La vocación de servicio tal vez sea innata en ella, pues al terminar el colegio, supo inmediatamente que quería ser enfermera
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Mercedes Bluske Moscoso
(Verdadcontinta-agosto/2018) La mujer de 77 años se presenta 15 minutos antes de lo acordado en el lugar de la cita. “Me gusta llegar temprano”, dice mientras esboza una sonrisa. El blanco de su cabellera y las marcos en su piel, evidencian que el tiempo no se detiene, pese a sus intentos por seguir con el mismo ritmo que antes sus labores de activista.
Su frágil cuerpo aparece del fondo de un bultoso abrigo que la hace ver más delicada aún. Pero un par de minutos conversando con ella son suficientes para percibir que tras aquella mujer, se esconde la energía de un león, aunque su voz es suave y siempre hay una sonrisa entre frase y frase.
La vocación de servicio tal vez sea innata en ella, pues al terminar el colegio, supo inmediatamente que quería ser enfermera. Y aunque no provenía de una familia acomodada, era una excelente alumna, y consiguió una beca para lograr su objetivo en la universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca.
Pese a que pasaron los años, sus ganas de ayudar a los demás no menguaron. El día de la entrevista no es la excepción, pues María sostiene entre sus brazos una bolsa, a la que se aferra celosamente. Pronto descubriría que en el interior de aquella bolsa azul, se encontraba una alcancía para recaudar fondos para una joven que libra la batalla contra el cáncer.
“¡Qué enfermedad!”, lamenta la mujer, que aún en aquellos minutos en los que es el centro de atención, no puede apartar de su mente a las personas que necesitan su ayuda.
Sin embargo, hace el esfuerzo por centrarse en ella y viajar a su pasado, a su Potosí natal, donde tras graduarse empezó a trabajar en la empresa minera Quechisla, en el campamento del cerro Chorolque.
“Decidí trabajar en Comibol (Corporación Minera de Bolivia), porque era la que mejor pagaba”, recuerda, “antes podíamos elegir dónde queríamos trabajar, no como ahora”.
Allí empezó su vida como activista. María se empezó a involucrar en las reuniones sindicales y se dio cuenta que la situación de los mineros era vulnerable, por lo que su participación se volvió cada vez más activa.
“Incluso llegué a conformar el directorio del sindicato”, cuenta María.
Tras 10 años de trabajo en la mina, María decidió retornar a la ciudad de Potosí, pues por aquel entonces ya estaba casada y tenía una pequeña hija, a la que quería ofrecerle mejores condiciones.
En Potosí trabajó en la universidad, donde también se involucró con los alumnos y promovía la defensa de sus derechos. Finalmente, cuando se jubiló tras cumplir 25 años de servicio decidieron con su esposo trasladarse a Tarija para pasar en esta ciudad sus años de jubilados.
“Ya nos habíamos comprado un lotecito en Tarija cuando trabajábamos”, agrega María, quien eligió la ciudad por su clima y calidad de vida.
Al llegar a Tarija sintió que necesitaba seguir ayudando a la gente. Por aquel entonces se encontraba pasando clases de crochet, y una amiga se enteró que en Tarija había una institución llamada ECAM (Equipo de Comunicación Alternativa de la Mujer), que trabajaba por los derechos de las mujeres.
Al conocer esa información, María no dudó en acercarse a la institución y tomar sus talleres para participar activamente en las actividades. Poco a poco se empezó a enterar que había mujeres víctimas de violencia y María no dudaba en ayudarlas, guiarlas en el proceso para sentar denuncias o para buscar una solución a su situación.
Pronto empezó a correr la voz sobre su labor, y otras mujeres en situaciones similares empezaron por acudir a ella.
“Luego me asocié a la Asociación Bartolina Sisa”, cuenta la mujer, desde donde pudo trabajar más de cerca casos de violencia y de vulneración de derechos en materia de salud.
“Allí me llegó un caso de violencia y todavía lamento que no pude ayudar a esa mujer. Se llamaba Anita”, relata recordando aquel caso. Pues aunque logró ayudar a muchas personas, los casos que quedan en el aire la atormentan.
“Su marido la golpeaba. Para dormir, ella hacía una pared de piedras contra la puerta y dormía con un machete”, dice imprimiendo espanto en sus expresiones.
“Me hace sufrir que las personas, especialmente las mujeres, vivan una vida infeliz”, dice como quien justifica el porqué de su activismo.
A su vez, María es feliz ayudando, aunque reconoce que debería bajar el ritmo, pues sabe que los años pasan. Y su familia también lo sabe.
“Cuando me van a buscar a mi casa, mi marido les dice que ya no vivo ahí”, dice entre risas María, pero para ella, estas actividades son su razón de ser y el motor de su vida.
“No me gustaría que me frenen, porque quizás son los últimos trabajos de mi vida”, dice María bajando la mirada. “Soy consciente de que ya soy mayor”.
Ya sea un la salud o en defensa de las mujeres, la María promete seguir luchando mientras le queden fuerzas, pues asegura que eso es lo que la hace feliz y la llena de satisfacción.
Pero en sus grupos no todo es trabajo, también encuentra allí diversión y pasa gratos momentos.
“Tengo un grupo de la tercera edad en la plaza El Chaqueño”, cuenta. Allí muchos adultos mayores se reúnen para hacer manualidades y otras actividades en las que aprenden cosas nuevas y disfrutan de la compañía de amigos.
Aquel grupo realizó hace dos años una presentación en la Casa de la Cultura, y María recuerda con una sonrisa, que ella recitó una poesía titulada Me Caso, No Me Caso, de Luis Aldana. “Tengo mis actividades también”, concluye.
Potosina de nacimiento, pero tarijeña por elección, María Calderón promete seguir trabajando por una mejor salud y por los derechos de las mujeres, hasta su último aliento.