Cuando se habla de la sexualidad de las mujeres, generalmente es para descalificarlas a través de su vida sexual o, caso contrario, para calificarlas en relación a esta.
El sistema ha impuesto a lo largo de los años roles de género que definen estrictamente lo que es “ser hombre” y “ser mujer”.
Los roles se han consolidado a través de características que van desde lo físico hasta lo actitudinal, aunque lo sexual no ha quedado exento. No sentir, no desear, ser puras, ser castas y por sobre todas las cosas, no hablar de sexo, son parte de la lista de “requisitos a cumplir” para las mujeres, según lo que está “bien visto” por la sociedad.
Son las dos de la mañana y Susi toma el celular por tercera vez. Vuelve a escribir el mensaje: “¿Nos vemos?”. Lo borra una vez más.
Vuelve a escribir: “¿Nos vemos? Emoji guiñando el ojo y emoji de durazno”.
Lo borra por última vez. No lo envía.
Susi tiene treinta años, independiente, soltera y una de las miles de mujeres que viven en la lucha interna constante entre ser virgen o prostituta; un paradigma que divide al mundo en dos espacios y en dos tipos de mujeres desde tiempos inmemorables, bajo la premisa de que las unas no pueden convivir con las otras en el mismo espacio.
De acuerdo a la cientista política y máster en género y desarrollo, María Belén Luna, la esfera de lo público se ha convertido en el ámbito exclusivo de la mujer prostituta, la que es soltera y tiene una vida sexual activa con múltiples parejas. Ella pertenece al dominio público y es de propiedad colectiva.
Por otra parte, la mujer virgen, “esposa” y que es “material para casarse”, está relegada al espacio particular y consecuentemente es de propiedad privada.
En ambos casos, la cosificación es la regla. En uno, porque es un objeto que está al servicio público, mientras que en el otro, es un objeto con dueño.
Es así, a través de esta lucha persistente, que las mujeres empiezan a vivir su sexualidad en función al paradigma, así como a las expectativas o críticas en base a las que la sociedad ha construido su rol, y no en base a sus propios deseos.
Una vez más, la forma en la que se desenvuelve la sexualidad femenina, parece haber puesto un valor a las mujeres, consolidando la cosificación. Pero, ¿por qué pasa esto?
El 88,2% de las búsquedas en sitios de pornografía, son contenidos que incluyen violaciones grupales e individuales.
“Todo es una construcción social”, explica la psicóloga y sexóloga Denisse Suarez. Para la profesional, la carga cultural con la que crecemos, está llena de mandatos sociales que establecen lo que es “ser mujer” y lo que es “ser hombre”.
En ese sentido, las construcciones sociales también se las han ingeniado para poner un valor a la mujer no solo según la forma en la que vive su sexualidad, sino según la etapa sexual en la que se encuentra.
Así, la virginidad de la mujer se ha convertido en un valor que cotiza alto (sí, como si de un objeto se tratara), mientras que la mujer menopaúsica se ha convertido en el último eslabón de la cadena del deseo, pese a que sin importar su edad, “puede experimentar placer aunque tengan 100 años, porque esa es la función del clítoris”, explica la sexóloga.
¿Porqué es importante hablar de esto? “Porque lo que no se verbaliza no existe”, se sincera la especialista, quien asegura que durante “muchos” años la sexualidad femenina ha sido un tabú. Estos tabúes se han consolidado con el paso del tiempo, por la falta de verbalización del tema, como consecuencia de una incorrecta o inexistente educación sexual.
A partir del tabú generalizado, surgen diferentes estereotipos en torno a la sexualidad femenina. El más común: el de considerar a las mujeres como frígidas y sin vida sexual plena.
La no verbalización se ha convertido en desinformación y en cimiento sólido para los mitos; esto se ve, no solo en las interacciones sociales, sino también en el ámbito educativo, donde en la educación sexual inicial se detallan los cambios que tendrán los varones, siendo las erecciones y la masturbación algo normal, mientras que en las mujeres toda la información se limita a la menstruación y su función procreadora, sin tocar otros temas que también hacen a su sexualidad.
