Por Rocío Corrales
Hasta ahora, Tomás Pérez desconocía la concentración exacta de metales pesados en el agua que regularmente consume del río Pilcomayo. Por ejemplo, el boro está presente en cantidades totales y disueltas que oscilan entre 300 y 1,785 ug/L (microgramos por litro) durante los últimos 15 años.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el límite de exposición permisible (PEL) para el boro es de 300 microgramos por litro, mientras que la Ley 1333 de Medio Ambiente establece un límite de 1.000 microgramos por litro. En su paso por Villa Montes, el agua de este afluente trinacional supera estas cantidades entre dos y cinco veces más. No es el único, hay otros 12 metales tóxicos más, unos más peligrosos que otros.
“La exposición breve a cantidades altas de boro puede afectar el estómago, los intestinos, el hígado, el riñón, el cerebro y eventualmente puede causar la muerte”, reporta la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades.
Tomás escuchó de la contaminación por metales tóxicos, pero jamás le informaron de la magnitud del problema, aunque eso tampoco le impedirá seguir pescando y consumiendo de sus aguas. No tiene más opción. Este hombre delgado y con abundante barba vive a orillas del Pilcomayo, en la comunidad indígena weenhayek de San Antonio – Tunnteytas, en el municipio de Villa Montes, en Tarija. Además, es el hijo del capitán grande de esa comunidad.
Son días nublados en Villa Montes, unos 30 grados centígrados. Tomás guía el camino para llegar a la zona pesquera llamada Peña Colorada. En el recorrido, el chaco tarijeño tiene su banda sonora: chillidos de insectos, aves y los árboles que se menean de un lado a otro.
El Pilcomayo como tal se extiende en más de 2000 kilómetros, atraviesa cuatro de los nueve departamentos de Bolivia y sirve de frontera natural entre Argentina y Paraguay.
“Para nosotros el Pilcomayo es nuestra fuente de vida”, dice Tomás a tiempo de confirmar que los ribereños consumen agua de ese lugar, aunque les digan que está contaminada. Y, mientras se acerca al borde del río, en cada paso deja ver las huellas de sus botas cafés.
Es evidente que el cauce bajó. Aquí suelen estar familias echando red para pescar sábalos. “Es que no es temporada de pesca”, alcanza a decir, acusando al último mes del año 2023.
Esta llanura con una deformación natural bordea las escasas aguas del río Pilcomayo, se define entre arbustos verdes y tierras rojizas.
Peña Colorada es una zona estratégica de pesca y suministro de agua para los weenhayek, quienes habitan el margen derecho del río Pilcomayo, que llega cargado de metales pesados nocivos para la salud y el medioambiente, pero bajo un silencio cómplice de las autoridades políticas.
Y es que para esta investigación realizada por Acceso Investigativo y Muy Waso, en alianza de difusión con La Brava, La Región y Verdad con Tinta, se analizaron datos de 15 años de monitoreo sobre calidad del agua en el río Pilcomayo como también se analizaron perfiles epidemiológicos de enfermedades de los últimos cinco años.
Se ha revisado una docena de investigaciones científicas y académicas, más de ocho entrevistas a médicos expertos, biólogos, ingenieros químicos, autoridades políticas e indígenas, y visitas a dos comunidades y zonas pesqueras en Villa Montes.
Sin acceso al agua y derrames mineros
Existen antecedentes de derrames de metales tóxicos en la Alta Cuenca del Pilcomayo. En 1996 se produjo un desastre ante la falla del dique de Porco. El 2000 hubo un derrame desde el dique de Itos. El 2014 tuvo lugar un incidente de falla del dique de Santiago Apóstol. El año 2022 el dique de colas en Agua Dulce colapsó y vertió 13 mil toneladas de residuos de minería altamente contaminantes en la quebrada de Jayasmayu que se conecta con el Pilcomayo. Hasta ahora, la precariedad y explotación ilegal de minas continúa.
