Viernes, 20 de octubre de 2023
A veinte minutos de las ocho de la noche, abro la aplicación para llamar un taxi. Marco el punto de partida en la avenida Víctor Paz esquina Méndez y el destino es el campo ferial de San Jacinto. Por pura ciencia, anoto que estoy dispuesto a pagar Bs 10 y un chofer acepta la oferta.
El móvil llega a los pocos minutos y pregunta ¿a qué altura de San Jacinto vamos? A la Expo, respondo. Imposible por diez, es veinte hasta la feria, dice, a pesar de que aceptó la distancia señalada en el mapa. Le digo que bueno y cancelamos la carrera. Vuelvo a pedir un móvil y me aparece una oferta por Bs 15. Acepto.
En trufis y micros se podía llegar a la Exposur 2023 con tarifas entre Bs 3 y 5, según la hora. Algunos grupos de taxistas acordaron la tarifa en Bs 20 y otros, en Bs 15, como el que me acaba de tocar. Este, que ronda los 30 años y mastica coca, me habla con decepción sobre la cartelera de artistas para este año. Podían, no sé, traer a Qué personaje, por lo menos, dice.
«Están unos juegos de azar con peluches infantiles y pósteres de mujeres con escasa o casi nula ropa».
Y es que mientras la feria se promociona como una oportunidad para empresarios y emprendedores, el ciudadano de a pie se concentra en la oferta musical. Los artistas grandes llegan en carnaval o año nuevo, comento. Y él dice que sí, pero siente que falta esa chicha que jale gente. Tras una parada para cargar gas, nos dirigimos al destino.
Llegamos a eso de las 20:20 y compro mi entrada. Hoy tocan Los Nocheros y es viernes, el boleto está a Bs 40. El primer vistazo, desde la puerta norte, muestra un sendero iluminado acorde a la moda de luces de navidad y naturaleza, tal como los árboles de la plazuela Sucre. Hay también cuatro llamas con las que los visitantes se toman fotos y suena una canción de reguetón. Si se presta más atención, a la izquierda están unos juegos de azar con peluches infantiles y pósteres de mujeres con escasa o casi nula ropa.
Avanzo por los pabellones para un reconocimiento general. Cuando llego al patio de comidas, doy media vuelta y empiezo el camino en orden.
Al pabellón internacional lo componen los stands de Boliviana de Aviación (Boa), Laboratorios Inti, el Servicio de Desarrollo de las Empresas Públicas Productivas (Sedem), Impuestos Nacionales, Lotería Nacional, la Empresa Nacional de Electricidad (Ende), de Servicios Eléctricos de Tarija (Setar), el Servicio Nacional de Propiedad Intelectual (Sernapi), Unidos, la Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (Emapa),la Empresa Boliviana de Alimentos y Derivados (Eba) y el Consulado Argentino.
Según el informe del gobernador Óscar Montes Barzón, el 81 % de las 313 empresas son departamentales, mientras que el 1 %, argentinas.
«Uno camina entre luces led, reguetón, folklore, sambas y todo mezclado en una ensalada de estilos».
Este pabellón, que visualmente es de los mejores, muestra ya una de las falencias de toda la feria: la auditiva. Cada stand pone su propia música a un volumen alto. Es así que uno camina entre luces led, reguetón, folklore y sambas, en una ensalada de estilos que dificulta la conversación con un acompañante o con los propios miembros de los puestos. Por si fuera poco, cada puesto tiene también un animador o locutor al mismo volumen que la música.
El «escucho borroso» aplica mejor que en cualquier meme. Una persona ciega no podría guiarse por el oído y quizás tampoco por su bastón blanco, ya que este se frenaría cada tanto en los pedazos rotos y desmechados del alfombrado, situación que se repite en la mayoría de los pabellones. De los Bs 1 451 385 invertidos en la Exposur 2023, Bs 251 000 fueron destinados a la refacción y acabados de los pabellones, pero los pisos quedaron como tarea pendiente para el siguiente año, según el mismo gobernador en su informe para la prensa.
Los pabellones nacional, departamental y regional tienen distribuidos los puestos de manera que el visitante está obligado a pasar por cada uno. En el caso del último, el recorrido va por un pasillo en el que se tiene puestos a un lado y una pared vacía al otro.
