Desde el 2018 que Nicaragua sufre una crisis social y política. Hay quienes tachan al gobierno de dictatorial y quienes no se animan a hacerlo por miedo a las represalias. La vida para los nicaragüenses se torna más complicada e insegura con el tiempo.
Hay quienes ya han abandonado el país en busca de una realidad con más oportunidades.
De Managua a Tarija
El burbujeo del agua indica que “ya está”. Mientras toma la caldera, Nando dice: “Nunca tomo cosas calientes, menos cuando hace calor”, y añade, “aquí -Tarija- el clima es fresco, en Nicaragua el calor me da dolor de cabeza”.
El cuarto del estudiante es de 14 metros cuadrados. En ellos se reparten un estante para la ropa, una cama grande, la heladera, y dos mesas juntas, una de escritorio y otra para cocinar.
Se prepara un café con leche y le permite al periodista servirse el café instantáneo a gusto. Luego, acomoda dos sillas frente a frente, separadas únicamente por distancia de seguridad que rige en la pandemia..
Nando se dispone a contar cómo un estudiante de odontología nicaragüense llegó a Tarija para buscar una vida y continuar estudiando.
Su nombre completo es Hernaldo Javier Valle, pero nunca se lo dicen, todos le llaman “Nando”.
Al conocerlo, seguramente nadie se percata de que es extranjero, hasta que su acento lo delata.
Oriundo de Managua -capital de Nicaragua-, estudió odontología en su país natal hasta el 2018, año que marcaría el inicio de una travesía para él. Por lo general, el mundo recuerda el 19 de abril de ese año como el día que Nicaragua estalló. Pero Nando tiene claro que fue un día antes.
El 18 de abril, un grupo de jubilados y ciudadanos autoconvocados se reunieron para protestar contra las reformas del Gobierno de Daniel Ortega. La manifestación se encontró con grupos de choque afines al régimen y se desató la violencia.
Luego de que los manifestantes fueran atacados con garrotes y cadenas, el Gobierno intentó encubrirlo en los medios; pero ya habían fotos y videos en las redes sociales.
Las protestas y enfrentamientos se prolongaron durante días; pero Nando permaneció al margen, no era seguro participar, ni siquiera salir de casa. Las respuestas a las protestas dejaron 328 muertos.
Solo cuando un grupo de civiles tomó una universidad, decide con su padre apoyar la lucha repartiendo provisiones. Únicamente podían salir de noche. Fueron dos meses sin ir a la universidad, pasaba clases en línea, aunque según él, no eran útiles para su carrera.
La situación empeoró hasta hacerse insostenible, él y su familia dormían en el suelo luego de que una bala parara en la almohada de su hermano menor mientras dormía. En ese punto su padre decidió mandarlo a Miami, Estados Unidos, para que se encuentre seguro, mientras que su madre y hermano irían al campo.
Nando cuenta todo de la manera más natural.
En Miami debía estar dos meses; sin embargo, terminaron siendo seis. La mayor parte del tiempo trabajó principalmente como albañil. “Nunca en mi vida me imaginé trabajar así”. Empezó otra vida para él, en otro país, tuvo que cambiar el estudio por mover ladrillos y limpiar paredes.
No estaba solo, vivía junto con una tía, quien pronto viajaría a Bolivia. Hasta ese momento Nando había oído de Bolivia solo una vez, pero ante el aburrimiento, y con dinero por su trabajo, decide acompañarla. Es así que conoce Tarija, donde se quedó 21 días.
En esta ciudad conoció a su familia “de cariño”, cuyos integrantes son parientes de la tía con la que solía vivir. Tres semanas puede parecer poco para conocer un lugar y decidir mudarse ahí, pero en su caso, más allá del gusto por la ciudad o el estilo de vida, encontró una oportunidad para seguir estudiando.
Fue un día cuando un primo “de cariño” bromeando le sugirió inscribirse a la universidad Juan Misael Saracho.
Nando tampoco se lo tomó con seriedad al inicio, pero le comentaron que la Carrera de Odontología dada por la universidad tenía “buena reputación”… Y nace la idea de mudarse. Por lo pronto debía regresar, primero a Miami y luego a Managua.