“Yo todo este tiempo he tomado esta agua, desde niño, no queda de otra porque para comprarla no nos alcanza”, cuenta Tomás con un bolillo de coca en el cachete derecho.
En Villa Montes, donde la temperatura promedio llega a 35 grados, el acceso al agua potable es otro problema. En la comunidad de San Antonio, donde vive Tomás, el carro aguatero sólo llega una vez por semana. Con esa periodicidad es imposible que provea a más de 300 personas.
Hasta el año 2021, en palabras del entonces viceministro de Agua Potable y Saneamiento Básico Carmelo Valda Duarte, un tercio de las 66 comunidades de Villa Montes no superaba el 40% de cobertura de agua.
En tiempos de pesca, Tomás Pérez lleva agua del río en baldes de plástico hasta su comunidad. Espera un día para que “el agua aclare” y cuando el lodo y otros sólidos queden al fondo de sus vasijas, entonces la usa para beber, bañarse, lavar su ropa, alimentos y proveer a sus animales. Para sobrevivir.
Tomás escuchó que el consumo de estas aguas y los peces están ocasionando enfermedades entre los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, tales como infecciones estomacales, diarrea, dolor de estómago y fiebre. Aunque él se siente tranquilo porque aún no está enfermo, los médicos expertos advierten que las consecuencias de la exposición a largo plazo a los contaminantes, como los metales pesados presentes en el agua, pueden manifestarse más adelante.
Desde el siglo XVI se vierten metales pesados en el Pilcomayo. Sus aguas vehiculizan residuos tóxicos, tales como: plomo, mercurio, arsénico, cadmio y zinc, entre otros.
La contaminación con estos metales incide en la afectación de la salud de los seres humanos, por ser cancerígenos y ocasionar múltiples lesiones de órganos y otras enfermedades.
Desde problemas neurológicos, gástricos a pigmentaciones o irritaciones en la piel, incluso a niveles bajos de exposición, debido a su proceso de bioacumulación en el cuerpo humano.
La salud en riesgo
Los caminos para llegar a la comunidad de Capirendita son polvorientos y angostos. En los extremos los árboles desordenados ciñen el sendero. En los casi 30 minutos de recorrido desde la plaza 24 de Julio, en el centro de Villa Montes, se observan casas con patios amplios, sin puertas, techos incompletos, hombres y mujeres weenhayek sentados en sillas de plástico cocinando, peinándose o lavando la ropa.
“¿Y si el río enferma?”. Se pregunta un tanto incrédula Jacilda Paredes, mujer lideresa weenhayek.
Jacilda cuenta que hay versiones confusas sobre la contaminación del río. “Nadie nos dice nada, o nos dicen una cosa y luego otra, igual ¿qué podríamos hacer nosotros?, aquí vivimos”, lamenta con voz suave, sentada bajo el árbol de su casa, en la comunidad de Capirendita.
Un informe de interpretación del contenido de metales en 2023 (de manera disuelta y total) en la cuenca del Pilcomayo, realizado por el Centro de Análisis Investigación y Desarrollo de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho de Tarija (UAJMS) para esta investigación periodística, revela que los metales pesados pueden “tener efectos significativos en la salud humana y los ecosistemas cuando se encuentran en concentraciones elevadas o en formas altamente tóxicas”.
Los datos utilizados en este informe provienen de diversas campañas de muestreo de agua, en las que la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la Cuenca del Río Pilcomayo (CTN) analizó la presencia de metales pesados, entre otros elementos, durante 2007 y 2022.
El afluente a la altura de Villa Montes registra la presencia de boro, arsénico, cadmio, cromo, hierro, manganeso, mercurio, plomo, níquel y zinc que exceden los parámetros máximos recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Ley de Medio Ambiente 1333.
Para Fernando Osores Plenge, especialista peruano en toxicología clínica ambiental, los metales tóxicos a los que se debe prestar más atención son el plomo, arsénico, mercurio y cadmio, cuya presencia por encima de lo permitido provoca una intoxicación crónica con daños irreversibles a largo plazo.
