está realizando algún tratamiento a las personas que presentan niveles de contaminación por mercurio en la sangre, Luis Alberto Alipaz, alcalde de San Buenaventura, asegura que “no se está haciendo ninguno, hemos pasado al Ministerio de Salud para hacer algún proyecto para algún tratamiento”.  

Sin embargo, el único «tratamiento» viable, es detener la exposición.

Elías Moreno Vargas, alcalde del vecino municipio de Rurrenabaque, asegura que la situación es “preocupante”, no solo porque constituye un riesgo para la salud de los pobladores en general, sino porque puede repercutir en el turismo; una de las principales fuentes de ingresos de la zona.

Mientras, el mercurio fluye con impunidad por el mercado boliviano. 

Según datos del Instituto Boliviano de Comercio Exterior-IBCE, en los últimos 5 años Bolivia importó 792.558 kilogramos brutos de mercurio, procedente principalmente de Rusia y México.

Si bien México ha sido tradicionalmente el proveedor de mercurio por excelencia, desde el año 2019, los volúmenes de importación desde Rusia han ido creciendo progresivamente, superando las importaciones desde México en 2021 y 2022.

Si bien el mercurio no es la única tecnología utilizada en la extracción aurífera, es la más extendida en Bolivia. De acuerdo al Inventario Nacional de Fuentes de Emisión Mercurio, realizado por el Gobierno de Bolivia en 2014, evidencia que por aquellos años la minería aurífera era responsable del 82,3% de las emisiones, equivalentes a 37579,2 kg de mercurio al año, utilizados en la extracción.

Sin embargo, entre 2014 y 2022, la explotación aurífera se ha duplicado en el país, pasando de 20296 kg de oro anuales a 40800 kg de oro anuales en el último trimestre de 2022, según informes del Ministerio de Minería y Metalurgia. Si bien el oro no es el metal más explotado en volumen, sí es el que deja mayores rentas al país, debido a su precio en el mercado internacional.Por su parte, el departamento de La Paz es el de mayor producción de oro a nivel nacional, con más del 73% del volumen total en el último trimestre de 2022.

Según explica la senadora Cecilia Isabel Requena Zárate, de Comunidad Ciudadana, quien es parte del Comité de Medio Ambiente, Biodiversidad, Amazonía, Áreas Protegidas y Cambio Climático, la cifra explotada podría ser aún mayor, dado que no existen los mecanismos para hacer un control sobre el total de la explotación por parte de los diferentes actores, así como tampoco se contempla el creciente mercado ilegal. 

La senadora asegura que tampoco tienen acceso al número de derechos mineros a nivel nacional. “Nos lo niegan”, agrega.

Aunque Bolivia forma parte del Convenio de Minamata, el tratado internacional firmado en 2017 que busca frenar las emisiones de mercurio, como su liberación a través de diferentes usos, y que está ratificado a través de la Ley 759 de 2015, el país continúa estando entre los principales importadores de este elemento.

En 2022 el país importó 94.717 kilogramos de mercurio. Aunque se trata de la cifra más baja desde 2015, los volúmenes importados en 2022  son 7.4 veces mayores a lo importados en 2014, que eran 12.701 kilogramos, y 2.5 veces mayor a los volúmenes identificados en el Informe Nacional de Fuentes de Emisión de Mercurio de aquel mismo año.

“Hasta el 14 de junio de 2023, no teníamos un reglamento que controle las importaciones de mercurio”, dice la senadora Cecilia Isabel Requena Zárate, sobre el Decreto Supremo 4959 aprobado a 9 años del Convenio de Minamata, cuyo objeto es establecer un registro de los importadores y exportadores de mercurio a través del Registro Único de Mercurio – RUME, así como de una autorización previa para realizar estas actividades.

Esto se suma al hecho de que la Ley N 535 de Minería y Metalurgia, promulgada el mismo 2014 durante el gobierno del entonces presidente Evo Morales Ayma, eliminó la obligatoriedad que otrora tenían los operadores mineros para  consultar a las comunidades indígenas, cuando sus operaciones serán realizadas en su territorio.

Ante la realidad evidenciada en las investigaciones, el Cedib y la Contiocap, programaron una audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos- CIDH, misma que tuvo lugar en marzo de 2022, donde expusieron los efectos del mercurio en las comunidades indígenas.

En la audiencia, donde participaron también autoridades nacionales, representadas por la subprocuradora del Estado, Patricia Guzman Meneses, así como por autoridades de los ministerios de Medioambiente y Minería, el Estado manifestó su voluntad para regular el uso de mercurio y atender el desecho responsable de sustancias tóxicas de conformidad con el Convenio de Minamata, aunque esto no ha sucedido hasta la fecha. 

Como conclusión de la audiencia, la CIDH reiteró la importancia de que el Estado adopte un Plan Nacional de Acción, según exige el Convenio de Minamata. Los países firmantes del convenio tenían un plazo de tres años para elaborar el mencionado plan, así, en 2018 Bolivia tendría que haber presentado el suyo. A la fecha, el país no tiene el suyo concluído.

Créditos

Este reportaje ha contado con el apoyo del Howard G Buffett Fund for Women Journalists de la International Women’s Media Foundation

*Este reportaje también fue producido con el apoyo de Internews  Earth Journalism Network y el programa Blue Floresta.

Publicado en colaboración con:

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Investigación:

Mercedes Bluske Moscoso

Edición:

Eduardo Franco Bertón

Imagen:

Jonás Michel Valencia

Infografía:

Glenda Flores

Diseño Web

Eduardo Avila

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