El oficio de trabajadora del hogar es uno de los más golpeados por la pandemia de COVID-19, y por las medidas que se toman para combatirla.
Las trabajadoras sienten que su sector ha sido dejado de lado y no les queda más que esperar a que haya algún empleador que requiera sus servicios.
Ante la falta de trabajo tienen que aceptar lo que les ofrecen, de lo contrario, no pueden generar ingresos.
Cristina Cuarita se dedica al oficio de trabajadora del hogar desde sus 18 años, tiene dos hijos y desde marzo que el dinero no le alcanza para darles de comer.
Solía trabajar por hora, cobrando unos Bs 50 por jornada. “Trabajaba 2 o 3 veces por semana dependiendo de la casa”, recuerda. Antes de marzo, su ocupación se distribuía en tres hogares.
Aunque todos sus jefes le comunicaron amablemente que ya no trabajaría durante la pandemia y le dijeron que volvería cuando sea seguro, ella no cree que pueda hacerlo, dado que uno de sus empleadores falleció hace poco, y otra ya no puede pagarle.
“Está fregada la situación, por más que uno quiera trabajar, no se puede, entonces está fregado”.
Cristina tuvo que salir de su hogar a buscar algún trabajo, porque asegura que no tiene “ni un peso”. Su esposo -con quien está en pleno divorcio- tampoco puede trabajar.
“A veces me hago pancito, mi hermana tiene una tienda y a veces me llevo ahí”, explica que solo así puede comer.
Hasta el momento, el único alivio para su economía fueron los bonos que cobraron sus hijos. Ella no pudo acceder al bono “Jefas de hogar”, pues no figuraba como beneficiaria, aunque aún espera contar con él. “Es desesperante no tener ni para el pan”, lamenta.
La única ayuda que ella y las trabajadoras asalariadas de hogar recibieron de las autoridades fue un kilo de azúcar, harina, arroz y fideo: “Para mí me ha alcanzado para tres días máximo, porque somos trecitos”, pero sabe y lamenta que esa ayuda no significará lo mismo para otras compañeras suyas que tienen más bocas a su cuidado.
Hay una mujer que sí le dio “un poco” de trabajo. “Me pagó Bs 50 por dos horitas”, pero no es algo regular, la señora se contacta con ellas en alargados intervalos de tiempo.
Tuvo otra opción de trabajo, pero la larga distancia entre su casa y la del empleador, le impidió aceptarlo.
“Tenía que levantarme muy temprano para ir, pero como es lejos se dificultaba volver en la tarde”.
Una opción por la que no puede optar es la del trabajo “cama adentro”. Cristina sabe que tiene que estar junto a sus hijos y mudarse sola no es algo que valore.
Un hecho más agobia a Cristina: el alquiler. No lo paga desde el inicio de la cuarentena, y no sabe cómo cubrirá su deuda después. La propietaria accedió a rebajarle la mitad, pero los meses se siguen sumando, tanto de alquiler y especialmente sin empleo.

Realidad y futuro borrosos
Miriam Azama es la presidenta de la asociación de trabajadoras asalariadas del hogar “30 de Marzo”; ella dice que de las 140 afiliadas, la mayoría no está trabajando. Las más afectadas son aquellas que trabajan por hora.
Dice que en general sus jefes les dijeron “vayan nomás a sus casas, cuídense, para no traer la enfermedad”, junto con la promesa de volver al trabajo cuando sea seguro, pero ella no confía en poder hacerlo pronto.
“Algunas compañeras fueron despedidas”, menciona al hablar de la inseguridad laboral a la que están expuestas, pues la mayoría no trabaja bajo un contrato.
La asociación 30 de marzo tiene 140 afiliadas. La mayoría, se encuentran desempleadas.
“No nos quieren los empleadores con contrato”, lamenta.
Opciones de trabajo hay pocas y por lo general son “cama adentro”. Miriam sabe que no es algo viable, pues la gran mayoría de las afiliadas son madres. “Como tenemos hijos no podemos asumir trabajos cama adentro”.
“No hay garantías, no hay plata, no hay trabajo”.
Las formas de trabajo no son lo único que ha cambiado para ellas, el salario es distinto también. “Algunas por necesidad deben aceptar lo que sea, porque necesitamos”.
El trato en las casas es otra de las tantas cosas que tal vez no vuelvan a ser las mismas para las trabajadoras del hogar.
“Están -los empleadores- con miedo […] nos sentimos incómodas, como si seríamos personas raras para ellos”.
Miriam protesta contra la falta de apoyo a su sector. La dirigente asegura que son pocas las trabajadoras que accedieron al bono “Jefa del Hogar”.
Cristina indica que no aparecían en las listas de beneficiarias, y que para acceder al bono debían presentar “un montón” de documentos.
Unas decidieron “no hacer nada” para cobrarlo, pues conseguir los papeles significaba salir y correr el riesgo de contagiarse.