Continuó trabajando hasta diciembre, cuando regresó a su país.
Sin embargo, parecía un lugar muy distinto a la Nicaragua en la que había crecido. Más que en Managua, en Granada, otra localidad nicaragüense. Ahí, el joven estudiante solía viajar los fines de semana con sus amigos. “Si estabas aburrido podías ir allá, son unas dos o tres horas. Es muy lindo, antes estaba lleno de turistas”, recuerda.
Nada había mejorado, se sentía la tristeza, la gente andaba desganada, era un lugar muerto. La falta de los turistas era o es evidente.
La situación política había logrado carcomer la moral de la población. “La gente allá es buena, pero ahora está nerviosa. Es inseguro por la delincuencia, no puedes estar fuera de casa luego de las diez de la noche, es peligroso”.
Además, dice que no hay en quién confiar. Describe a la policía como “ladrones con uniforme”, nadie protegía a la población y las calles estaban bloqueadas por pandilleros.
Ante esa situación, les propone a sus padres la posibilidad de mudarse a Tarija. Su padre entendía, su madre se resistía, cual mamá que quiere a su hijo junto a ella. quería que se quede ahí; pero al final aceptó.
Cuando parecía que se libraba de algunos problemas, solo le esperaba otro. Para llegar a Bolivia tuvo que pasar de nuevo por Miami, en cuyo aeropuerto la policía lo detuvo. Miles de nicaragüenses ya habían abandonado el país, por eso, lo retuvieron para indaga sus intenciones.
Nando se recuerda asustado, sin entender muy bien qué pasaba. “Me presionaron mucho, yo no sabía qué hacer”. En un momento, un policía le pidió su teléfono celular para revisar sus mensajes.
Nando, al no saber que dicho acto era un abuso de autoridad y no estaba permitido, se lo entregó. Así, la policía descubrió, al ver el chat de WhatsApp con su madre, que Nando había estado trabajando por meses en Estados Unidos, una acción que era ilegal, pues su visita figuraba como de “turista”.
Tomaron sus cosas y le dijeron que elija una chompa. Las lágrimas brotaban y el miedo se apoderaba. Lo arrestaron.
Pasó ocho horas en una celda fría, desesperado, y en llanto ante la situación. Su única distracción era ver los nombres de países cuyos ciudadanos habían pasado por esa celda y dejado su marca; como no había Nicaragua, trató de escribirlo, pero no tenía con qué. Solo se le permitió llevar un abrigo que, por supuesto, no era suficiente; afortunadamente había mantas dejadas ahí por aquellos que también sufrieron las bajas temperaturas.
Su familia poco sabía de su estado, por lo que aguantaban las mismas penas: impotencia e incertidumbre.
Las ocho horas se hicieron largas, sin mucho con qué combatir el miedo, Nando empezó a cantar.
Tras esa fuerte experiencia, es deportado de vuelta a Nicaragua. Una semana después se embarca de nuevo, ya no pasaría por Miami, ya que no puede pisar suelo estadounidense por cinco años.
A inicios de 2019 ya se encontraba en Tarija, donde viviría con su tío de cariño.
Parecía que iba a tener más estabilidad ahora; sin embargo, todavía le quedaban un par de cosas por vivir. Cerca de marzo, estuvo a minutos de que lo deportaran de nuevo a su país, por un descuido con un papel de migración. Aunque ahora recuerda esa anécdota entre risas, estuvo muy cerca de irse por la fuerza.
Luego, en agosto, tuvo que mudarse a vivir solo, por diferencias con una miembro de la casa de su tío.
Para octubre, Nando ya tenía toda una vida. Vivía solo, con el dinero que ganó de su trabajo, estudiaba y se integró a un grupo de amigos. Fue en ese mes que se reencontró con una situación familiar y atemorizante.
Explotan las protestas en Bolivia. La gente bloquea las calles buscando tumbar al gobierno. Nando se vuelve a ver en la situación que cambió la vida que conocía. Le es inevitable encontrar los paralelismos con la Nicaragua de abril de 2018.