Según el experto, las personas que consumen agua y productos (vegetales/animales) contaminados con metales pesados tienen consecuencias que se pueden identificar entre cinco a diez años de exposición, provocando daños severos en el sistema nervioso y respiratorio.
“El mayor peligro de la contaminación por metales es la intoxicación crónica, es decir cantidades mínimas pero durante mucho tiempo. Los daños se desarrollan a largo plazo, las comunidades indígenas a la larga se exponen por años a una intoxicación crónica, paulatina, silenciosa y lenta que las pone en una situación de subdesarrollo y desventaja”, agrega Osores.
En la comunidad weenhayek de Capirendita, hogar de 1837 personas, hay un solo centro médico que brinda atención a 28 comunidades indígenas del municipio de Villa Montes. Dentro de este centro, en la sala de espera, tres mujeres weenhayek sostienen a sus bebés, esperando atención.
En ese momento, Alia Flores, la encargada del centro de salud, invita a una de ellas para evaluar el malestar de su hijo.
En este lugar, en menos de cinco años, las enfermedades más comunes son las infecciones respiratorias agudas (Iras), neumonía y las enfermedades diarreicas agudas (Edas).
La médica atribuye esa situación a que “pueden estar relacionadas con el consumo de agua no potable”.
Alia Flores dice que en los jóvenes son muy frecuentes las gastritis, hipertensión arterial y diabetes. Otros indígenas weenhayek consultan por cefalea, enfermedades respiratorias y deshidratación. Admite que las enfermedades aumentaron en los últimos años, pero no se anima a confirmar que están relacionadas con la presencia de metales tóxicos en el río Pilcomayo por la falta de estudios científicos.
“Vinieron del Ministerio de Salud a hacer estudios aquí, pero todavía no hay resultados para confirmar si las enfermedades están relacionadas con la contaminación o no. La gente aquí no acepta que haya contaminación. Tendríamos que esperar los resultados para asociarlos”, concluye la responsable del centro de salud.
OMS: plomo, arsénico, mercurio, cadmio son cancerígenos
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y organizaciones internacionales como la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) y la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos afirman que el arsénico, plomo, mercurio y cadmio son cancerígenos.
La Agencia para el Registro de Sustancias Tóxicas y Enfermedades tiene evidencia científica de que estos metales son un riesgo en la salud si son ingeridos, respirados o bebidos.
“Un río con esos niveles de plomo, arsénico, cadmio puede asociarse con patologías crónicas como el cáncer, la insuficiencia renal, bajo peso al nacer y la mortalidad perinatal”, agrega el toxicólogo Fernando Osores.
Para el experto, el arsénico y el cadmio son cancerígenos categoría A1. Es decir, que no cabe duda de que causan cáncer, tanto en sus formas metálicas como disueltas.
En tanto, el plomo “es un veneno que mata lentamente a través de la contaminación crónica” y produce alteraciones en el desarrollo cognitivo y el sistema nervioso. Los niños expuestos al plomo a lo largo del tiempo tendrán serias restricciones neuroconductuales.
Los niveles encontrados de plomo, arsénico y cadmio en el río Pilcomayo en las distintas áreas son de alta peligrosidad, lo que implica un riesgo elevado e inaceptable a la salud de las poblaciones que dependen del agua y los recursos de la cuenca.
Ludmila Pizarro, bióloga y representante de la Fundación Biochaco, investigó en el año 2006 para su tesis de grado el origen de la presencia de los metales pesados en el Pilcomayo. Estos ingresan por la actividad minera a los afluentes, luego a la cuenca principal, el agua sedimenta los metales pesados y llega a la cuenca baja.
En esta cadena de almacenamiento, las personas terminan consumiendo peces, aguas y alimentos contaminados.
“Se hizo análisis en cabellos de las personas y peces y se encontró concentraciones de metales por encima de lo permitido. Las comunidades indígenas tenían en el cuerpo cuatro veces más de arsénico de lo permitido. Otras comunidades de niñas y niños tenían mercurio y plomo aún más elevados”, explica Ludmila.
