Su presente no puede ser entendido sin su pasado. Brisa De Angulo Losada tenía 16 años cuando su vida cambió para siempre. Aquel año su primo, Eduardo G.A., de 27 años, se había mudado desde Colombia a Cochabamba, para vivir con su familia.
El joven se había convertido, junto con sus padres, en un protector de Brisa y de sus hermanas: las ayudaba con la tareas, se quedaba con ellas cuando sus padres salían y jugaban juntos. Compartían techo, comida, juegos y el apellido.
Pero pronto aquellos juegos se tradujeron en toques inapropiados que, poco a poco, desencadenaron una pesadilla para aquella joven llena de vida.
“Recuerdo que la primera vez que él me empieza a tocar en formas inapropiadas era jugando ‘pesca pesca’ o algo así”, relata Brisa desde el otro lado de la línea telefónica y desde el otro lado del continente, en Estados Unidos, donde se mudó para iniciar una nueva vida.
En medio de juegos y risas, el hombre había tomado a Brisa de los senos, generando inmediatamente una reacción defensiva de la joven. “Yo inmediatamente le reclamo que no me gusta, que porqué me toca así”.
La respuesta de Eduardo fue anular el instinto de protección de Brisa, diciéndole que era una “exagerada” y una “mal pensada” que veía cosas donde no las había. “Como adolescentes, como niños, siempre estamos buscando al adulto que nos explique lo que está ocurriendo, entonces yo rápidamente invalidé eso”, explica Brisa, quien es psicóloga, doctora en derecho y ha consagrado su vida a ayudar a niños, niñas y adolescentes victimas de agresión sexual.
Logrando su cometido, la segunda vez que Eduardo tocó inapropiadamente a su prima, esta no dijo nada por miedo a ser desacreditada nuevamente, quedando en ridículo frente a su primo y hermanas.
El 85% de las violaciones a menores ocurren en el entorno familiar.
Uniceff
Así, revela que las violaciones en el entorno familiar suelen ser un proceso lento, donde el agresor va anulando el sentido de protección de la víctima poco a poco, hasta que finalmente tiene lugar el abuso.
“Es un nivel de manipulación horrible”, reconoce Brisa, enfatizando en que el sentido de protección ha sido tan anulado, que una se siente hasta copartícipe “de todo eso”.
Brisa fue víctima de abuso sexual durante aproximadamente nueve meses. “Me agredía sexualmente prácticamente a diario”, se sincera.
A partir de entonces, poco a poco empezó a desaparecer la sonriente joven de 16 años que estaba en el equipo de natación representando a Cochabamba, que tocaba el violín y que daba clases como voluntaria, dando paso a una Brisa que solo quería llorar y que todo terminara.
Su vida se había convertido en un calvario que no merecía la pena continuar viviendo; aun así, los abusos eran un secreto que pretendía llevarse a la tumba.
Brisa había intentado quitarse la vida dos veces: “pensaba que era mucho más fácil prevenir el dolor que mi familia iba a sentir al enterarse lo que estaba pasando. El quitarme la vida era eso, el deseo de llevarme el secreto a la tumba como lo hacen miles de adolescentes”.
Cuando sus padres la llevaron a un centro especializado tras sus intentos de suicidio, ella rompió el silencio. Brisa terminó confesando a sus padres que había sufrido violencia sexual de parte de su primo.
Romper el silencio fue tan difícil como callar. Su caso salió a la luz en el año 2002; Brisa describe el proceso como “horrible”, pues en Cochabamba no habían espacios de atención a víctimas de violencia sexual y en los pocos espacios a los que pudo acudir, ella siempre era la culpable, no la víctima.
“En todos los lugares a los que yo iba, la culpable siempre es la niña, la adolescente, porque nosotras nos lo buscamos, nosotras seducimos, siempre la culpa es de la niña”.
Brisa nunca obtuvo justicia en Bolivia y su agresor terminó huyendo del país. A la fecha, es buscado por la Organización Internacional de Policía Criminal-Interpol- por sus siglas en inglés.
De acuerdo al expediente 2004-08814-18-RAC,la sentencia pronunciada el 28 de marzo de 2003 condenó a su agresor a siete años de reclusión por el delito de estupro agravado, pero este formuló apelación restringida acusando la violación y aplicación errónea de varios artículos de la Constitución Política del Estado y del Código Penal.
Posteriormente, la Sala Penal Segunda, integrada por los vocales Eduardo Guamán Prado y Martha Rojas Álvarez, mediante auto de vista del 5 de junio de 2003, anuló todo el proceso con el fundamento de que la declaración de la víctima fue recibida en privado y en ausencia del acusado- que se había dado a la fuga-.
El silencio estaba roto y Brisa no quería volver a callar. No estaba dispuesta a ser silenciada nuevamente. Lo hacía por ella. Lo hacía por las demás.
La cultura del incesto
Según las estadísticas, más del 85% de las violaciones a menores ocurren en el entorno familiar. Dicho de otra forma, más del 85% de las niñas abusadas sexualmente, son víctimas de incesto.
