Los más profundos recuerdos de infancia de Magalí Quintana Rivera, están marcados por las largas hileras de las hojas del maní brotando por el suelo, la tierra húmeda recién regada bajo sus pies y el dulce olor del maní recién tostado colándose por su olfato.
El maní fue parte de su día a día desde que tiene uso de razón y, de alguna manera, esos recuerdos se convirtieron en su motivación para emprender utilizándolo como materia prima, pero dándole valor agregado.
“Cuando mis padres eran jóvenes, le hablo de hace unos 27 años más o menos, ellos se dedicaban al cultivo del maní cerca a Monteagudo (Chuquisaca), en el cantón Bohórquez”, cuenta Magalí haciendo un viaje a lo que considera como el origen del negocio familiar.
Si bien las largas horas trabajando la tierra para obtener un producto de calidad daban fruto, aquel joven matrimonio con dos niñas que se acercaban a la etapa escolar, apostó por darles una mejor educación, trasladándose a la ciudad de Sucre, para que tuvieran más oportunidades.
Estando en Sucre, la pareja continuó durante varios años con el cultivo del maní, pero también empezaron a tostarlo y comercializarlo en la ciudad, como un producto terminado. Sin embargo, el crecimiento de la tostaduría pronto los obligó a dejar de lado la producción, aunque continuaron trabajando con los productores de aquella región en la que, en algún momento, habían formado su familia. Magalí fue testigo de aquel proceso.
El año 2020, en medio de uno de los contextos más desafiantes de la historia contemporánea, marcado por la pandemia de covid-19, encontró a Magalí pronta a recibirse como administradora de empresas.
En medio de la cuarentena impuesta por el contexto de la pandemia, la familia de Magalí continuaba tostando la materia prima, pero el producto no se comercializaba en los mercados como en los meses previos, por lo que el maní almacenado corría el riesgo de perecer.
“Para fin de año, teníamos 20 o 30 quintales almacenados, que se iban a perder”, recuerda.
Como parte de su trabajo final de carrera, Magali había creado un plan para la producción, comercialización y distribución de una marca de mantequilla de maní.
La joven decidió que era hora de poner su proyecto en práctica, dando un nuevo uso a aquel maní que había visto dorarse en los hornos de barro y turriles de la tostaduría familiar, durante años.
Aunque la mantequilla de maní es originaria de Australia, su uso se ha expandido a nivel global, conquistando el paladar de millones de comensales alrededor del globo, y Bolivia no ha quedado exenta.
El departamento de Chuquisaca lidera la producción de maní a nivel nacional, con el 38% de los cultivos que posee el país, el proyecto de Magalí, de alguna manera, era una apuesta segura, más allá de la tradición familiar.
Manki, que es el resultado del juego fonético de las palabras “mantequilla” y “Quintana”, nació en una pequeña cocina, gracias a una licuadora casera que la madre de Magalí le regaló como un incentivo, para que hiciera pruebas.
“Hicimos un frasquito y lo llevamos al mercado para vender, mientras teníamos otro en la mano para hacer probar a los clientes”, dice Magalí remontándose a los primeros días en los que aquella aventura de emprender se presentaba con dudas y desafíos.
Lejos de las historias romantizadas por el éxito, emprender es un trayecto lleno de complejidades que muchas veces no se cuentan.
“Tuve que superar miradas y comentarios de personas que cuestionaban porqué no bucaba un trabajo, si era profesional. No veían el emprendimiento como un trabajo, no veían el esfuerzo que había”, relata la joven.
Magalí dice que aunque tenía el proyecto elaborado, salir a ofrecer el producto a veces se le hacia cuesta arriba. Participar en ferias no siempre era un negocio rentable desde lo económico, aunque su consuelo era que de todas formas estaba dando a conocer la marca.
Como la mayoría de lso emprendedores, antes del éxito, Magalí tuvo que aprender a lidiar con la frustración de volver a casa con las cajas llenas, sin haber generado ganancia. Pero su constancia poco a poco fue dando frutos.
Las ventas empezaron de a poco. Primero sólo eran un par de frascos los que se vendían a la semana, pero con constancia y esfuerzo, los clientes fueron conociendo el producto y haciendo eco de éste en su entorno, generando un mayor movimiento.
Además, de los propios clientes fueron aprendiendo nuevos usos del producto, como complemento para batidos y hasta aliño para ensaladas, al margen del tradicional uso de la mantequilla de maní en el pan.
“No había mucha ganancia, pero el hecho de que ya estábamos consumiendo el maní en nuestros productos, era suficiente”.
Conforme Manki fue creciendo en ventas, Magalí, de 23 años, apostó por invertir en más equipos y en crear una pequeña fábrica en su casa, con todos los requisitos que estipulan las autoridades sanitarias. También decidió ofrecer dos versiones del producto: una con estevia y otra natural. Además, sus productos son naturales y no llevan conservantes.
Al margen de ofrecer un producto natural, Manki se preocupa por no generar desperdicios en su proceso, por lo que los restos de maní pelado y tostado, son llevados a la comunidad donde éste es cultivado, para ser utilizado como abono para la tierra.
A tres años de su lanzamiento, Manki se comercializa en siete de los nueve departamentos y aspira a ingresar a más puntos de venta. Entre sus hitos más importantes, el emprendimiento se ha convertido en el reciente ganador del concurso Emprender en tiempos de crisis, organizado por la Fundación Samuel Doria Medina.