“Ante el riesgo, el Estado boliviano debería asumir medidas de protección a la población. Lo que no existe de manera sólida y científica es la confirmación de metales tóxicos en el ser humano, eso es muy importante.
Se debería hacer seguimiento a las comunidades indígenas que consumen el agua y los peces de los ríos, o los vegetales regados con esta agua”, asegura Fernando Osores Plenge, quien es especialista en toxicología clínica ambiental, enfatizando la importancia de la obligación del sistema sanitario y el Estado en disminuir al máximo las posibles rutas de exposición a estos metales.
Vivir en la huella tóxica
De esta parte del río Tomás pescó, la última vez, ocho sábalos (pez de mayor demanda local) para compartirlos con otras 40 personas. “Igual comemos aunque dicen que están contaminados”, comenta con un tono de resignación mientras está de pie frente al afluente del sereno río Pilcomayo, en Capirendita.
Aquí, las comunidades que habitan en sus riberas ven la necesidad de consumir agua directamente del río y de pescar para alimentarse .“Con eso de la contaminación dudamos de tomar, pero nos hace falta agua”, agrega Tomás después de un largo silencio, mientras al otro lado del río dos niñas weenhayek lanzan una red para pescar la cena.
En tanto: Imponente, bañado de tardes de sol y un gran bullicio corre el río Pilcomayo.
Desde hace décadas, diferentes expertos advierten sobre la contaminación y el alto riesgo que corre el río Pilcomayo. Informes realizados por organismos internacionales demuestran la presencia de altos niveles de metales pesados como el boro, plomo, cadmio, zinc, arsénico y otros.
Por ejemplo, un estudio del año 2012 determinó que los niveles medios de plomo en el cabello de adultos weenhayek fueron de 2 a 5 veces más altos que en la población de referencia que son los wichí de Argentina.
Los niños lactantes formaron un grupo de alto riesgo de exposición al plomo. Además, la tendencia era una mayor prevalencia de enfermedades congénitas y anomalías estudiadas entre los weenhayek.
En el agua y en los peces, los niveles de plomo y cadmio aumentaron en el área de las comunidades weenhayek.
El estudio incluye recomendaciones de salud preliminares como suplementos de calcio para mujeres embarazadas, lo que puede reducir la absorción y los efectos tóxicos del plomo.
La constante exposición de la piel y el consumo del agua y de alimentos contaminados con las sustancias tóxicas dan lugar a malformaciones congénitas, disfunciones renales, cáncer, males hepáticos e inmunológicos que provocan cuadros de morbilidad crónica entre la población afectada.
Por si esto fuera poco, los agentes contaminantes de la minería ejercen efectos de perturbación en la fertilidad de los suelos, pastizales y cultivos, también promueven el deterioro de la biodiversidad acuática como de los ecosistemas terrestres.
El informe de auditorías ambientales sobre la contaminación hídrica en la cuenca del río Pilcomayo realizada entre 2010 y 2020 por la Contraloría General del Estado, identificó concentraciones de elementos potencialmente tóxicos que superan los niveles permitidos. Esas concentraciones aparecen con frecuencia en efectos biológicos adversos y a través de la cadena alimentaria, el consumo de productos que pueden contener concentraciones de estos elementos -incluso en mínimas cantidades- desencadenan daños irreversibles en el organismo, interfiriendo en los procesos enzimáticos y causando deterioros a nivel celular en órganos vitales del ser humano.
Existen estudios desde el año 1996 que demuestran la presencia de metales tóxicos en el Pilcomayo y sus riesgos para la salud. En la siguiente línea de tiempo se recopilaron un total de 11 informes y estudios disponibles en la web.
El riesgo de nacer en Villa Montes
“El arsénico puede causar abortos instantáneos, muertes infantiles y malformaciones congénitas”, dice Alfredo Laime Calisaya, toxicólogo ambiental y parte de la Red Nacional de Toxicología.
