Cecilia
Parir es cada vez más raro, menos frecuente. Hoy en día se practican cirugías para traer a los niños al mundo. Parir es cada vez más raro.
Se acercaba el carnaval del 2017. Mientras el país se preparaba para tres días de fiesta y celebración, Cecilia se preparaba para la celebración más importante de su vida: el parto de su hija.
Había pasado meses preparándose para ese momento y era parte de esa escasa estadística de mujeres bolivianas que llegan al parto no solo informadas, sino empoderadas y con total conocimiento de lo que quieren, como de lo que no.
Un parto natural, fisiológico y respetado, era lo que había deseado desde que se enteró que llevaba vida en su interior. Sin embargo, el carnaval estaba a punto de acabar con aquel anhelo que había albergado durante nueve meses.
Unas pequeñas punzadas que danzaban entre su vientre y su espalda, anunciaban que su pequeña estaba lista para salir al mundo.
Eran las ocho de la mañana y Cecilia empezó con las primeras contracciones, pero pasaron un par de horas hasta que fue a la clínica donde la esperaba su médico para ver si ya había iniciado el trabajo de parto.
En las frías paredes blancas del recinto médico, empezó lo que describe como “parir pelando”.
—Me estoy yendo para Río de Janeiro. Yo te haría ahora mismo una cesárea y acabamos con el asunto.
Las palabras del médico calaron en Celilia. Para él, asistirla no era parte de un proceso natural, era un trámite burocrático con el que había que acabar lo antes posible, para que su vida continuara. Para que su vacación empezara, donde parecía terminar su juramento hipocrático. Anestesia, un tajo en el vientre y listo.
—Si te animas vamos a cesárea… sino, mi hijo estará hasta mañana, pero si hasta mañana no pares, te tienes que buscar otro lugar.
Con cada palabra del médico, aquella ilusión de un parto natural y tranquilo, se desvanecía. La pelea por hacer primar su deseos, sus derechos y los de aquella pequeña criatura que no acababa de nacer, pero a la que el mundo ya estaba dispuesto a imponerle sus normas y sus tiempos, había empezado.
“Confiaba en este médico, había hablado con él, le había comentado sobre mi plan de parto, le había dicho que quería un parto natural, que no quería una episiotomía…”, se sincera Cecilia.
Pese a las presiones del tiempo, Cecilia se mantuvo firme en su convicción de tener un parto natural. Pero parir con un cronómetro a cuestas, solo provocó que no dilatara a causa de la presión.
“El médico me presionaba y me decía que me apure, porque él se tenía que ir”, relata.
Víctima de la presión, accedió a que le pusieran oxitocina para “apurar” el parto, aunque confiesa que se arrepiente de aquello. “El corazón se acelera mucho y es como una cadena… empiezas a aplicar un fármaco, luego pasas al otro y terminas en un cesárea”. Una cesárea que en la mayoría de los casos, es impuesta e innecesaria.
Cecilia aguantó. Le pusieron la oxitocina, pero no permitió que le pusieran la anestesia. “Ahí empezaron las peleas con el médico”, dice mientras explica que la mayoría de los partos son con anestesia.
“No me dejaban moverme, querían que me acueste en la camilla… literalmente tuve que parir peleando para que respetaran mis deseos y derechos”.
Parir fue una guerra, cuando ella había anhelado paz. Ese momento marcaría su vida para siempre y la impulsaría a capacitarse para convertirse en doula.
Cecilia no quería que aquello le volviera a ocurrir “nunca más”, pero tampoco quería que les sucediera a otras mujeres.
En Bolivia, entre el 2008 y 2018, el número de cesáreas ha aumentado un 71%. Aunque la Organización Mundial de la Salud recomienda que la tasa de partos quirúrgicos sea de entre el 10 y 15%, ya que es el porcentaje que suele presentar complicaciones, ciudades como Santa Cruz, presentan mayor número de cesáreas que de partos naturales.