Aunque sigue siendo un tabú, el incesto es un problema creciente en Latinoamérica, donde según datos de Unicef, más de 1,1 millones de niñas han sido víctimas de violencia sexual en su familia a lo largo de su vida. Brisa es una de esas niñas.
“Este problema no es de un agresor y una víctima, este problema es un problema de toda la sociedad”, continúa Brisa De Angulo Lozada, “la cultura del incesto es la idea de la apropiación de una persona sobre otra persona”, explica.
“La cultura del incesto es la idea de la apropiación de una persona sobre otra persona”
Brisa De Angulo Losada
Según analiza, la cultura del incesto está muy presente en Bolivia y, en “muchos casos”, es encubierta hasta por las mismas mujeres.
“Cuando yo rompo el silencio, son todas mis tías, mis primas; las que tratan de hacer todo lo posible para silenciarme”, argumenta.
Con tan solo 16 años, e intentando reponerse del trauma que supone una agresión sexual, Brisa fue sometida a intimidaciones, amenazas de muerte, intento de secuestro e inclusive el incendio de su vivienda, de mano de su propia familia. “Ex familia”, como ella la llama.
“En mi ex familia existía mucho incesto de parte de mis tíos, de mis primos… entonces si yo rompía el silencio y ponía esto a la luz, existía el miedo de que otras niñas empezaran a hacer lo mismo”, revela.
Brisa cuenta que inclusive uno de sus tíos, que fue a declarar en su contra en el juicio, había estado preso por violación. La cultura del incesto había estado presente en su familia por demasiado tiempo y nadie quería que rompiera con el status quo.
En su familia, ella no era la única, otras de sus primas también habían sido agredidas, pero si Brisa daba ese paso, si rompía el silencio, el estigma de la familia se vería comprometido.
El honor de la familia valía más que un puñado de víctimas de incesto. Un honor al que sus padres y hermanas miraban con indiferencia, convirtiéndose en su único apoyo en la cruzada.
En su experiencia, en la cultura de incesto se busca invisibilizar y desacreditar públicamente casos como el suyo, para que otras niñas o jóvenes tengan miedo a romper el silencio.
“La gran mayoría de las que están sufriendo dicen yo no voy a romper el silencio para que me hagan lo mismo, no gracias. Entonces es un pasaje libre para los agresores, para que sigan agrediendo”.
El camino hacia la justicia
Su vida en Bolivia estaba en peligro: con su agresor en la fuga y su familia en su contra, sus padre, su apoyo incondicional, decidieron mandarla a Estados Unidos, donde llegó a una familia donde la madre era trabajadora social y la ayudó a retomar su vida.
Brisa terminó sus estudios en Estados Unidos, donde también se graduó de psicología y obtuvo su doctorado en derecho.
“Fue en la Carrera de Derecho, haciendo un doctorado, que empiezo a llevar mi caso a la Corte hace diez años”, dice sobre la demanda presentada ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y que fue admitida en julio de este año.
“Han sido 18 años desde que empiezo mi proceso de buscar justicia”, dice remontando a aquel 2002, cuando empezó a reclamar justicia en su propio país, aunque sin éxito.
La mujer, de ahora 35 años, lamenta que hace diez años lleva una audiencia temática con el Estado boliviano, a través de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos – CIDH- donde ella presenta las violaciones que hicieron en su caso para prevenir que sigan ocurriendo.
“Hemos llevado la misma audiencia cuatro veces a la CIDH, repitiendo exactamente los mismo puntos desde hace 10 años, que son las cosas que ocurriendo hace 20 años”, dice asegurando que en dos décadas la justicia ha avanzado muy poco en materia de casos de violencia sexual.
“Parte del proceso legal y de la forma en la que se manejan los casos de violencia sexual, estamos en el mismo lugar”, continúa, “sigue siendo un proceso extremo de re-victimizar, en vez de ser de sanidad y de restauración de la vida ante la víctima”.
Los cargos presentados contra el Estado boliviano, son de violación de derechos humanos.
Brisa acusa al Estado no solo por no proteger a los niños, niñas y adolescentes victimas de violación durante sus procesos, sino porque sea éste el que revictimice y no genere espacios donde se pueda hacer justicia.
Entre los puntos que pide Brisa modificar al Estado boliviano para garantizar a los niños, niñas y adolescentes una vida libre de violencia, destaca la no prescripción de los delitos de violencia sexual.
Según la Ley N 2033 de Protección a las Víctimas de Delitos Contra la Libertad Sexual, el tema de la prescripción se toma de una forma superficial.
“En los casos de violación, abuso y explotación sexual, de los cuales las víctimas hayan sido personas menores de catorce años de edad, excepcionalmente, no prescribe la acción hasta cuatro años después de que hayan alcanzado la mayoría de edad”, versa la Ley.