Luna resalta que los hombres también son víctimas de este sistema patriarcal “heteronormativo” y viven una sexualidad mecánica basada simplemente en relaciones de poder y no desde el deseo, reacción que se hace evidente desde la adolescencia, cuando los hombres empiezan a competir sobre quién tiene más relaciones sexuales.
Heteronorma o heteronormatividad es un término utilizado para definir que existe un régimen impuesto en la sociedad, en ámbito político y económico que impone las relaciones sexuales-afectivas.
Dichas dinámicas y juegos de poder se trasladan directamente al ámbito sexual, donde se fantasea con sometimiento, violencia y violación.
Una situación poco inofensiva y más bien alarmante, ya que según señala el documental Pornland, el 88,2% de las búsquedas en sitios de pornografía son contenidos que incluyen violaciones grupales e individuales. Así el imaginario erótico de la ficción, ha servido para cimentar el escenario de la violencia en la realidad.
«La educación sexual se ha convertido en porno-educación, creando un imaginario erróneo de la sexualidad.»
Denisse Suarez
Una vez más, la importancia de la educación sexual se torna innegable, aunque ésta, en la mayoría de los casos, se limita a la instrucción sobre métodos anticonceptivos.
Al respecto, Susi relata que una de sus parejas le propuso ver videos pornográficos juntos, pero que la experiencia fue más bien “inquietante”.
“Me animé, pero cuando me envío el video me asusté, porque era básicamente una orgía en la que estaban muchos hombres, pero una sola mujer”.
El libro de Carol Vance, “Placer y Peligro. Explorando la Sexualidad Femenina”, señala que la vida sexual de las mujeres es un terreno de mucha tensión, ya que conviven constantemente entre el peligro y el placer. Es un ámbito de constreñimiento, represión y riesgo, pero también de exploración, placer y actuación.
La sexualidad femenina se ha convertido en tabú, así como en la raíz de desigualdades estructurales, problemas de violencia de género, acoso y violaciones.
La falta de educación sexual o, en su defecto, una educación sexual errónea, puede incidir en la naturalización de la violencia en las relaciones sexuales, o en la consolidación de la violencia como parte del erotismo, gracias a las nocivas nociones sobre sexualidad que ha impuesto la pornografía.
“Es importante ver que no es ideología”, dice Denisse sobre la educación sexual, “es realidad y es algo que se tiene que compartir, porque a raíz de la desinformación se generan miles de problemáticas que derivan en la muerte de muchas mujeres”.
Para Denisse, el imaginario erótico se ha construido alrededor de la pornografía, siendo esto un problema a la hora de hablar de la construcción social que hay de la sexualidad.
“Nuestro imaginario erótico es el porno, por eso es que vemos relaciones tan abusivas, porque allí siempre se pone a la mujer como un objeto sobre el que se ejerce violencia o fuerza”.
Para poder visualizar un cambio, Luna hace hincapié en eliminar una brecha fundamental relacionada a ver el sexo sólo desde el consentimiento y no desde el deseo. Esto coloca a las mujeres en un papel pasivo, inactivo, incapaz de tomar la iniciativa y sometido al consentimiento, pero además evade derechos y voluntades fundamentales.
Luna agrega que cerrar esta brecha y normalizar el concepto de deseo es elemental para pensar en futuras soluciones en cuanto a la represión de los derechos sexuales de la mujer.
“Necesitamos que las niñas, las adolescentes y las mujeres entiendan cómo se vive la sexualidad a través de educación integral”, dice Luna.
“Necesitamos que las niñas, las adolescentes y las mujeres entiendan cómo se vive la sexualidad a través de educación integral”
María Belén Luna
Y eso es más esencial que nunca, porque las redes sociales juegan un rol crítico y magnifican los problemas; en especial cuando se confunden las imágenes hipersexualizadas publicadas por mujeres con una falsa “liberación sexual”.
Esta hipersexualización e incluso “pornificación” de imágenes, crean ideas equivocadas y presiones críticas en adolescentes que asocian la liberación sexual al servicio del placer masculino.
Son las dos de la mañana y, finalmente, Susi decidió no enviar el mensaje.