Sin embargo, la violencia en Bolivia no se compara con la que sufrió en su país, para él, todo el proceso en Tarija fue completamente “pacífico”.
Le fue frustrante, después de todo lo vivido, vuelve a toparse con lo mismo. De alguna manera, ajena al entendimiento, mantuvo el buen humor.
Bloqueó las calles, apoyando la lucha por un país que no es el suyo, advirtiendo a sus allegados que no bajen la guardia como lo habían hecho en Nicaragua. Se mantuvo firme bloqueando 21 días, hasta que el conflicto se resolvió.
Nando pudo ver la victoria de un pueblo que exigía lo mismo que el suyo, “democracia”. Así fue a celebrar a la plaza principal con su bandera de Bolivia atada a la espalda.
Meses después, en diciembre, volvió a su patria por vacaciones.
Antes de partir, su madre le advirtió, “no encontrarás el mismo lugar que dejaste”. Nando lamenta que haya tenido razón: su país es otro.
Sobre llovido, pandemia
Nando aterriza semanas antes del carnaval en Tarija. Recuerda ya ver a personas con barbijo en el aeropuerto de Panamá, pero para él, el virus aún era algo “lejano”.
De momento lo importante era reencontrarse con las personas que le abrieron los brazos en Tarija, y arreglar sus papeles de migración para obtener la residencia por tres años.
Haciendo lo primero, perdió su billetera en una fiesta de carnaval. “Quiero creer que se me cayó y no que me la robaron”, dice entre risas.
Entre las cosas que portaba estaba su carnet de identidad.
Empezó el trámite de migración la segunda semana de marzo. Tenía que recoger los papeles el lunes 23 de marzo; pero el 22 se decretó la cuarentena rígida.
Entre las cosas que le iban a entregar estaba su pasaporte, por lo que se quedó sin él y sin la posibilidad de sacar un nuevo carnet. “Me moría y nadie sabría mi nombre”, ríe.
El problema significó más que solo un atraso en el trámite. No pudo retirar dinero del banco por cuatro meses; y tenía una multa diaria de Bs 30 hasta obtener su residencia. Además, el alquiler del cuarto le zumbaba al oído.
Por ese tiempo se mudó a la casa de una tía y tuvo que pedirle a su padre que envíe dinero a la cuenta de un amigo.
Para pagar el alquiler del cuarto tuvo que prestarse dinero.
Ahora Nando está a la espera de visitar unos meses a su familia, ya que puede continuar estudiando virtualmente allá, pero antes debe cumplir unas tareas: borrar todo contenido crítico del gobierno que haya compartido en redes, por seguridad, incluso “memes”; para facilitar la tarea, eliminó sus cuentas.
Nicaragua, un pantallazo
– Las protestas desatadas el 18 de abril de 2018 fueron en aumento. Miles de jóvenes fueron aprehendidos, otros muertos, y otros como Nando, que tuvieron la posibilidad de salir.
– El 28 de septiembre fue aprobada por decreto en Nicaragua la Ley Especial del Ciberdelito. Esta normativa penaliza todo el contenido en redes sociales que sea considerado como una “amenaza”, motivo por el que asociaciones de periodistas y particulares se han pronunciado en contra. Las penas son de uno a ocho años de cárcel.
– El 20 de octubre la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó la resolución de «Restablecimiento de las instituciones democráticas y respeto a los derechos humanos en Nicaragua por medio de elecciones imparciales y justas», lo que implica que, si no se realiza una reforma electoral que garantice la democracia y lo derechos en comicios democráticos en 2021, se pondrá en duda la legitimidad de los resultados.
– Los datos oficiales indican más de 5.300 casos de COVID-19 en Nicaragua, pero los opositores creen que no son los datos reales y que el gobierno trata de “encubrir” las cifras reales, según consta en diferentes notas de prensa de cadenas internacionales como la BBC.
Se han reportado muertes por neumonía atípica, más de 2.000 hasta julio de 2020.