“No me gusta la foto, puede sacar otra por favor”, al aceptar, se peina el jopo y lo pone hacia un lado. “Porsiacaso, no se te reconocerá, porque por ley debo taparte los ojos”, se le dice, pero él, responde que no importa, y se vuelve a peinar…
[avatar user=»Mercedes Bluske» size=»80″ align=»left» /]
[avatar user=»Jesus Vargas» size=»80″ align=»left» /]
Mercedes Bluske Moscoso y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-abril/2018) Dos mandarinas, concentración y equilibrio, pero especialmente, manejar bien los tiempos para no perder la vida.
Él es Raúl R.V.; un niño de 9 años, que cada día se para frente a los vehículos cuando el semáforo marca rojo. Frente a un grupo de motores que rugen apresurados cada que se pone el color amarillo, él está con la mirada fija en sus mandarinas, esperando no perder la jugada ante la gravedad.
La clave está en que las mandarinas no se caigan, hacer el show en el momento justo, para después ir rápidamente a recoger las monedas de quienes consideren que su trabajo valió la pena.
“¡Hazte un lado!, ¡te vas a hacer pisar!”, le recrimina de pronto un conductor, quien obviamente, le niega una moneda.
La lógica es que el niño esté estudiando, en su casa, o en cualquier parte, pero no expuesto a los riesgos de la calle; eso mismo piensa el equipo de Verdad con Tinta, pero… ¿qué pasa si no sale un día a trabajar? “No viviría”…responde el pequeño.
Su respuesta es tan contundente, que se hace un nudo en la garganta y cuesta abordarlo en la siguiente pregunta.
Raúl…no Raulito, porque pese a su corta edad, el niño es mucho más maduro que cientos de personas. Nos sentamos en una de las bancas bajo los frondosos árboles de la avenida Víctor Paz Estenssoro.
Es un poco tímido, razones tiene, pues cuenta que conoce historias de personas que secuestran niños para traficarlos. Información no le hace falta.
Tras mostrarle el credencial de medio de comunicación, se siente más sereno y dispuesto a charlar. En realidad, habla más por sus ojos que por su boca.
Tiene ojos grandes, tez morena, una camiseta celeste, pantalón corto y un manto de dulzura; un ángel, o por lo menos esa sensación transmite a uno al sentarse a su lado.
“Soñar… no tengo sueños”, dice tajante a la pregunta de cuáles son sus deseos. Después se calla, mira hacia arriba y empieza a sincerarse…sí, claro que sueña, después de todo, es un niño.
Más suelto dice que alguna vez soñó, aunque con eso basta, solo que no quiere ilusionarse demasiado.
“Jugaba en un campeonato y ganábamos la copa”, dice recordando aquel sueño, en el que daba una vuelta olímpica ante los vítores de los espectadores.
La pelota es una de sus grandes alegrías. “Me gustaría jugar futsal”, reconoce.
Los malabares que hace con sus dos mandarinas, son un aprendizaje de vida que le dejó su compañero de jornadas; su hermano mayor de 14 años, quien por esta vez, no pudo acompañarlo.
A veces le toca lidiar solo con los autos, la gente y otros trabajadores callejeros, con sus únicas dos mandarinas.
“Algunas veces es peligroso”, admite volcando el rostro tímidamente hacia otro sector, donde había un grupo de jóvenes, quienes estaban consumiendo a la luz de la mañana bebidas alcohólicas en la Fuente de los Deseos.
Solamente un mes atrás, un conductor fue acuchillado por un joven en la misma esquina donde trabaja el niño.
Él llega a su puesto de trabajo a eso de las 12.30, y se queda hasta las 16.30, para ir posteriormente a comprar comida con las ganancias, luego sube a un micro, y se va su casa, donde debe alimentar a su abuela, quien está a cargo de su cuidado.
Su mamá falleció por cáncer. “Ella era bonita”, la recuerda y agacha la mirada. Su madre lavaba ropa para ayudar a mantener a la familia; mientras que su padre se fue a la Argentina o por lo menos eso piensa.
“Dijo que se iba a trabajar y de ahí no volvió más, mi mamá estaba preocupada por él”, relata.
A su padre, a quien ansía volver a ver, lo recuerda “jovencito”.
Lo recaudado en el día, lo utiliza para comer y lo sobrante, le da a su abuela para que se lo ahorre. “Ella guarda para mis útiles de matemáticas”.
Lo poco que gana, se va destinado en comida y estudios, además de apoyar en gastos de la casa, donde vive su abuela con su hermano.
Por las mañanas va a la unidad educativa Fe y Alegría, donde aprovecha los recreos para jugar a la pelota, pero después… trabajo.
¿Juegas? “No…” es su contestación, acotando que solo con sus compañeros de curso cuando se puede en el colegio.
¿Qué te gustaría recibir en este Día del Niño? “Algún juguete o una pelota”, responde con una mirada tierna, pero a la vez penetrante.
Su plato favorito es el saice, que dependiendo la ganancia, se compra en el Mercado Central.
Si bien desea continuar con sus estudios, también pretende llegar a ser un buen albañil de mayor, de forma que pueda juntar el dinero suficiente para llevar a la casa, mostrando así su madurez.
El informe oficial de la Defensoría de la Niñez y la Adolescencia de la Alcaldía de Tarija, refiere que son unos 34 niños que están en situación similar a la de Raúl, que es la de menores que deben trabajar en las calles, pese a que tienen una casa donde dormir.
Las políticas nacionales permiten el trabajo infantil desde los 10 años; esta norma es la Ley Nº 548.
La vida de Raúl, un menor que dejó de lado sus ocupaciones de niño, por la necesidad de mantener un hogar, es el reflejo de la realidad económica de una región; de un país.
“Que Dios le acompañe”, dice a modo de despedida para volver a pararse al medio de los autos.