Solo en 2017, las cesáreas llegaron al 41%, según datos del Sistema Nacional de Información en Salud (SINS-VE).
“Empecé a prepararme para ser doula después de mi primer parto, en el que he sufrido violencia obstétrica”, dice Cecilia; un tipo de violencia casi invisible y naturalizada ante la recurrencia con la que se presenta en los centros de salud materna del país.
Con las piernas abiertas y a merced de los médicos, la vulnerabilidad sube y el “hay que aguantar”, se convierte casi en un mandamiento. El sistema es abusivo y las denuncias son escasas.
“La mayoría de las mujeres que tienen partos en los hospitales, son víctimas de violencia obstétrica y lo desconocen, o se aguantan por miedo”, revela Cecilia.
La tecnología ha desplazado a los procesos naturales y con ello, parece haber eliminado de proceso no sólo el factor humano, sino la humanidad.
Una amiga me contó que el médico que atendió su parto, mientras ella pujaba con dolor, le decía que ese era el precio que había que pagar por un “descuido pasional”.
Ella era casada y su hijo había sido planificado, pero había que juzgarla y humillarla igual.
Cecilia quiso ser doula por eso, para que mujeres como mi amiga, volvieran a parir de forma natural, como lo habían hecho hasta antes del siglo XX y sin ser juzgadas, como sucede ahora.
Existe una apropiación del cuerpo y de los procesos reproductivos de las mujeres por parte desde las instituciones médicas. Para conseguir este fin, se patologizan procesos naturales, como el parto.
“Hay clínicas en las que el 90% de los partos son con cesárea”, dice Cecilia.
Aunque cada doula trabaja de manera distinta y se especializan en diferentes áreas, su trabajo consiste en acompañar a las mujeres a lo largo del embarazo, después del parto e inclusive durante la lactancia. Las informan, las acompañan y las empoderan, para atravesar una etapa “hermosa”, pero “vulnerable”.
Entre 2008 y 2018, el número de cesáreas aumentó un 71%
“Trabajo mucho con círculos, porque las mujeres se pueden conectar mucho con su interior”, dice sobre su metodología, y haciendo hincapié en la importancia de lo espiritual.
Eso sí, aclara que lo suyo es un acompañamiento, pero su trabajo termina donde empieza la parte médica, la cual es de suma importancia, pues los controles prenatales no son solo buenos, sino que son necesarios, y sin la ciencia, este monitoreo en la salud de la mamá y el bebé no sería posible.
La idea no es alejar a las madres de los médicos, sino acercar los médicos a las madres, con procesos humanizados y empáticos.
En la práctica, la privación de movimiento durante el trabajo de parto, la realización de cesáreas innecesarias y el aislamiento, atentan contra los procesos naturales del parto, lo deshumanizan con tratos y prácticas violentas. Eso es lo que debe cambiar.
“Te diría que la mayoría de los médicos no sabe atender un parto natural. La mujer para parir necesita movimiento y eso es algo natural e instintivo, pero además tiene base científica”, ejemplifica Cecilia, quien asegura que en los partos que acompaña, ella promueve el que las mujeres puedan moverse.
Su decisión ha sido asistir únicamente partos en casa y no así los que se llevan a cabo dentro del sistema hospitalario.
“La doula no puede confrontar al sistema ni desautorizar al médico, porque confundirías a la mamá y tu solo puedes dialogar con ella”, explica Cecilia quien basada en diferencias fundamentales que tiene con las reglas que el sistema ha puesto para parir, prefiere desenvolverse fuera de él.
Solo en pandemia, Cecilia ha atendido 15 partos, una cifra que ha aumentado en el país ante el colapso de los hospitales y la dificultad de desplazamiento.
Patricia Costas, socióloga de profesión, realizó una tesis de maestría sobre la percepción de las parteras sobre las actuales políticas públicas interculturales en salud; basada en sus estudios, asegura que el principal problema es que en Bolivia no hay datos actualizados sobre el número de partos naturales, cesáreas y en casa.