Agrega que los fetos expuestos a niveles elevados de este metal tóxico corren un riesgo mayor de aborto, malformación y muerte perinatal. El arsénico también afecta al sistema nervioso central y los niños expuestos a él durante el embarazo. Más adelante, la exposición al arsénico puede desactivar el sistema inmunitario y aumentar el riesgo de cáncer.
“Por ejemplo, el plomo es un probable cancerígeno, está ubicado en la categoría 2A, se asocia con problemas de hipertensión arterial, problemas de insuficiencia renal, problemas en el embarazo, mortalidad en niños o recién nacidos. Aunque pueden estar relacionados con las malformaciones en niños, no existen estudios científicos extensos que lo determinen así”, explica el toxicólogo Fernando Osores.
Según la revisión de los datos del Sistema Nacional de Información en Salud entre 2019 y 2023, hubo 46 casos de mortalidad perinatal en el departamento de Tarija. Es decir, casi un caso por mes, colocando a Villa Montes como el primer municipio con más tasas de muertes gestacionales.
Se conoce como muerte perinatal, neonatal o gestacional al momento en el que los bebés fallecen durante el embarazo, en el parto o a los pocos días de nacer.
En promedio 2.5 bebés por cada 10 mil habitantes murieron el 2022 en el municipio de Villa Montes; en el municipio de Entre Ríos 2.1; en tanto en Tarija en promedio 1 por cada 10 mil habitantes durante el mismo año.
Oller-Arlandis V, Sanz-Valero J. en su estudio Cáncer por contaminación química del agua de consumo humano en menores de 19 años: una revisión sistemática de 2012 sugiere una asociación entre los contaminantes químicos con niveles superiores a los admisibles en el agua para consumo humano (ACH) y la mayor probabilidad de desarrollar algún tipo de cáncer.
Los niños menores de 2 años representan una subpoblación especialmente vulnerable a las sustancias carcinógenas, porque su riesgo de desarrollar neoplasias malignas por esta causa es 10 veces mayor que el de los adultos y 3 veces mayor que el de los adolescentes de 3 a 15 años.
Leucemia en Tarija: ¿culpable el Pilcomayo?
El toxicólogo Osores Plenge insiste que la causalidad directa de los daños en la salud por metales pesados, como el arsénico, plomo, mercurio y cadmio que ya están demostrados por organizaciones internacionales y diversos estudios en diferentes partes del mundo.
Para el especialista, las zonas donde hay un alto consumo de arsénico y cadmio (como las comunidades weenhayek) están relacionadas con el incremento de casos de cáncer: de piel, de pulmones, de hígado, de riñón, de vejiga y leucemia por ser metales cancerígenos.
Las poblaciones más vulnerables serían niños y madres gestantes, incluso provocando la mortalidad en los primeros tres meses de embarazo.
El informe del Servicio Departamental de Salud (Sedes) y la Universidad Católica Boliviana constatan el aumento de cáncer en el departamento de Tarija, identificando 20 casos de leucemia en el municipio de Villa Montes, 10 se dieron en niños de 1 a 4 años.
Las autoridades departamentales atribuyen como causa principal a la contaminación del río Pilcomayo y su relación con la ingesta de agua o peces del mismo.
“El cáncer infantil en Tarija está en incremento. En tres años tuvimos 94 pacientes con cáncer. Eso representa 13.5 casos al año en menores de 14 años. Es una media elevada, a nivel mundial el promedio anual es de 10 casos de cáncer en niños por cada 100.000 mil habitantes”, asegura el oncólogo infantil del hospital regional San Juan de Dios, Omar Almanza.
Las leucemias seguidas del tumor en el sistema nervioso o en la cabeza son las más comunes registradas en el hospital San Juan de Dios.
El 75% de los casos son leucemia y gran parte llega de Villa Montes y Yacuiba.
Para el oncólogo, los factores de riesgo son la genética familiar, alteraciones genéticas como el síndrome de down, niños que tengan alguna malformación, infecciones de las mujeres en el periodo de gestación, y también la exposición a radicación, pesticidas y la contaminación de aguas y suelos.
