La primera vez que vi a un travesti fue en Estados Unidos en el año 2008. Nunca había visto a una persona trans en mi vida y mi instinto me impulsó a seguirla con la vista por cuanto tiempo pudiera. “No mires”, me dijo de pronto una amiga, con una expresión casi satánica en el rostro. “Les gusta llamar la atención” continuó.
La respuesta durante muchos años fue efectivamente esa: “no mires”.
La invisibilización y la falta de información fue moneda corriente para un colectivo que, como el transgenero o trasvesti, existe desde tiempos remotos, pese a los esfuerzos por negarlos, mantenerlos ocultos o eliminarlos.
Inclusive en la mitología griega se cuenta una anécdota en la que Tetis, madre de Aquiles, escondió a su hijo vistiéndolo de mujer para evitar que fuese llevado por Odiseo a la Guerra de Troya. Si eso no es travestismo al estilo mitológico, ¿entonces qué es?
¿Por qué no mirar? ¿Qué había que ocultar? ¿Por qué tanto misterio? Porque así era más fácil para el resto, para quienes no querían reconocer que las sociedad estaba cambiando y que la inclusión de los colectivos era el siguiente paso en la cadena de la evolución social.
Aunque en las sociedades tradicionalistas de Latinoamérica hablar de travestismo fue un mito por muchos años, la llegada de un nuevo siglo marcó el inicio de un cambio para los sectores que buscaban tener una voz igualitaria o al menos aspiraban a ser representados.
“El Teje” nació en Argentina en el año 2007 y se prolongó hasta 2012. Originalmente se trató de una publicación de siete números, fruto del trabajo semestral que se realizó en el aula con personas trans.
La idea era de capacitar en periodismo a un grupo de la comunidad trans, especialmente aquellas en situación de prostitución, para que a partir de relatos en primera persona pudieran re-construir la memoria, co-construir otros sitios posibles en el imaginario travesti, intentando impactar en la sociedad para lograr su inclusión y el respeto por su identidad, a través de una visibilizaciónque les fue negada durante muchos años.
Marlene Wayar fue una figura importante para impulsar este periódico que ha logrado grandes hitos a los largo de su historia.
Marlene es travesti y se niega a describirse como una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. Con sus 1,90 de alto, prefiere explicar que una travesti es una persona que ha decidido, optado, por construirse en el género femenino más allá del condicionamiento biológico.
Marlene había acudido a Paula Viturro, allá por el año 2005 mas o menos, para conversar sobre la posibilidad de un proyectos con las “travitas”. Paula se encontraba a la cabeza del Área de Tecnologías del Género en el Centro Cultural Rojas, y rápidamente se dejó seducir por la idea. Al dúo se sumó María Moreno, del área de comunicación del mismo Centro Cultural, y lo demás fue historia.
El Teje, según cuenta Marlene en una entrevista con la revista Lavaca, fue el nombre elegido para el periódico, porque es una palabra que se utiliza mucho en la jerga de los travestis como una palabra comodín.
“Es la palabra cómplice entre nosotras, de lo que no queremos que el otro se entere: tráeme el teje, por la cocaína; o mira el teje, es cuando tiene la billetera con dinero. Es lo que el otro no puede entender. Y es ese el nombre de la revista”, relata Marlene en diálogo con Verdad con Tinta.
A lo largo de su existencia, la peculiaridad del medio no solo radicó en que fueron ellas en primera voz quienes contaron las historias y experiencias que las atravesaronapelando al género periodístico, sino que su contenido fueuna apuesta por ser una herramienta educativa tanto para el colectivo, como para el resto de la sociedad.
El Teje cambió vidas de adentro para afuera, generando inclusión y empatía a través de la espontaneidad de sus relatos. Para los miembros de El Teje, también fue una ventana para salir de la prostitución y vivir de las letras.
Si, fue… pues El Teje ya no se publica más. Sin embargo, una de las cosas buenas que tiene internet, es que ayuda a inmortalizar pequeñas piezas que, como El Teje, ayudan a construir, siendo parte de la memoria colectiva. Un recordatorio constante de dónde vinimos y hacia dónde vamos.
De vez en cuando me gusta deslizarme a través de sus páginas y leer artículos como “La importancia de llamarse Ernesto” o “Cómo travestirse y no morir en el intento”. Lo hago como un ejercicio para entender la “otredad” y para evitar que mi mente diga “no mires”. Porque mirar al costado no aporta una solución, sino que contribuye al problema.