Cuando Kevin Pérez García Pinto se puso por primera vez los guantes en el cuadrilátero, jamás imaginó que sería para dejárselos puestos.
Hace más o menos un año el mundo del ring no significaba nada para él, toda su vida la había dedicado a las artes marciales y le gustaba la disciplina que con ellas había adquirido. Sus ojos estaban puestos en diseñar- literalmente- su futuro, pues es estudiante de la Carrera de Arquitectura que le demandaba gran parte del tiempo.
Un día, hace un año aproximadamente, Kevin decidió probar el kick boxing; un deporte que llamaba su atención desde hace un tiempo. Allí fue cuando se puso los guantes por primera vez y pudo comprobar que tenía talento.
“Unos meses después de empezar a entrenar me invitaron a participar en el Campeonato Departamental de Boxeo”, cuenta sobre sus primeros pasos dentro de las cuerdas del ring.
Su participación reafirmaba lo que su entrenador y sus compañeros veían: tenía talento.
Kevin, con 20 años y 3 meses en el cuadrilátero, había logrado el primer lugar. “Fue un gran esfuerzo”, dice reconociendo que aún le quedaba la duda entre el abismo que separa la suerte del talento. Pero aún así, aquella victoria era la llave para el nacional de boxeo.
“Cuando les conté a mis padres lo que sucedió al principio estaban en contra”, recuerda el joven, “pero terminaron apoyándome”.
Así fue cómo Kevin empezó a prepararse para encarar un torneo nacional que se le venía encima con la fuerza de un knockout, pero en el que estaba dispuesto a dar todo pese a su escepticismo sobre alcanzar la victoria, debido al escaso mes que tenía para prepararse.
La rivalidad entre la suerte y el talento lo perseguían a lo largo de los entrenamientos. “Tal vez había tenido suerte con rivales fáciles”, se cuestionaba en medio de golpes laterales y mixtos.
“Esto era diferente, sabía que competiría contra lo mejor de lo mejor de los departamentos y yo…yo no me sentía ni preparado ni capaz de ganar”.
Entre exámenes en la universidad y entrenamientos frustrados, el tiempo pasaba más rápido de lo que Kevin deseaba.
De repente era el día de la pelea y ahí estaban sus compañeros y su madre, esperando hasta las tres de la mañana el momento de su pelea. Tanto él como su oponente estaban cansados; había sido un largo día y aún una más larga espera.
“Mi profesor me mandó a calentar y gracias a sus palabras logre reemplazar frío, miedo y nervios por valentía. Nadie sabía lo que me esperaba”.
El boxeador de 20 años recuerda que aquel momento su mente se despejó y para él solo existían el cuadrilátero, su oponente y él, pero después de dos difíciles rounds, su cuerpo ya no rendía igual. Luego del tercer round, el tarijeño se consagró campeón por decisión dividida, aunque en el fondo, él sabía que merecía la victoria.
El recuento de la pelea se resumía en cinco moretones en el cuerpo, uno en la cara, una marca en la nariz y un cuerpo totalmente fatigado. Aunque con la victoria a cuestas, estaba noqueado.
Tras la pelea, Kevin consideró dejar el cuadrilátero. Había visto sufrir a su madre a lo largo de esos minutos en el ring y tenía dudas respecto a presentarse en la pelea del día siguiente, pero tras enterarse de la derrota de los otros compañeros de su club, optó por hacer un último esfuerzo por la delegación de Tarija.
“Mis padres fueron a verme, aunque yo no dije casi una palabra en casi todo el campeonato”, recuerda sobre ese día.
Aquella pelea resultó mucho más fácil que la anterior, aunque su oponente intentaba intimidarlo, Kevin tenía su adrenalina controlada y simplemente se dedicó a “hacer lo suyo”. Y estaba resultando. Esta vez no solo se iba casi sin moretones, sino que llevaba consigo el oro entre las manos.
Pese a su escaso tiempo en el mundo del boxeo, Kevin tiene una nueva meta en la cabeza: llegar a las olimpiadas de Tokio 2020.