Se llama Nicolás Del Carpio Barrón, tiene 21, es de Sucre y según cuenta, su vida entra en 30 kilos y dos ruedas.
Alguna vez nos preguntaron qué cosas pondríamos en una mochila para sobrevivir, pero… ¿cuánta gente es realmente capaz de responder con certeza? Para Nicolás no hay dudas: barras de proteína, agua, sopas instantáneas, una cocinilla plegable, una olla, una carpa, un sleeping y ropa térmica, son parte del kit básico de supervivencia.
Nico, como le dicen sus amigos, a sus cortos 18 años descubrió que viajar y andar en bicicleta eran dos cosas que le encantaban y que se fusionaban a la perfección. Pero para él, viajar tiene un concepto diferente al del viajero común; requiere de preparación física, fortaleza mental y sin duda alguna, una introspección para conocer sus límites.
Todo se remonta a sus cortos 17 años, cuando juntó cada centavo que tenía para comprarse una bicicleta. Al principio era un hobbie al que le gustaba dedicarle tiempo, pero pronto se dio cuenta que pedalear también era una vía de escape que encontraba ante la adversidad, para conectar con él mismo y con sus sentimientos.
“Cuando me peleaba con alguien, me iba a manejar bici y un par de horas después, volvía feliz”, cuenta mientras mira de reojo a la “Furia Roja”, nombre con el que bautizó a su compañera de dos ruedas.
“Es mi lugar feliz, mi refugio”, asegura.
La idea de viajar en bicicleta, como suele ocurrir en su caso, fue fruto de una discordia con su pareja. “Fui a descargar mi ira e hice un fondo hasta el puente Sucre”, continúa, “ahí me di cuenta que me encantaba estar horas sobre la bici y así surgió la idea de viajar”.
Su primer viaje fue en 2018, cuando decidió ir hasta la ciudad de La Paz y retornar a Sucre en un circuito que duró 8 días, y en el cual puso por primera vez a prueba sus capacidades a bordo de la “Mamba Negra”, nombre con el que bautizó a su primera bicicleta.
“Más que el tema físico, es poner a prueba lo mental, porque implica estar 12 horas sobre la bici, solo y pensando constantemente en tener todo lo que necesitas para continuar”, asegura.
El viaje a Chile surgió un tiempo después de aquella primera experiencia, pero primero tocaba conseguir los fondos. “No es tan barato como parece”, revela.
Luego de un año de arduo ahorro y de conseguir patrocinios, Nicolás optó por viajar a Chile porque le resultaba más económico y además, algunos amigos le habían dicho que la situación política en Argentina- su segunda opción- estaba un tanto inestable.
“Un mes antes de mi viaje, cuando ya tenía hasta el pasaje comprado, estalló el conflicto en Chile”, relata Nicolás agarrándose la cabeza y dejando escapar una risa sarcástica. Pero eso no detuvo sus planes. El 20 de diciembre, Nicolás estaba a bordo del avión rumbo a Santiago, con uno de sus sueños cargados en escasos 30 kilos.
“Tuve miedo al principio, porque había mucho vandalismo e inseguridad, pero una vez allá, las cosas estaban más tranquilas por las fechas festivas”.
Las paredes llenas de grafitis, las protestas y los ánimos caldeados de la gente generaban un aire de inseguridad, pero nada se interpondría entre él y su meta.
El 22 partió de Santiago a Valparaíso en medio de los petardos de los manifestantes, dando inicio a su viaje y al primer tramo de su itinerario.
Nicolás, quien es estudiante de la carrera de Ingeniería Electromecánica, cuenta que al estar al nivel del mar su rendimiento físico fue muy favorable, pese al peso que llevaba en las dos cajas que iban sujetas a la bicicleta, las que contenían su equipaje.
Su ritmo fue tan bueno, que pronto decidió ajustar su itinerario pedaleando más kilómetros por día, logrando terminar en 17 días el viaje que inicialmente tenía previsto concluir en 20.
Pese al buen augurio que presagiaba su rendimiento, pasó momentos duros que le exigieron tener fortaleza mental para no quebrarse y fortaleza física para llegar a sus paradas.
“Cuando dejé la costa y me adentré al desierto, el sol y el viento me dejaron en claro que no iban a ser cariñosos conmigo”.
Cruzar en ‘bici’ el desierto de Atacama, donde la radiación solar es la más alta del mundo y los vientos en la tarde pueden alcanzar los 50 kilómetros, dependiendo la época del año, requiere de destreza y preparación. En sus cientos de kilómetros marcados por la nada, el viento, el sol y la sed, se convierten en factores que dibujan la delgada línea entre la vida y la muerte.
Nicolás llegó a Paposo- que era el antiguo límite de Bolivia con Chile- y decidió continuar subiendo hacia Coloso (al sur de Antofagasta), porque no había señal de teléfono celular para comunicarse con su familia.
“La verdad subestimé la subida”, reconoce el joven recordando uno de los momentos más duros del viaje, donde tuvo que hacer frente a un pendiente de 40 kilómetros, con escaso alimento y sin agua.
Al terminar la ardua pendiente, a 100 kilómetros de La Negra (al este de Antofagasta), que era su próxima parada, Nico atravesó un momento de quiebre al verse en el medio de la nada, solo y sin agua.
“De la nada apareció una camioneta que paró cuando le hice señas”, relata aún extasiado, recordando aquel momento como si hubiese sido una alucinación de esas que dicen que suelen suceder en el desierto. Pero en todo caso, se trataba de un milagro.
El hombre de la camioneta tenía dos grandes bidones de agua y se ofreció a cargar las botellas que llevaba Nicolás sin recibir nada a cambio, cual buen samaritano.
Con la moral restablecida, fuerzas ¡y agua!, continúo su camino. “Ese día me despedí de la costa”, relata, “a partir de entonces, lo único que vi en el paisaje fueron duras y las antiguas vías del tren”.
Sin embargo, estaba emocionado por adentrarse finalmente a territorio boliviano, donde se sentía más cómodo; casi en casa.
A las 10 de la mañana, luego de 10 días de viaje, Nicolás cruzaba Estación Abaroa –en el límite de Bolivia con Chile- cargando su bicicleta, las dos maletas que llevaba en ella y un millón de aventuras que quedaron grabadas en su mente y en su cuenta de Instagram, pues todo el viaje fue subiendo fotos y videos, cual bitácora, logrando captar la atención de millones de personas.
Su viaje siguió por San Cristóbal, Uyuni, Potosí y finalmente el 8 de enero se preparaba para pedalear el último tramo hasta su Sucre natal.
En la recta final, Nicolás no pudo evitar parar en el puente Sucre, un lugar especial para él, pues es donde empezaron de alguna forma todos sus sueños o, como dice su familia, todas sus locuras.
Sus compañeros de ciclismo y sus familiares fueron a darle alcance en la carretera, haciendo que esa última etapa sea llena de emoción y sentimiento.
“Cuando estaba llegando a San Roque, ya en el centro, no pude evitar llorar. Estaba muy emocionado”, cuenta sobre aquel momento en la capital que muchas veces se pintó como utópico por las adversidades que vivía durante el viaje.
Con 2 500 kilómetros puestos en las piernas y con “Furia Roja” como su gran compañera, el boliviano ya sueña con su próximo destino, y promete seguir atrayendo los ojos del mundo hacia el país en cada pedaleada.