Al entrar a la reserva natural Nenbi Guazu, lo primero que puede verse, además de un bosque lesionado por las llamas, son pequeñas “casitas”, todas formadas por cuatro palos de soporte y unas cuantas calaminas que funcionan como techo.
La mayoría de estas casas están totalmente vacías, pues solo son una “constante” de que ese terreno “ya tiene un propietario”, por eso se los denomina “vecinos fantasmas”.
También se divisan carpas por debajo, habitadas por comunarios que están trabajando la tierra, mediante desmontes con tractores y fuego de por medio.
El director de la Fundación Naturaleza, Tierra y Vida (Nativa), Ivan Arnold Tórrez, indica a Verdad con Tinta que para “mucha gente” son territorios libres o “vacíos”, y sin darse cuenta que cumplen importantes funciones ambientales, o aún más, se constituyen en el único territorio para el último pueblo indígena que vive en aislamiento voluntario por fuera de la Amazonía.
Muertes silenciosas, lentas y dolorosas, causadas por el fuego imponente, que es provocado por la avaricia humana, que destruye todo lo que a su paso le queda.
Los animales que se logran salvar, son llevados a centros de rescate, mientras que otros desesperados se acercan a las casas que se divisan, buscando salvar sus vidas, sin saber que pueden terminar siendo un arma mortal.
Existen miles de historias que nunca llegan a ser contadas, porque sus protagonistas murieron en agonía sofocante en medio de su propio hábitat, en medio de su propia casa, sin siquiera poder gritar “¡auxilio!”.
El pasto convertido en cenizas, los árboles sin vida son solo madera quemada, y alrededor cadáveres de animales que seguro trataban de escapar.
Tras un corto recorrido, un caparazón se divisaba a unos metros, al acercarse, era fácil notar que la pobre tortuga murió envuelta en llamas.
Como ella, miles de animales murieron de la misma forma, porque además de la velocidad del fuego empujado por los vientos, ellas son muy lentas para huir de él.
Una anaconda en medio del camino, solía ser amarilla, pero el fuego la dejó con un plomo oscuro y con llagas en sus escamas, al parecer estaba tan adolorida, que un animal salvaje y peligroso como ella, se dejó alzar, de esta forma fue rescatada y llevada a un centro para ser curada.
Otras especies no lograron escapar de las llamas. Por culpa de las malas políticas de los gobiernos de turno, como de los mismos habitantes de estas zonas, miles de animales mueren en estas quemas.
El tucán “Tuki”, famoso caso que hace un mes aproximadamente logró huir del fuego, dejando quizás en el camino a otros animalitos que no pudieron salir, pero al llegar cansado a un lugar “seguro”, se acercó a tomar agua a una casa, y un hombre a pedradas le voló la mitad del pico.
Fue rescatado, pero sus días estaban contados, como para otras especies de la Chiquitania.
Cientos de áreas verdes, son víctimas del desmonte y quemas intencionales, todo para convertirse en terrenos de producción agrícola y ganadera.
“Hay que ser duros con el problema, y sensibles con la gente”, dice el ambientalista, al explicar que al llegar a las áreas protegidas que están siendo vulneradas, uno espera encontrarse casi con monstros humanos que destruyen todo un hábitat natural, pero la realidad, es que las personas que están desmontando, son humildes, que encuentran una oportunidad de sustento en esta actividad.
Aunque claro, para los ambientalistas, “no existe justificación alguna” para violentar las áreas protegidas de ninguna manera.
Al visitar esta zona, una se encuentra con personas que no tienen ni para comer y viven en condiciones casi inhumanas. Bajo estas condiciones, ven en un pedazo de tierra la oportunidad de convertirlo en “trabajo”, aunque estén fuera de la norma.
“Nuestro continente es tan diverso, que en muchos casos algunas ecorregiones como el Chaco, la Chiquitania y la Amazonía, pueden albergar en muchos casos, mayor diversidad de especies que Europa”, revela Arnold.
El ambientalista indica que solo el Parque Nacional Madidi tiene más de mil especies de aves.
La Chiquitania alberga miles de especies, entre ellas, está el codiciado jaguar, que además de ser víctima de los incendios, también se ve obligado a huir de cazadores hambrientos por vender sus colmillos y pieles en mercados ilegales.
Cientos de jaguares con las patas llenas de llamas se ven obligados a correr kilometro tras kilometro para salvar sus vidas, y aún así, no logran quedar totalmente a salvo.
Según un artículo de la agencia EFE, en una entrevista que le hicieron al director de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano, Julio César Salinas, alrededor de 1 200 especies conviven en el bosque chiquitano.
Las regiones de la Chiquitania y el Chaco han sido las más afectadas por los incendios generados en el 2019 y este año, en un informe, la ex ministra de Medio Ambiente y Agua, María Elva Pinkert, afirmó que hasta el momento 1 393 000 hectáreas han sido perdidas por los incendios en el país.
La economía extractivista y altamente dañina con el medio ambiente que se maneja en el país, es la culpable de todos los desastres ambientales que están sufriendo los bosques, y con ellos, miles de especies mueren en un silencio agonizante, según indica la especialista en agroecología, Alejandra Crespo, durante el taller de periodismo de investigación organizado por la Red Ambiental de Información (RAI).
Un escenario devastador que deja casi sin palabras, así es la sensación al ingresar a esta zona, que otrora estaba forrada de una manto verde.
Bolivia es uno de los países más diversos de Latinoamérica, contando con la mayor parte del territorio del Chaco, que a la vez se fusiona con la Chiquitania y al otro lado la Amazonía.
Un guarda parque de la reserva comenta que la capacidad de resiliencia y recuperación que tiene la naturaleza “es muy alta”, pues tras la primera lluvia, vuelve a nacer vida verde en medio de todo el cementerio que dejan las llamas.
Sin embargo, si las políticas y el hombre siguen metiendo sus manos “a paso desesperado”, pese a todas las ganas que tenga la naturaleza de recuperar su vida, “va a ser imposible”.