Sentado bajo una palmera con su pequeña mochila desgastada y sus vasos de maíz. Los ojos foráneos de Cecilio son testigos de los momentos más importantes de la reciente historia de Tarija
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Mercedes Bluske Moscoso / Jesús Vargas Villena
La plaza principal Luis de Fuentes y Vargas se ha convertido en su segundo hogar, lugar en el que trabaja desde el año 1972, él es Cecilio Kollke Ch’ullqui, de descendencia aimara y si bien sus apellidos castellanizados se entienden como Colque Choque, él pide que se escriba en su idioma natal.
“Kollke” significa hombre acaudalado, “el que nunca se desmoraliza” y “Ch’ullqui” se interpreta como “duro e indestructible” y precisamente así es él, que sobrevivió a un fuerte incendio al interior de su casa.
Este hombre llegó del occidente con el fin de establecerse en Tarija y tener una familia, teniendo como herramienta de trabajo una cámara fotográfica, siendo en aquella época de muy difícil acceso para la mayoría de los pobladores, más en el pequeño poblado tarijeño.
Cecilio colocó su cámara fotográfica en plena plaza principal y comenzó de buena forma su negocio, sacando aquellos momentos imborrables con su lente.
Así captó momentos que quedarán grabados en la eternidad, cientos de sonrisas de visitantes que hacían de esta plaza su primera parada oficial de Tarija. Cecilio, fue el testigo silencioso de sus aventuras.
Las familias tarijeñas también aprovechaban el lugar para sacarse una foto con el antiguo “honguito” de la plaza.
Así conoció a su mujer, con quien posteriormente tuvo un hijo, pero el tiempo como el destino le tenían una serie de sorpresas en el camino.
Primero se quedó sin su pareja. “Hizo cosas malas”, se limitó a decir.
El hijo emigró a la Argentina, donde se casó y formó otra familia, de él nada sabe hace dos años. “No tengo contacto por ahora, ni sé qué estará haciendo”, dijo con cierta nostalgia.
Pasó lo menos esperado, tuvo que dejar la cámara. Llegó el día en el que se incendió su casa, llevándose todo consigo, incluso, estuvo cerca de perder la vida.
Ocurrió el domingo 12 de octubre de 2014, día que coincidía con las elecciones generales de presidente y vicepresidente.
Cecilio vive en el barrio Moto Méndez, atrás de la barranca, al lado de una quebrada. “Recuerdo que fue después de votar”. En esa oportunidad, tras cumplir con su deber ciudadano, se acostó en su pequeño catre, olvidando que la vela estaba encendida.
“Ya llevaba un tiempo sin luz, porque me habían cortado”, situación que le ocurrió por los retrasos en los pagos del servicio. “Setar me cortó”, lamenta.
Cuando se despertó cerca de las seis de la mañana, ardía todo a su alrededor. “Traté de apagar el fuego con las sábanas, pero fue imposible”, recuerda.
El hombre estuvo a un paso de la muerte, sino fueran los vecinos que alertaron del incendio.
Todavía quedan marcas de aquella vez en su cuerpo que está lleno de manchas por las quemaduras, las que él muestra sin ningún tipo de problema.
Un duro encuentro cara a cara con la muerte y una nueva oportunidad de vivir. Cecilio perdió su cámara y todos los implementos de trabajo, pero volvió a la plaza principal.
“La gente me ayudó con ropa y otras cosas que hicieron en diferentes campañas”, dice orgulloso de quienes le dieron una mano en el momento que más lo necesitaba.
Todavía sigue usando la ropa que le fuese regalada aquella vez.
Con el poco dinero que consiguió compró maíz del mercado, para venderlo por vasitos en la plaza. Su principal mercado: los niños.
El hombre empezó a vender maíz, aprovechando que una de las atracciones de la plaza principal es la gran cantidad de palomas.
Los niños se le acercan para comprarle los vasos llenos de maíz que posteriormente lanzarán al suelo para que las aves se aglomeren y empiecen a consumirlo.
Sin embargo, empezaron las prohibiciones. Los problemas de la salud causados por las infecciones que generan estos animales, hicieron que la Alcaldía tome medidas de acción, una de ellas, acabar con la distribución de comida.
“Vienen los policías y no te quieren dejar vender”, reclama el hombre, aunque desconoce de los problemas infecciosos que pueda causar esta ave.
Cecilio lleva una pequeña y desgastada mochila, en la que pone todo el maíz que compra del mercado, en otro bolsillo, guarda con una bolsa los vasos de plástico.
En un buen día de venta la ganancia puede sobrepasar los Bs 30. Una jornada regular puede llegar a Bs 20. “Alcanza para mi cenita”, dice ya acostumbrado.
Sobre la intención de la Alcaldía de exterminar a las palomas de centros de aglomeración de personas como la plaza principal, el vendedor no mostró preocupación alguna, al referir que éstas siempre se reproducen en grandes cantidades.
“Es muy difícil, ya lo intentaron varias veces y no lo lograron”, dice optimista en su característico acento occidental.
Pero en caso de que eso ocurriere ¿de qué subsistir? Es la pregunta que queda al aire.
Lamentablemente, la burocracia es otro problema para este señor, al no poder cobrar ni siquiera la renta por la falta de unos papeles.
“Si logro cobrar los cuatro meses que meden de renta y colectar con este trabajo algo más de plata, espero comprarme una nueva cámara”, dice.
Si bien reconoce que el negocio de la fotografía ya no es tan rentable como en los 70’, dice que todavía hay personas a las que les gusta ir a la plaza a tomarse una imagen instantánea y que se la impriman en ese momento.
Su reclamo se centra en la limitación del tiempo de la venta. “Es la única forma de subsistir que tengo y los policías no te dejan”, reclama.
Como Cecilio, existen otros vendedores cuyo futuro es incierto, pues su presente es ya bastante complejo, siendo un fiel reflejo de la realidad económica de la región.