En los laberintos de la memoria yace una historia de transculturación, una narrativa entrelazada con hilos de sangre y tierra que inicia en el corazón de Bruselas, Bélgica, donde Antoine, un joven enfermero de linaje ruandés, forja su destino.
Desde temprana edad, su alma se veía atraída hacia el eco de los susurros ancestrales y hacia los ecos de los africanos que, desde el remoto siglo XVIII fueron transportados a Potosí, una ciudad enclavada en las alturas andinas, con la única finalidad de extraer el tesoro de la tierra: la plata.
La llamada de su historia perdida se volvió incesante cuando, tras obtener una residencia en un hospital de Tarija, Bolivia, Antoine vislumbró la oportunidad de acercarse a quienes aún en las alturas de Potosí custodiaban los vestigios de su pasado.
Sin embargo, el joven enfermero no podía sospechar la travesía que aguardaba en el horizonte. Bolivia, tierra de colores vibrantes y paisajes deslumbrantes, le aguardaba con desafíos y descubrimientos que sacudirían los cimientos de su ser.
En su recorrido, Antoine se vio compelido a enfrentar sus propias raíces, sus costumbres ancestrales, y a reencontrarse con su identidad africana en un rincón del mundo tan distante de su hogar.
«‘El negrito de la buena suerte’.
Pronunciando aquellas palabras, una nube de niños acoge a Antoine, que pisa por primera vez la plaza principal de Tarija, ciudad del sur de Bolivia».
Cada paso en esta odisea le llevó más cerca de su propia historia, y mientras las montañas de Potosí le susurraban secretos de antaño, él se embarcaba en un viaje interior, en busca de respuestas que habían permanecido latentes por generaciones.
No obstante, en el trayecto de su búsqueda, el destino le tenía preparada una sorpresa inesperada, un giro del corazón que le hizo cuestionar todo lo que creía conocer.
En los pasillos de un hospital, entre las sonrisas y lágrimas de los pacientes, encontró el amor, un amor que desafiaría las barreras del tiempo y la distancia, y que lo llevaría a replantearse su vida, sus creencias y su sentido de pertenencia.
En Ancestros (2023, editorial El Cuervo), la pluma de Joseph Ndwaniye nos sumerge en un viaje de descubrimiento y conexión, donde los cruces culturales se tejen como hilos invisibles entre los protagonistas.
A través de las páginas; los personajes —entre ellos, Alba Luz, una mujer de Coroico, La Paz— entrelazan sus identidades múltiples y compartidas, nutridas por las riquezas de tradiciones africanas, europeas y latinoamericanas para acercarse a sus antepasados; rastrean sus huellas en la historia; y tal vez, en ese proceso, lleguen a descubrir una parte de sí mismos que habían dado por perdida en el abrazo del tiempo y la distancia.
Información sobre el autor (tomada de Ancestros)
Joseph Ndwaniye, nacido en Ruanda en 1962, es un escritor y enfermero belga. Trabaja en las Clínicas Universitarias Saint-Luc de Bruselas en un servicio para pacientes tratados con trasplantes de médula ósea. Su primera novela, «La promesa hecha a mi hermana – La Promesse faite à ma sœur», fue finalista del Premio Cinco Continentes; recientemente fue reeditado en la colección de bolsillo Espace Nord.
Día Nacional del Pueblo Afroboliviano
Vertiente de la historia, el relato de los africanos se entreteje con los hilos dorados del tiempo. Se trata de una epopeya de resistencia y esperanza que ha forjado identidades en todas las esquinas del mundo.
Siglos atrás, en un oscuro período de opresión y explotación, miles de africanos fueron despojados de sus tierras natales y arrojados al torbellino de la trata de esclavos en todo el mundo. Sus nombres se perdieron en el viento y sus identidades fueron eclipsadas por las cadenas, como menciona Bartolomé de las Casas en su texto Historia de las indias.
La Cámara de Diputados de Bolivia aprobó el 23 de septiembre de 2011 por unanimidad el proyecto de Ley Nº 521, que declara la ya mencionada fecha como el Día Nacional del Pueblo Afroboliviano, en conmemoración a la fecha de abolición de la esclavitud en Bolivia en el año 1851, durante el Gobierno de Manuel Isidoro Belzu. El Gobierno nacional promulgó el 14 de diciembre de 2011 la ley que declara esta celebración nacional.
Es un día que ilumina una chispa de memoria y resistencia. En esta fecha, los afrobolivianos se reúnen para conmemorar su herencia cultural, rindiendo homenaje a su historia única y a las luchas que enfrentaron.
En su mayoría, afrodescendientes yungueños danzan sambas en los rincones más remotos del país; la música y la danza se entrelazan en un fervoroso tributo a sus antepasados.
Es un homenaje al conflicto que se manifiesta en los rostros y las voces de individuos como Julio Pinedo, el rey afroboliviano. Una lucha que se convierte en faros de esperanza y agentes de cambio. Su dedicación y lucha por la igualdad son un testimonio vivo de la resiliencia de esta comunidad.
En su lucha, encuentra inspiración en líderes afro como Marfa Inofuentes, fundadora del Movimiento Cultural Saya Afroboliviana (Mocusabol), la primera organización de afrodescendientes entorno a la saya en la historia de Bolivia, misma que se desarrolló en la década de los noventa.
El cálido abrazo de la noche cae sobre la celebración. Las luces parpadeantes de las velas danzan en los ojos de aquellos que se han reunido para conmemorar su historia. Las manos se entrelazan en solidaridad, recordando a los antepasados que enfrentaron la adversidad con dignidad y fortaleza.