Es más, no hay ni un solo relevamiento nacional sobre el número de partos domiciliarios en Bolivia.
“Hay una ausencia dramática de datos”, continúa, “lo más actualizado es una encuesta levantada en el 2011, pero que recién se ha publicado el 2016”. Según explica, la mayoría de los estudios se realizan en base a estos datos.
Nohely y Laura
Nohely Zamora Ruiz, de origen venezolano, se ha formado como doula en su Venezuela natal, donde esta labor tiene alrededor de 15 años. Ella migró hace tres años a Bolivia y, con ella, su conocimiento y sus ganas de continuar acompañando a mujeres en esta etapa tan importante.
“Hace tres años, no se conocía tanto sobre la labor de las doulas, pero poco a poco hemos ido difundiendo la información”, asegura.
Desde la ciudad de La Paz, su trabajo se centra en acompañar, informar y preparar a las familias que solicitan sus servicios.
Su acompañamiento es físico, emocional e informativo, para que cada familia decida cuáles son las mejores condiciones y características para vivir su embarazo, su parto y el posparto.
“Es un acompañamiento integral”, explica, aunque puede ser también un acompañamiento específico, solo en alguna de estas etapas.
Su labor se centra en el aspecto integral y en el bienestar holístico de la madre y el bebé, no en el parte médica, para ello, están las parteras o, en su defecto, los médicos.
Ha acompañado partos tanto en casa, así como en el sistema privado. Aunque sus experiencias han sido positivas en general, ha sido testigo de cómo “algunos” obstetras impiden el movimiento de las madres durante el parto.
“Pese a que yo sugería que la cambiaran de posición para favorecer el trabajo de dilatación, al estar bajo las reglas del ambiente hospitalario, no fue mucho lo que pude hacer y se terminó usando el fórceps y algunos fármacos para dilatar”, relata. “Como doula, no pude hacer más que sugerir”, agrega.
El trabajo, entonces, está en informar y empoderar a las madres; a las familias.
Nohely, desde su experiencia, coincide en que la mayoría de los obstetras sugieren de manera inicial la cesárea. Los datos la respaldan.
La cesárea salva vidas. Es su único beneficio. Por eso, es necesaria en partos de mediano y alto riesgo, pero deberían ser la excepción, no la regla.
“Hemos trabajado en estrategias que nos permitan tener mejores nacimientos”, dice sobre el trabajo que realizan promoviendo empatía y partos más humanizados.
Son alrededor de 20 doulas certificadas las que trabajan en diferentes puntos del país. Laura es una de ellas.
Psicóloga de profesión, decidió adentrarse en esta labor ante un vacío de información que identificó desde su profesión, en lo que hace a la etapa de la maternidad.
La cuarentena, sumada a las facilidades que ha brindado la tecnología, fue el escenario propicio para iniciar su formación a través de una organización avalada por la Red Mundial de Doulas.
Laura es la primera doula en Tarija y ha dado sus primeros pasos a través de talleres y capacitaciones sobre la menstruación y la menopausia.
Aunque gran parte del trabajo de las doulas se centra en la etapa gestacional, parto y posparto, su alcance va más allá, brindando acompañamiento también en crianza, en casos de aborto involuntario, el climaterio y la menopausia de la mujer.
“Yo me quiero especializar en menstruación, climaterio y menopausia”, explica Laura. En este caso, como en los anteriores, el acompañamiento también es informativo.
¿Cuáles son las hormonas que permiten la fecundación del óvulo?, ¿porqué experimentamos bajones de ánimo?, son algunas de las preguntas que Laura plantea resolver desde su trabajo como doula.
La meta es ambiciosa. Aunque traer a seres humanos al mundo debería ser un proceso lleno de humanidad y carisma, se ha convertido en un protocolo lleno de frialdad, fármacos y bisturí. La meta es ambiciosa, pero la información se ha convertido en la medicina que plantea esta noble labor.
Que lindo reportaje!