Durante la última decena de días, el país ha puesto su atención en el bloqueo de carreteras convocado por la Central Obrera Boliviana (COB) y las organizaciones afines al Movimiento Al Socialismo (MAS), quienes inicialmente pedían que se respete la fecha de las elecciones, pero que ahora han sumado a su pedido la renuncia de la presidente interina, Jeannine Añez Chávez.
Muertos en los hospitales por falta de oxígeno y carencia de alimentos en las ciudades, han copado los titulares; pero poco se ha dicho sobre ellos: las almas que han quedado varadas a su suerte en la ruta y que, en muchos casos, se encuentran en medio de la nada.
Juan, aunque no sabe el número exacto, calcula que una treintena de conductores comparten su misma suerte en esa parte del camino. En su caso, se encuentra atrapado en la cumbre que conecta La Paz con Cochabamba desde el lunes 3 de agosto, cuando se disponía a regresar a su hogar, con la carga que había recogido de la Sede de Gobierno.
Son 2800 los transportistas que se encuentran en condiciones similares en diferentes carreteras del occidente, combatiendo el frío, el hambre y el miedo, por partes iguales. En todo el país, son más de 8000 los vehículos atrapados en los bloqueos.
En medio de la nada, las principales medidas de higiene para evitar el contagio de coronavirus, han quedado tan pausadas como sus vidas. No hay agua, baños y el jabón es un lujo que no se pueden permitir en la cumbre nevada. Eso sí, cuando salen de los vehículos para recibir un poco de sol para combatir el intenso frío del altiplano, intentan mantener la distancia.
“No tienen qué comer, hay una persona que sube a pie cada dos días con sopa de chuño, eso es todo lo que comen”, cuenta uno de sus familiares por teléfono, manteniendo su identidad en el anonimato, pues teme represalias de los bloqueadores.
Según relata, están utilizando el agua de los tanques de los baños de los buses y radiadores de los vehículos para beber. Utilizarla para lavarse las manos es considerado un desperdicio, pues no saben cuánto tiempo más tendrán que estar varados y temen quedarse sin provisiones.
“También derriten el hielo de la cumbre y lo utilizan para beber y lavarse”, cuenta la mujer.
Aunque su vida parece haberse pausado en las alturas, sus problemas de salud no están dispuestos a darles tregua. Juan padece de chagas, y su familia cuenta que otros choferes tienen enfermedades como la diabetes, por lo que necesitan sus medicamentos.
Sus condiciones médicas, sumadas a la mala alimentación, han despertado la alarma de sus familiares, quienes temen por su vida.
En la cumbre no hay pueblos que se divisen a la redonda. Su alimentación está a merced de la voluntad de la mujer que sube a vender cada dos días aquel caldo de tubérculos que alimenta a la caravana de vehículos que han quedado atrapados en medio de dos bloqueos.
“Salieron el 3 de agosto de La Paz y se encontraron con un bloqueo al bajar la cumbre”, dice la mujer, quien desconoce el punto exacto en el que se encuentra su compañero de vida, “cuando intentaron volver, se encontraron con otro bloqueo”, relata.
Su comunicación es escasa, pues luego de 10 días, no hay batería de celular que aguante, por lo que hablan solo un par de veces al día y al colgar, el hombre apaga el teléfono hasta la próxima comunicación.
“Carga su celular solo cuando prende el vehículo para mantener el motor funcionando, porque tampoco puede desperdiciar combustible”, lamenta.
Aunque la situación es crítica para él, su preocupación es su familia: su esposa y sus hijos.¿Están bien? ¿ Se están abrigando? Son las preguntas que hace continuamente en las breves comunicaciones que tienen.
“¿Y quién se preocupa por ellos?”, cuestiona la mujer, sobre el destino de aquellas treinta vidas que han quedado pausadas en una colina, sumando un total de 2800 almas dispersas entre otras rutas..
Mientras tanto, en la ciudad, lejos del hambre, la sed y el miedo de los choferes, continúan los diálogos y las leyes, de las que depende la vida de quienes han hecho de la ruta su hogar en los últimos diez días.