El servicio de delivery o entrega rápida se convirtió en todo un mercado durante los meses de cuarentena en el departamento de Tarija. El negocio se sostiene en sus repartidores, quienes tienen que moverse entre la central, los locales y las casas de los clientes numerosas veces al día, respetando un factor determinante: el tiempo.
Si bien cada rutina es distinta y depende de la ubicación, para conocer el día a día de los repartidores Verdad Con Tinta entrevistó a Camila Medrano Ruiz, quien trabaja como repartidora en Bermejo para GoDelivery y cuenta cómo es un día de su trabajo.
Mañanitas de cumpleaños
Despertar con el clima frío no es fácil en ningún lugar. Camila Medrano Ruiz, en Bermejo, se enfrenta a esa decisión: “¿Me levanto o pido permiso?”. 10 grados de temperatura le esperan afuera, pero sabe que siempre termina levantándose.
Finalmente, al pensar en el día que le aguarda, lo hace: abandona la cama y se dispone a alistarse poco después de las 6:00 de la madrugada.
“Jamás me levantaba tan temprano. Pero desde que trabajo lo hago de lunes a lunes”.
La rutina matinal le exige ciertas preparaciones, pues en épocas de pandemia, no se puede salir “así nomás”. Uniforme, riñonera, mochilas, barbijo, alcohol, ropa de repuesto y su infaltable medio de transporte: la bici.
Los rayos de sol se lucen con timidez y las calles de Bermejo tienen cierta concurrencia; ya son las 7:00 de la mañana.
Cuatro cuadras la separan de la oficina, donde aguardan sus compañeros para hacer la primera entrega del día. Hoy, una torta de cumpleaños con su respectivo canto y baile. Hay un señor mayor que cumple años, vive solo y no sabe que tres individuos de brillosos trajes naranjas se dirigen a su casa con parlantes y cotillón.
A las 8:00 están en la puerta. Acomodan dos banquitos plásticos en el suelo. Sobre ellos van la torta y el parlante. Hoy toca cantar “Las mañanitas” y bailar una cueca a pedido de las hijas del cumpleañero, quienes no pueden estar presentes por la pandemia.
El hombre mira el espectáculo desde las gradas de su domicilio. Mira, no habla; las lágrimas brotan y solo se tapa la boca con una mano.
“La gente está muy sola, debemos hacerlo especial para ellos”
Camila Medrano
Mientras actúa, Camila se percata de las lágrimas de aquel señor y le es imposible aguantar las suyas.
“La gente está muy sola, debemos hacerlo especial para ellos”, dice refiriéndose a las entregas con festejo.
Por lo general, el primer pedido a entregar de la mañana, es un regalo de cumpleaños. Cada mañana hay que cantar. Y cada mañana se ponen en práctica las coreografías ensayadas entre semana.
No son tiempos fáciles. La soledad se configura como un virus, y hacer algo especial para el cumpleaños de alguien es una píldora de aliento “para ellos y para nosotros”, ya que para Camila también significa un aliento.
Además de la torta, el señor recibe una carta. Camila la lee aguantando un sollozo que amenaza con quebrarle la voz, el hombre sigue llorando, y ella está emocionada a pesar de no conocerlo.
Termina el evento y el cumpleañero tiene la firme intención de invitar un café a aquellos que celebraron su día. Pero no se puede, las reglas de la empresa de delivery impiden cualquier especie contacto directo con los clientes. Los uniformados agradecen amablemente, pero tienen que partir a la oficina.
“Tenemos reglas bien marcadas, muchos nos quieren agradecer de distintas formas, pero tenemos que cumplirlas y evitar cualquier contacto”.
Ya han llegado las 9:00. Como cada día, se desayuna en la oficina, entre numerosos carteles que dicen “GoDelivey” en un fuerte color naranja. La oficina es como una habitación, el espacio suficiente para descansar entre pedidos. Las vitrinas lucen a la calle los regalos de las empresas que requieren sus servicios.