El director del Fondo de Promoción Económica Departamental de Tarija (Fopedt), Luis Carlos Barrios, responde que la situación “es diferente”.
Dice que efectivamente hay trabajadoras que no pudieron cobrar el bono, pero que se debe a problemas con el Registro Único de Estudiantes (Rude), que es la base de datos de la que partieron para determinar a las beneficiadas con el bono.
“Al parecer, cuando muchas personas llenan el formulario Rude, al momento de la inscripción, no lo hacen con la debida formalidad […] o en la administración de las unidades educativas se equivocan también”, afirma que esa es una de las causas por la que “muchas” no figuran entre las beneficiarias.
La versión del funcionario refiere que la información del Rude “no concuerda con la realidad”.
Para solucionar ese impedimento, se permitió solicitar el bono presentando documentos que demuestren que la crianza de los hijos recae sobre la madre: fotocopias de los carnets, una libreta escolar (sin importar el año) y otro documento que certifique la condición de madre sola, como certificados de divorcio, órdenes de alejamiento o certificados de defunción.
Sin embargo, en la etapa de recepción de documentos -ya finalizada- de mayo a agosto, solo hubo un punto en toda la ciudad para presentar dichos papeles: “En Cercado hemos empezado en la plaza y luego nos hemos trasladado al estadio”.
Aunque la mayoría los estregó en físico, también tenían la opción de hacerlo de manera digital “siempre que las imágenes sean nítidas y sean emitidas por autoridad competente”, afirma Barrios.
Otro motivo por el que algunas no cobran el bono es porque aún son saben que son beneficiarias. Esto se puede comprobar en la página web www.jefasdehogar.covid19.tarija.gob.bo introduciendo el número de cédula de identidad o el nombre de la madre.
Del otro lado de la puerta
Pero del otro lado de la puerta, la situación también es compleja. Existen también familias que sí pagan con contrato a las trabajadoras del hogar.
La familia Vargas en contacto con Verdad con Tinta cuenta que tiene contrato con una trabajadora del hogar, pero al ser “cama afuera”, se le pidió que no vaya a su casa, por el miedo al contagio.
“No sabemos a dónde va después del trabajo y ese temor se nos viene todos los días”, asegura el jefe del hogar que pidió que solo demos su apellido por temor a cualquier proceso que quiera iniciarles el Ministerio de Trabajo.
El problema, según cuenta, es que si bien la trabajadora no va a su casa a realizar los quehaceres, sí deben cumplir con el pago mensual, pues el contrato así lo establece, además que el Decreto 4199 prohíbe cualquier tipo de despido en tiempo de cuarentena, como establece el Ministerio de Trabajo en un comunicado.
Los miembros de esta familia relatan que no pueden arriesgarse a que se abran las posibilidades de contagio con la trabajadora, pues dentro de la casa hay una persona de 63 años que tiene una enfermedad de base como es la diabetes. “Es de alto riesgo”, dicen al unísono.
También hay casos que se dieron al revés, en los que la decisión de dejar el trabajo partió de las propias trabajadoras.
Julia habla de una buena relación con la trabajadora de su hogar, quien llevaba tres años de servicio y un día simplemente no volvió.
A pesar del trabajo de medio tiempo, bajo contrato, cuando inició la cuarentena la trabajadora dejó de asistir a la casa como cada día, “desapareció del mapa”, dice Julia, pues no se la podía contactar ni por celular.
Lo que pasó fue que la decisión de abandonar el trabajo la tomó solo ella, sin preguntar ni prevenir a Julia.
Luego de cuatro meses, el celular sonó, la trabajadora pedía regresar al trabajo, a la par que le contaba a su antigua jefa que todo ese tiempo se había retirado al campo para evitar el contagio.
Julia aceptó. “Ya la conocía de años y nunca le dije que se fuera”, dice. A pesar de la riesgosa situación que impone la pandemia, Julia no tiene inconvenientes con que ella continúe como lo ha hecho siempre: trabajando por horas, entrando y saliendo una vez cada día.
“Salgo a trabajar a las 7:00 y ella llega después, y cuando vuelvo, ella ya se ha ido. No tenemos contacto”, revela.
Todo un sector
La asociación de trabajadoras asalariadas del hogar 30 de Marzo cuenta con 140 afiliadas, una porción de la cifra total, pues no todas están afiliadas.
Los empleadores presentan nuevas exigencias, algunas que simplemente no se pueden cumplir, como el trabajar cama adentro para las madres.
Según Cristina, el trabajo por hora aumenta, pero la paga no. “Hay que limpiar cosas de meses, pero no alcanza el tiempo y es más pesado”.
Esto incrementa también el carácter informal de las contrataciones. No hay acuerdos ni contratos formales, solo trabajos esporádicos sin garantías.
La realidad y el futuro de este trabajo parece definirse en dos polos: o cama adentro, o por hora unos días a la semana.