“Estoy seguro que existe una relación directa entre el aumento de casos de cáncer con la presencia de metales pesados en las aguas y peces del río Pilcomayo, pero es importante un estudio científico integral y completo para sostener estas evidencias en todos los aspectos posibles”, agrega el médico.
La incertidumbre de los weenhayek
Uno de los capitanes grandes del pueblo weenhayek Francisco Pérez Nazario se encuentra en una silla de plástico junto a otros líderes indígenas, participando en una vigilia frente al edificio de la Subgobernación de Villa Montes.
La protesta se debe a la falta de pago comprometido del Plan de Acción Inmediata de Reacción Económica (PAIRE). En esa espera, Francisco comparte que en años anteriores, las enfermedades no eran tan frecuentes en su comunidad como lo son ahora.
“Hay muchas enfermedades aquí, dicen que es por la contaminación del río, no creo que las enfermedades vengan por sí solas. Desde mi infancia he consumido estas aguas, aunque dicen que están contaminadas. Seguro por eso nos podemos enfermar, pero somos muy cuerudos”, prosigue.
Las sospechas de Francisco tienen fundamentos: con el paso del tiempo, su cuerpo absorbe metales tóxicos, dando lugar a un proceso de bioacumulación. Los daños resultantes se manifiestan a largo plazo, como consecuencia de una lenta intoxicación.
Hay síntomas de dolores estomacales en niños y ancianos, hay personas que tienen enfermedades que antes no había. “Hay muchas enfermedades, mucho se están enfermando los niños, y en las postas no hay atención”, recuerda Francisco.
Pablo Rivero, quien asegura también ser el capitán grande del pueblo weenhayek, reconoce a su comunidad como un pueblo recolector, conectado con la naturaleza. Como una comunidad que se sustenta de la pesca como actividad económica y cultural.
Para Pablo, se ha hablado “mucho” de la contaminación del Pilcomayo, no duda de la presencia de metales tóxicos, pero admite que es aprovechado en el escenario político, sin posiciones objetivas.
“Necesitamos estudios de laboratorios extranjeros y neutrales para determinar los niveles de contaminación y los daños en la salud. Hubo una contradicción en donde los ministerios aseguran que no hay contaminación y la Gobernación de Tarija que sí. Al final no sabemos cuál es la verdad. Puede que exista contaminación, pero solo se habla de este tema en un escenario político, creemos que no hay una situación objetiva”, admite Pablo.
Así transcurre la vida de las comunidades indígenas ribereñas, donde las figuras políticas aprovechan cuestiones técnicas y ambigüedades de las normativas bolivianas sobre calidad del agua para diluir la sensación de peligro. Mientras tanto, personas como doña Jacilda, don Pablo, Francisco, Tomás y su comunidad continúan dependiendo del río, expuestos día a día a los contaminantes.
Sedes alerta sobre metales en peces; Estado lo niega
La Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob) identifica a Pablo Rivero como el capitán grande del pueblo weenhayek, mientras que el Consejo de Ancianos de la misma comunidad reconoce a Francisco Pérez Nazario con ese título.
Más allá de estos reconocimientos o disputas, ambos líderes observan cambios preocupantes entre su gente: enfermedades antes desconocidas y muertes prematuras. A pesar de las señales, les resulta difícil atribuir al río la responsabilidad, porque es su principal fuente de sustento y alimentación.
El Servicio Departamental de Salud (Sedes) dependiente de la Gobernación tarijeña presentó en el año 2023 los resultados de análisis de laboratorio sobre muestras de sábalos del río Pilcomayo, los cuales revelaron niveles de contaminación de plomo y mercurio en los peces que los hacen no aptos para el consumo humano. Dicho estudio impulsó a los ministerios de Medio Ambiente y Salud a realizar sus propios análisis de la presencia de metales pesados (mercurio, plomo y arsénico) en laboratorios independientes.
Sin embargo, los resultados fueron casi predecibles para la población, y se observó una contradicción entre los informes publicados previamente, atribuida a las diferencias políticas entre ambas instancias de gobierno, tal como señala don Pablo, el dirigente indígena.