Esto resultaría inoportuno, ya que estudios realizados a nivel mundial muestran que quienes sufrieron de violencia sexual en la niñez o adolescencia, tardan hasta quince años en darse cuenta o reconocer lo que les sucedió. Cuando eso sucede, en la mayoría de los casos, ya no pueden acceder a la justicia por la prescripción del caso.
Además, Brisa pide que los funcionarios y profesionales involucrados en los procesos relacionados al tema, sean capacitados y acreditados en el nuevo paradigma del manejo integrado de violencia sexual contra niños, niñas o adolescentes, además del desarrollo y ejecución de protocolos actualizados con los nuevos paradigmas de entrevistas forenses como exámenes médicos; algo que ella misma puede facilitar desde su fundación, pero que el Gobierno de Bolivia, hasta la fecha, no ha solicitado.
A sus 17 años, Brisa fundó la organización no gubernamental “Una Brisa de Esperanza”, donde brinda asistencia a niños, niñas y jóvenes víctimas de violencia sexual.
Esta fundación brinda capacitaciones a profesionales, jueces y entidades públicas a nivel mundial.
El trabajo de capacitaciones del centro ha llegado a Canadá, Colombia, Ecuador, México, Perú y otros países de Europa; sin embargo, parece ser cierto que “nadie es profeta en su tierra”, o al menos, no en la caso de Una Brisa de Esperanza.
El trabajo del centro se ha convertido en un ejemplo a nivel mundial. Brisa ha sido reconocida por la CNN, BBC, la Organización de Naciones Unidas-ONU- y la Organización de Estado Americanos-OEA-.
Una Brisa de Esperanza se caracteriza por apelar a las mejores prácticas basadas en neurociencia y trabajar con todo el entorno de la víctima-menos el agresor- para evitar que sea re-victimizada.
“Trabajamos con todo el entorno familiar, también con los colegios de la niña; con todo lo que la rodea, para prevenir la revictimización”, explica Brisa.
Aún así, lamenta que en Bolivia, teniendo a la fundación en el corazón del país, en su Cochabamba natal, las autoridades, instituciones y profesionales, no saquen provecho de lo que ofrece en cuanto a capacitación.
La agenda pendiente
A lo largo de diez años de trabajo y durante cuatro encuentros en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Brisa ha plantado al Estado de Bolivia establecer una agenda para evitar más casos como el suyo en el país.
Los resultados, a la fecha, son nulos, aunque a Brisa aún le queda la esperanza de que algún día, se haga justicia.
“Agenda para que el Estado Plurinacional de Bolivia cree un lugar seguro que permita a NNA crecer y desarrollarse seguros sin el riesgo de violencia sexual que incluye el acceso a la justicia”, es el nombre de la propuesta que maneja.
La mujer plantea diez puntos clave para avanzar en los casos de violencia sexual; estos son:
1. Que no prescriban los delitos de agresión sexual.
2. Que el incesto sea un delito y no un agravante en relaciones incestuosas dentro de la familia con niñas menores de 18 años.
4. Promoción y facilitación de procesos abreviados en casos de violencia sexual contra NNA.
5. Priorizar el bien superior de NNA en casos de violencia sexual.
6. Políticas y prácticas de captura y recaptura.
7. Capacitación a profesionales del gobierno (administradores de justicia, policía, defensorías, IDIF) con acreditación en el nuevo paradigma del manejo integrado de violencia sexual contra NNA y desarrollo como operación de protocolos actualizados con los nuevos paradigmas de entrevistas forenses y exámenes médicos forenses.
8. Observatorio de justicia a los casos de agresiones sexuales de NNA.
9. Establecimiento de sistemas especializados en defensorías para el manejo integrado de NNA víctimas de violencia sexual (normativa, programa de capacitación y acreditación de funcionarios de la defensoría, batería mínima de medios y condiciones para prestar servicios de calidad).
10. Servicios de apoyo a víctimas y familias que han tenido víctimas de violencia sexual (seguridad, protección, consejería y redireccionamiento de sus proyectos familiares).
Antecedentes en la CIDH
El caso de Brisa se convierte en el primero de violencia sexual intrafamiliar tratado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y los vientos podrían estar a su favor.
El pasado 14 de agosto de 2020, la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió su fallo en el caso Paola Guzmán Albarracín Vs. Ecuador, luego de que la madre de Paola, Petitia Albarracín, acudiera por primera vez a esta instancia en enero de 2006. Justicia que no encontró en su país.
Aunque los contextos y los países son diferentes, los casos de Paola y Brisa tienen más similitudes de lo que parece.
En el caso de Paola, la corte concluyó que el Estado de Ecuador es responsable de la violación de los derechos a la vida, la integridad personal, la protección de la honra y la dignidad personal, obligándolo a reconocer su responsabilidad por lo ocurrido a Paola Guzmán Albarracín.
Según este fallo, era obligación del Estado ecuatoriano protegerla en el ámbito educativo.
Para conocer más sobre este caso, ingresa al siguiente enlace.
Excelente articulo, gracias!