Pasó un mes y medio atendiendo a pacientes en una improvisada clínica de voluntarios, cercana a la zona de conflicto
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Mercedes Bluske y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-agosto/2018) Aunque sus orígenes son “humildes”, como él asegura, su vocación de servicio y sus ganas de superarse, lo llevaron a realizar grandes cosas. En un pequeño consultorio de la sala de emergencias del hospital San Juan de Dios de Tarija, el médico hace una retrospección de todas las decisiones que tomó en su vida hasta finalmente llegar a ese lugar en el que al son de bombas como de ametralladoras, arriesgaba su vida para salvar la de otros.
Su vida
Rubén Taqui Pacara nació en el Chapare, Cochabamba, en el seno de una familia de bajos recursos. Su padre, que era sindicalista, decidió trasladarse de su Potosí natal hasta el Chapare, para darles un mejor futuro a sus hijos.
“El sueño de todo potosino del norte, es llegar al Chapare”, dice para romper el hielo, ocultando su timidez.
Sus estudios primarios los realizó en Sacaba y Rubén reconoce que siempre fue buen estudiante. Gracias a que se graduó con honores del colegio, pudo acceder a una beca para estudiar medicina en Cuba, pues la situación de su familia era difícil, y no podían permitirse mandarlo a la universidad.
“Por aquel entonces mi padre había sido asesinado y mis dos hermanos mayores ya estaban estudiando”, dice el hombre de 32 años, mientras explica que eran tiempos difíciles para él y su familia en materia económica.
Pese a las dificultades, Rubén hizo propio el sueño de su padre, que era ver a sus tres hijos profesionales. Así, pese a los miedos y a la incertidumbre, se embarcó en una aventura académica a Cuba, donde finalmente pudo estudiar la carrera de medicina gracias a una beca que postuló mediante las organizaciones sindicales.
En Cuba conoció amigos de diferentes países, entre ellos, una peruana que luego se convertiría en una pieza clave para que llegara a Siria.
“En Cuba conocí a Dios”, dice Rubén a continuación, introduciendo al motor principal de su proeza en Siria. Alguien le había regalado una biblia y en la última página tenía escrito el salmo que dice: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como entidad tuya los confines de la tierra”.
Rubén tomó aquellas palabras como un mensaje que Dios le había mandado, desde entonces estuvo esperando el momento para cumplirlo, aunque no sabía si iba a llegar algún día.
Rubén culminó sus estudios y tras retornar a Bolivia, viajó a Tarija para convalidar su título. La ciudad le gustó tanto, que decidió quedarse.
En su nuevo lugar de residencia conoció a la mujer con la que pronto formó una familia.
Rubén se casó y tuvo a su primer hijo, que ahora tiene un año. En medio de esa vorágine del día a día, no sabía si aquella promesa que le había hecho a Dios de servir en otras naciones desde su profesión, se llegaría a concretar.
La decisión
Finalmente la oportunidad llamó a su puerta. Aquella compañera peruana que había conocido en Cuba retomó contacto con él hace algunos meses, y le contó que estaba sirviendo como médico voluntario en Siria.
“Me dijo que se necesitaba mucha ayuda”, cuenta Rubén bajando la mirada. La oportunidad era tan real como los problemas que aquejaban a los habitantes de aquel país del que Rubén poco sabía; sin embargo, la decisión era difícil.
Rubén ahora tenía una familia y sus responsabilidades eran mayores. No solo se iba a quedar sin un salario, pues nadie le pagaría por sus servicios en Siria, porque se trataba de un voluntariado, sino que afrontaba la posibilidad de morir mientras intentaba salvar otras vidas, pues la guerra civil en ese país cobra decenas de vidas cada día.
Tras largas jornadas de conversaciones con su esposa, finalmente decidió cumplir con su promesa. “Trabajé un poco más los últimos meses”, dice Rubén, explicando que de esa forma pudo dejar ingresos que ayudarían a su familia económicamente durante su ausencia.
Luego de unos meses, el médico aterrizaba en el aeropuerto de Tel Aviv, en Israel, para cruzar la frontera terrestre con Siria.