Los resultados de los ministerios indicaron que estos metales estaban por debajo de los límites permisibles en peces, contrario al informe de la Gobernación tarijeña, una de las opositoras al Gobierno nacional.
En cuanto a las muestras de cabello humano, solo se presentaron los niveles de mercurio, que se encontraban dentro de los parámetros admisibles. Los estudios del Gobierno nacional no expusieron los resultados del plomo ni del arsénico, a pesar de ser dos de los metales con mayor presencia en el agua del Pilcomayo durante los últimos 15 años.
Además, otros estudios científicos han advertido durante años sobre la elevada presencia de plomo en el organismo de la comunidad weenhayek.
La población weenhayek sigue sumida en la incertidumbre, con ministerios de Salud y de Medio Ambiente que tampoco quieren responder con documentos las solicitudes de información sobre esta problemática, como se solicitó para esta investigación periodística hasta el momento de publicación.
Urge monitorear metales tóxicos en agua y cuerpos
La bióloga Ludmila Pizarro asegura que los gobiernos departamentales y nacionales no realizan estudios científicos rigurosos a largo plazo para emitir respuestas verificadas. En sus palabras, son estudios de emergencia sanitaria, superficiales, con pocas muestras y bajo intereses políticos con resultados “inmediatistas” que no quieren abordar estructuralmente el problema.
El toxicólogo Fernando Osores destaca la importancia de exigir dos tipos de estudios: ambientales en áreas con sospechas de contaminación, realizados al menos una vez al año en diferentes épocas y sectores; y estudios de salud para evaluar la toxicidad crónica por metales pesados.
Estos últimos constituyen un tipo de estudio epidemiológico con seguimiento activo. Osores enfatiza que si no se encuentran daños, se deben implementar medidas preventivas, mientras que si ya existe afectación, se deben tomar medidas de reparación.
El experto subraya la necesidad de evitar el sesgo en la selección de muestras mediante una metodología robusta de control epidemiológico. Enfatiza la importancia de contar con veedores internacionales para garantizar la imparcialidad de los resultados.
“Es importante un monitoreo de la calidad de agua del río Pilcomayo con un muestreo diverso y en diferentes épocas del año, además de un monitoreo del perfil epidemiológico de las personas que habitan cerca del río y determinar la relación entre las principales enfermedades de las comunidades para comparar con las poblaciones no expuestas”, asegura Alfredo Laime Calisaya, toxicólogo ambiental y parte de la Red Nacional de Toxicología.
El alcalde de Villa Montes, Rubén Vaca Salazar niega tener conocimiento de la presencia de metales tóxicos en el Pilcomayo, pese a haber sido director de la Oficina Técnica Nacional de los Ríos Pilcomayo y Bermejo (OTN-PB) durante la gestión 2017-2019.
El ejecutivo municipal dice que las respuestas a la presencia de metales tóxicos corresponden a los niveles superiores del Estado. “Este problema no es de ahora, nadie le pone la atención que se merece el río Pilcomayo”, comenta, quien también ocupó un cargo en una instancia que tenía incidencia directa sobre la cuenca.
Los metales pesados, con su carga tóxica, pueden infiltrarse en el cuerpo de quienes dependen del río, un pueblo que, arraigado a su tierra y tradiciones, se encuentra atrapado en la desinformación y el desamparo.
Aquí puedes descargar la base de datos de los registros de 15 años de monitoreo sobre presencia de metales tóxicos en el río Pilcomayo, en el tramo que atraviesa Villa Montes.
Investigación, reportería y visualizaciones: Rocío Corrales
Fotografías: Luis Fernando Mogro Vacaflor
Apoyo editorial y edición: Acceso Investigativo.
Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo Spotlight XVII de la Fundación para el Periodismo (FPP) y Acceso Investigativo, en el marco del proyecto El Pilcomayo a Profundidad, con el apoyo de la Fundación Avina, financiado por Voces para la Acción Climática (VAC).