En el transcurso de la mañana la temperatura aumenta y el sol afianza su presencia. Entregar pedidos de casa en casa, con una bicicleta como medio de transporte, no es lo más fácil en un lugar con temperaturas tan altas como las de Bermejo.
“Tengo que tener dos poleras siempre, con el calor y el uniforme se suda mucho”.
En ocasiones, por el sol en la nuca, un dolor de cabeza acecha a Camila, por lo que tiene que volver a la oficina, a que la gerente le tome la temperatura. Porque con un virus como la COVID-19, el termómetro simboliza la licencia de trabajo.
Son las 10:30, un momento para descansar, no hay pedidos. Podrían jugar algún juego de mesa o limpiar la oficina. Se deciden por lo segundo.
Desinfectar todo, los asientos, el escritorio, las mochilas, los banquitos, las bicicletas… “Es la manera de cuidar a los clientes y a nosotros”.
Terminan el trabajo y llega el medio día, las 12:00. Hoy cada uno comerá en casa. En otras ocasiones, cuando hay más pedidos, la gerente los invita a almorzar, pero hoy irán a las suyas.
“Al medio día, la gente pide mucho postres y helados; si es así, nos quedamos a almorzar”.
Paciencia, rutina y un banquito
Son las 15:00, hora de volver al trabajo. Suena el celular de Camila, vía WhatsApp la gerente anuncia un nuevo pedido. “Voy yo”, dice ella. La siguiente orden le tocará a su compañero.
Camila se pone el uniforme, el barbijo, la riñonera, las dos mochilas -una con sus cosas y otra para los pedidos- y parte.
El calor es intenso, el traje calienta, y el barbijo no facilita mucho la tarea.
Primero debe recoger el pedido del local. Una vez ahí, pone en el suelo el banquito, que siempre lleva con ella. Rocía alcohol en la superficie y deja el dinero. Da unos pasos atrás, hasta cumplir la distancia reglamentaria. Ahora le toca a la señora del frente.
Ella tiene el postre en las manos, ya conoce el procedimento, pues se repite a diario. Toma el dinero y deja el postre en el banco. Se aleja. Camila se acerca y pone a llover alcohol desde el atomizador. Coje el pedido y el banquito para irse.
Continúa pedaleando hasta llegar a la casa del cliente. Cuando la encuentra manda un mensaje a la gerente: “Ya estoy”. Mientras la gerente informa que la repartidora ya llegó, ella repite el protocolo. Pone el banco, rocía alcohol, acomoda el postre, rocía alcohol, se aleja.
El cliente también sabe cómo proceder. Pero, de vez en cuando, Camila se topa con alguna persona impaciente, quien le exige que omita el protocolo de bioseguridad. Ella tiene que obedecer a las reglas del trabajo y cumplir las medidas. Pero a veces hay algunos más impacientes aun y denotan un mal humor por “tanto show”.
“Tengo prohibido responder, hacer malas caras o cualquier actitud negativa. No es todos los días, pero hay gente que se enoja por cumplir el protocolo. He aprendido a ser muy paciente, no puedo dañar la imagen de la empresa”.
La tarde pasa entre pedidos y pedaleadas. Repitiendo cada vez la rutina del banquito. Por día, Camila y su compañero de trabajo deben visitar de 30 a 40 casas.
“A veces competimos para ver quién hace más”, dice, pues tratan de mantener una dinámica entretenida. Trabajar de 7:00 a 22:00 no les impide pasar un buen rato.
Así llega la noche. El sol deja de presionar, pero Camila siente el cansancio acumulado por cada entrega. “Al final del día contamos muchos pedidos, pero es más dinero también”. Se hace la rendición de cuentas.
Antes de cerrar la jornada quedan dos últimas desinfecciones. Una en la oficina, se limpia con alcohol todo lo que se quede ahí. Y la otra en casa. El uniforme, la ropa, las mochilas, la riñonera y todas las “armas” propias de un repartidor en tiempos de pandemia.
EXCELENTE ARTICULO
Que bueno que haya este tipo de servicios con todos los protocolos pertinentes.