La travesía
“El ambiente es muy pesado”, dice bajando la mirada, como si quisiera evitar recordar el dolor y las miserias de aquel lugar en el que tanto la muerte como las bombas, son parte de la vida cotidiana.
Tras llegar a Tel Aviv y pasar unos días en dicha ciudad, Rubén fue llevado a la frontera con Siria, donde lo esperaba un pequeño grupo de musulmanes, para llevarlo a su destino final en la ciudad de Yubata, en los Altos del Golán de Siria.
Pese a que se sentía intimidado por la cantidad de armas y vehículos de guerra que vio en la frontera, no sintió miedo, aunque reconoce que sentía asombro ante la normalidad con la que portaban desde pistolas y hasta ametralladoras.
El Dato:
Los Altos del Golán es una meseta ubicada en la frontera entre Israel, Líbano, Jordania y Siria. El territorio de 1800 km 2, es parte del conflicto árabe- israelí.
“Todo el mundo tiene armas. Si están en el ejército o servicio militar, entran con armas incluso a restaurantes o universidades”, cuenta aún sorprendido Taqui Pacara.
“Uno no está acostumbrado a estas cosas, yo soy una persona muy pacífica; es más, ni he ido al servicio militar”, revela con una tímida sonrisa.
Y aunque al principio estuvo tranquilo, el miedo no tardó en llegar, pues desde su arribo al campamento en Siria, hasta el día que tuvo que salir de allí, nunca dejó de escuchar estallidos de bombas, y disparos de todo tipo. “Tuve miedo, especialmente los primeros tres días”, reconoce.
Aquellos primeros tres días, el ejército del presidente Bashar Al Asad, estaba realizando ataques en la ciudad de Yubata, por lo que las bombas que caían en los alrededores de la ciudad se sentían en el campamento, que se encontraba a 15 minutos de distancia.
“Caía tierra de los techos del campamento y el suelo temblaba”, explica el médico boliviano.
En medio del caos, el trabajo del equipo médico del campamento no cesaba. Si bien muchos pacientes acudían con enfermedades comunes, como resfríos, diarreas o infecciones, otros eran víctimas de la guerra, que llegaban con desgarros, fracturas y heridas de bala.
Los días eran largos, pero la estancia de Rubén fue más corta de lo que tenía previsto ante el inminente peligro que corría su vida, como la de sus compañeros.
Pese al cariño que los musulmanes de la región tenían por aquel grupo de médicos cristianos que día a día los atendían, tuvieron que ser evacuados, pues los aliados del régimen de Bashar Al Asad, les dieron un ultimátum. Ante la amenaza,el trabajo voluntariado de Rubén se redujo a un mes y medio, pese a que su estadía estaba prevista para tres meses.
“Dos semanas antes ya habían sido evacuados todos los grupos de ayuda extranjera”, agrega respecto a organizaciones como los Cascos Rojos y los Cascos Blancos. “Bashar no quiere a extranjeros en su territorio”, continúa, “a muchos los capturan como rehenes”.
La creciente tensión hizo que todos los grupos fueran evacuados, pero los voluntarios de Fai Relief, la organización de Rubén, decidieron permanecer.
“La gente de la zona iba de noche al centro, pero no para hacerse atender, sino para ver si seguíamos ahí”, cuenta el doctor Taqui Pacara, aún con dolor en el corazón, pues para aquellas personas, los médicos representaban una esperanza de vida.
Sin embargo, pronto las amenazas fueron más fuertes y el líder de la comuna de Yubata en la que se encontraba el campamento, les dijo que había recibido amenazas de los aliados de Bashar, y les daban 45 minutos para salir del territorio sirio. Caso contrario, las consecuencias serían terribles.
“Estábamos a 40 minutos de la frontera con Israel”, dice Taqui a modo de ilustrar el poco tiempo que les habían dado para evacuar. “Era tomar lo primero que encontrabas, y salir”.
El equipo fue el último grupo de voluntarios extranjeros en salir de la zona, llevándose en sus pequeñas mochilas la esperanza de miles de sirios, grandes y chicos.
Felixidades doc!! A seguir adelante..