Algunos optan por ofrecer el menú en voz alta y otros, por enviar scouts con porciones pequeñas dentro de los pabellones.
Antaño, y bajo el riesgo de apelar a la memoria selectiva, los puestos ofrecían libros didácticos para niños, juguetes que cada año marcaban tendencia en los colegios y distintas curiosidades que solo se encontraban en la feria. Este año, el pabellón regional tiene fajas y pantalones a «tres por Bs 180», nada por lo que haya que esperar a un evento anual.
Y es que si algo le falta a esta edición es la variedad y entretenimiento. Ya no aparecen puestos como aquellos años de yoyós y Wii, de paracaidismo en tierra y botellas personalizadas. Las dinámicas parecen resumirse en ruletas y dados de premios.
En el stand de una empresa que luce el slogan de “Somos energía” las pantallas interactivas están apagadas. La noche de este viernes tiene como mejor evento un concurso de Yenga organizado por una librería. Me tientan las ganas de participar, porque, siendo sincero, me parece divertido. Pero decido seguir.
Entre las puestos que se roban mi atención está la exposición de autos clásicos, en el sendero exterior y detrás de la venta de los vehículos contemporáneos. Es justamente su competencia joven y minimalista la que me hace huir de las reliquias, pues otro megaparlante escupe música con tal fuerza que me retumba el pecho y mi audición se distorsiona.
Luego doy una vuelta por el patio de comidas. La oferta es más variada. Hay desde pescado a la parrilla hasta pizza con jamón serrano. También están unos jóvenes que venden chicles y llaveros. Uno de ellos me persigue por pocos metros exigiendo atención. Ya me había encontrado con él en la plazuela Sucre. No acepta un no por respuesta e insiste hasta intimidar. Pienso en hablar con la seguridad de la feria, pero desisto y me libro de él con un «estoy trabajando» seguido de rápidos pasos.
«Las dinámicas parecen resumirse en ruletas y dados de premios».
El teléfono celular marcas las 21:00 y, aunque por la puerta llega más gente, aún hay puestos de comida vacíos. Algunos optan por ofrecer el menú en voz alta y otros, por enviar scouts con porciones pequeñas dentro de los pabellones.
Antes de llegar al último pabellón, encuentro un stand con café. Se trata de una repisa con cuatro presentaciones del producto y una mesa con dos cafeteras americanas. Está, de momento, vacío. Espero hasta que llega un señor de metro sesenta a preguntarme si quiero probar la muestra. Por favor, digo. Ofrece con y sin azúcar, pido lo segundo. La muestra da para dos sorbos. No logro descifrar el café porque un dulzor inunda mi paladar.
Creo que me ha dado con azúcar, le digo. Tiene un poquito, aquí no hay cultura del café, responde y suelta una sonrisa. El señor viene desde Caranavi, Los Yungas y su café solo se puede comprar en la Sagárnaga, detrás de la Iglesia de San Francisco de La Paz. A pesar de su mentira piadosa sobre el azúcar, compro una bolsa de café molido a Bs 20, lo único que me llevo de la feria.
El último pabellón titula “La ruta del vino”. Es lo más innovador respecto a ediciones pasadas. Se trata de medio espacio destinado a mesas y sillas frente a un escenario de música en vivo. La otra mitad la componen puestos de vinos, singanis, jamones y quesos. Aunque también hay otros de lo mismo en el resto de pabellones. Puede que sea el que mayor concordancia entre nombre y oferta demuestra. Un total de 42 empresas de vinos y singanis llenan los puestos que llaman a la gente a degustar.
El resto de la feria se resume en una noche de frescor agradable, una decena de folletos en mis manos, mil y una canciones simultáneas a todo volumen, y un regreso a casa por Bs 10 en un taxi compartido. Gasto total: Bs 85, sin comida.
Algunos números
- La Exposur 2023 contó con un total de 60 199 asistentes entre público y miembros de stands.
- La cantidad de boletos vendidos fue de 35 952.
- A los Bs 1 451 385 invertidos los contrarrestan Bs 1 752 273 de ingresos entre stands y entradas.
- Los 396 espacios para puestos fueron ocupados por 313 empresas.