Este profesional en salud trabaja en el hospital San Juan de Dios; aquella experiencia le enseñó a mirar a cada paciente de una manera diferente, a humanizarse más en cada atención
[avatar user=»Mercedes Bluske» size=»80″ align=»left» /]
[avatar user=»Jesus Vargas» size=»80″ align=»left» /]
Mercedes Bluske y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-agosto/2018) Las charlas íntimas entre él y el Señor, son una constante, mismas que le impulsaron a tomar valor de salvar su vida, pero especialmente la de los demás no solo en su país, sino en zonas tan alejadas como en el Medio Oriente, en regiones en que la muerte marca el presente de determinados lugares, como en Los Altos de Golán de Siria.
Él es Rubén Taqui Pacara, un joven médico de 32 años nacido en el Chapare, en el departamento de Cochabamba.
Mirando al suelo acomoda rápidamente tres sillas en uno de los consultorios de la sala de emergencias del hospital San Juan de Dios para dar inicio la conversación, este centro médico tiene una serie de deficiencias, pero con lo que vivió en el Medio Oriente, el sitio es casi un lujo.
“Si me preguntan mejor, no soy muy bueno para hablar”, dice el hombre mostrando con su moreno rostro parte de su timidez, mientras se acomoda un poco la chaqueta al ver la cámara fotográfica.
El médico ya asentado en Tarija, no tuvo una vida fácil en sus primeros meses en esta ciudad.
“Fueron una gran experiencia”, dice con su típica timidez, por no decir de la compleja situación que le tocó vivir en un sitio en el que no tenía ni siquiera para comer.
La caótica situación económica, no nubló su impresión que le había causado esta capital y es que no quería dejar esta ciudad, planteándose vivir ahí.
Consiguió entrar al hospital San Juan de Dios como internista, halló un pequeño cuarto cerca de este centro médico. “Le dije al dueño que por favor me tuviera paciencia hasta que me paguen mi primer sueldo”, recuerda con una leve sonrisa.
¿Y tu almuerzo? Era inevitable la pregunta. “Me lo costeaba con un pan acompañado del famoso Karpil”, responde regalando una nueva sonrisa entre sus labios.
Sí, el almuerzo era menor que la ración de un cabo en el cuartel, la pequeña bolsita del característico jugo del suero de vaca, era su ración nutricional.
Pero no solo la ciudad lo eclipsó, también lo hizo Liz, una mujer oriunda de Tupiza, que conoció en este lugar. Con el pasar del tiempo el médico fue ascendiendo y entre sus internistas estaba una joven residente, quien lo enamoró.
“Soy tímido y me costaba decirle lo que siento”, confesó. Nada mejor como una flor para romper el hielo. La entrega fue en medio del trabajo, en una de las salas del hospital, así de sencillo pero de fuerte.
La relación inició con una flor y de ahí vino el matrimonio, de donde tuvieron un hijo. Casado, con hijo, y a punto de recibir un contrato laboral, parecía difícil ver la posibilidad de emprender una nueva aventura lejos del país.
Un nuevo encuentro con él…con el Señor volvió a cambiar su rumbo y por ende, se puso a armar el equipaje.
Llegó a un país en plena crisis. La muerte ronda por las calles de Yubata, donde él trabajaba como voluntario.
Este cristiano estaba sumido en medio de un conflicto árabe, dando vida en un terreno dominado por la muerte.
“La base de todo es mi cristianismo”, asegura, siendo esa fe que tiene el principal soporte para hacer su trabajo.
Pero no solo dio vida en los centros médicos, sino que entrenó a niños jugando al deporte que más le gusta y con el que soñó algún día profesionalizarse: el fútbol.
Empezó a entrenar a niños árabes, recordando aquellos tiempos en los que jugaba en los verdes terrenos del Chapare, cuyos sueños fueron frustrados por una fractura.
Volviendo a Medio Oriente, los pelotazos y las risas tapaban el sonido de las bombas que hacían eco entre los gritos de ¡goool!
¿Cómo se comunicaban? Otra de las grandes barreras fue el idioma. Poco o nada sabía de inglés y de árabe…“ni señas”, confiesa.
Tenía como traductores a su amiga peruana y a un médico guatemalteco, pero atender a un paciente era todo un show. “Yo le preguntaba en español que tenía, mi traductor le decía en árabe y el paciente respondía, para que de nuevo me traduzcan”. Era muy difícil trabajar así.
El límite del idioma casi le hace bajar los brazos. Se propuso entender el árabe, costó pero por lo menos las palabras y frases básicas las sacó. “مساء الخير”, pronuncia ante las miradas cruzadas de los periodistas que no entienden su significado. “Buenas tardes”, aclara.
Otra clave, fue no solo entender su lenguaje hablado, sino el visual. Pudo entender rápidamente cómo los árabes usaban la mirada para aprobar o desaprobar, algo que le sirvió de mucho en sus consultas.
En el aspecto cultural, el choque más fuerte para él como cristiano, fue la cultura en sí, con tradiciones muy fuertes, especialmente hacia la mujer.
“Con la menstruación empieza el martirio de la mujer”, revela y no precisamente por el dolor físico que produce este proceso natural, sino por el camino que es obligada a seguir, desde matrimonios arreglados hasta prohibiciones severas, incluso en la mirada.
Pese a las impresiones que le causaron esas situaciones, aprendió a respetar su cultura, como los mismos árabes la de él, quienes incluso se le unían cuando cantaba alabanzas a Cristo.
La experiencia de este médico no solo quedó en el tema profesional, sino que tuvo una fuerte dosis de emotividad, lamentando que por la guerra civil, ese lugar donde estuvo ya no cuente con un solo médico.
“Algo de mí se quedó allá”, confiesa antes de cerrar la entrevista, pues tenía un turno en el San Juan de Dios de Tarija.
Él es Rubén y su futuro en la especialidad médica, dependerá de nuevas conversaciones con él…con el Señor.