El centro tiene la misión de prevenir el abandono escolar, la desintegración familiar y el abuso infantil
Mercedes Bluske Moscoso
(Verdadcontinta-abril/2018) Como la leche, el centro alimenta a los niños en conocimiento y valores. Cual miel, los pequeños reciben amor para endulzar su vida y la de las personas que los rodean.
Son las 9 de la mañana y los niños van llegando poco a poco al centro ubicado en la zona de Morros Blancos.
En medio de lotes baldíos, perros callejeros y una que otra tienda de barrio, algunos se aproximan con paso rápido y firme de la mano de sus madres.
Otros llegan solos, agarrados con fuerza a los tirantes de su mochila como si intentarán protegerla o, tal vez, solo quieren aferrarse a cualquier cosa para sentirse seguros.
A su corta edad, aprendieron a ser responsables de ellos mismos, y de su porvenir. Saben que de su formación depende su futuro, y con los cuaderno a cuestas, pese a tener carita dormilona, entran al aula con la mejor voluntad.
Allí los espera Deidamia Ramos, una de las mujeres que está a cargo del centro, junto con las otras dos profesoras que los apoyan con las tareas que tendrán que presentar por la tarde en la escuela.
Aunque el apoyo escolar es una parte fundamental de su trabajo, el impacto que tiene Leche y Miel en la vida de los niños va más allá de lo académico.
Es una coraza que los protege de los peligros que afrontan en la vida cotidiana, muchas veces sin estar conscientes de ello.
“El que estén en la casa solitos hace que estén expuestos a todo tipo de peligros, no solo sexuales”, dice Deidamia, mientras explica que el tenerlos en Leche y Miel durante esas horas, reduce las probabilidades de que esto suceda.
La realidad es que mientras los niños permanecen en el centro, los padres trabajan. Por este motivo los pequeños, que mayoritariamente viven en casas de alquiler rodeados de desconocidos, no tienen que quedarse solos y expuestos a un sinfín de riesgos.
En el otro salón ya empezaron las clases con Cecilia, una de las profesoras. “¿Cuánto es treinta más seis?”, se escucha al fondo del salón en el que se encuentra asistiendo de manera personalizada a cada uno de los niños.
Rodeados de cuadros con números, el abecedario y juguetes, ellos tienen un ambiente propicio para vencer los retos académicos que se les presentan.
Aunque al principio el centro estaba destinado a familias de escasos recursos, que no podían pagar un profesor particular para que ayudara a sus hijos, y cuyos padres no podían ayudarlos debido a la falta de conocimientos; ahora reciben a niños de distintos niveles económicos que necesitan su apoyo.
“Yo tenía problemas con las divisiones”, reconoce Belén, una de las niñas que asiste a Leche y Miel en las mañanas. “Mi vecina le contó a mi mamá que sus tres hijos venían aquí para que los ayuden, y ella decidió mandarme”, dice la pequeña, quien es poseedora de una dulce sonrisa como de unos ojos marrones llenos de picardía.
Belén asegura que ahora las divisiones son un obstáculo superado y disfruta de hacer los ejercicios. “Ahora me están ayudando con la prueba de la división, porque me cuesta”, dice la niña de 9 años, mientras mira su cuaderno de la escuela.
Como ella, 34 niños acuden al centro que se mantiene gracias a la colaboración mensual o anual de personas particulares, porque la institución no depende del Estado.
“Hay donantes que nos ayudan todos los meses con Bs 20, Bs 50 o lo que puedan”, dice Deidamia.
La ayuda de los patrocinadores sirve para pagar el alquiler de la casa en la que funciona el centro ubicado en Morros Blancos, uno de los barrios más críticos de la ciudad, debido a su cercanía con la cárcel.
El salario de las profesoras, servicios básicos y de la merienda de los pequeños, también debe cubrirse con las donaciones.
“Hay niños que vienen sin comer”, dice la responsable. “Ellos son muy sinceros y de repente, al entrar te dicen que llevan sin comer desde el día anterior”, continúa mientras señala una bandeja con fruta, que será la merienda del día.
A su corta edad, muchos de ellos conocen por experiencia propia lo que es el hambre y la frustración académica. Males que Leche y Miel busca remediar.
Los hijos de Maribel son parte de Leche y Miel desde hace dos años y viven en Tarija hace seis.
“Yo me vine de Potosí con ellos, porque no me llevaba bien con su papá”, cuenta la madre de tres pequeños.
“Vengo a hacer mis tareas”, dice la hija de Maribel, que no supera los 8 años. “Me costaba mucho la división”, cuenta la delgada niña que lleva puestos unos gruesos anteojos.
Su día. El Día del Niño. Ese uno de los momentos en el que todos pueden olvidar la pesada mochila que cargan a pesar de sus escasos años de vida, y vuelven a ser los que son: niños.
“Cantamos, comemos torta y bailamos”, dicen con emoción los pequeños.
Como ellos, niños de muchos barrios de Tarija afrontan la misma situación y el mismo riesgo, pero no son tan afortunados, pues no existen centros privados que los apoyen, como Leche y Miel, y las guarderías públicas van cerrando a pasos agigantados ante la falta de renovación de contratos a los profesores por parte de la Gobernación.