El bullicio en el hogar La Colmena de Santa Rita era inconfundible en la mañana del 24 de diciembre. Los habitantes de este centro social limpiaban y se preparaban para la misión del día que se resumía en una acción conjunta liderada por el sacerdote ítalo-boliviano Alejandro Fiorina.
Ollas llenas de comida fueron cargadas para 250 personas, canasta con panetones y botellas de refrescos que fueron distribuidas en las calles de la ciudad a grupos de personas en situación de calle o con algún problema de adicción.
El padre Alejandro, que es párroco y director de este hogar, se movía de un lado a otro con entusiasmo. Su rostro reflejaba la urgencia de la tarea, pero también la satisfacción de ofrecer una mano amiga.
Los internos, jóvenes y adultos que comparten la vida en este lugar, se habían levantado temprano para cocinar y alistarse con el fin de repartir la comida a las personas en situación de calle.
Al llegar al hogar, un cálido «buenos días» te recibe. Este refugio fue creado para personas que buscan una nueva oportunidad, acoge a jóvenes desde los 18 años hasta adultos mayores de 60.
En medio de la actividad, el padre Alejandro llamó con rapidez a Coco, un residente de aproximadamente 40 años que barría pacientemente, quien iba a mostrar la producción de los panetones que elaboraban especialmente en esta época. Todo lo recaudado por su venta va destinado al sostenimiento del hogar.
Cuando nuestro equipo de prensa recorría el almacén, Coco explicaba la variedad de panetones disponibles, con tamaños y precios que van desde los Bs 10 hasta los Bs 26.
«Los panetones los pueden conseguir en la iglesia Villa Fátima y en el Mercado Central», dijo con una sonrisa contagiosa. Estos productos también pueden adquirirlos en la parroquia de San Mateo. Después, el equipo de voluntarios se concentró en el patio del hogar, donde la misión del día estaba por comenzar.
En La Colmena no hay distinción. Conviven personas que han llegado por diferentes motivos: problemas con alcoholismo, drogadicción, trastornos emocionales, situaciones judiciales o abandono.
Para el padre Alejandro todos son iguales y merecen una nueva oportunidad.
El centro no es solo un hogar, es un lugar donde se enseñan oficios: carpintería, cocina, metalurgia, sastrería, teatro y además cuenta con una huerta que permite a sus habitantes cultivar algunas verduras para su consumo.
Alrededor de 250 platos preparados de pollo al horno fueron trasladados a las 9.15 hacia su primera parada. Un Papá Noel delgado pero alegre y un ocurrente Grinch encabezaron la caravana.
La primera parada fue en una pequeña y provisional casa de ladrillos y calamina ubicada en el barrio Los Chapacos. Allí, un adulto mayor acompañado de otras personas en visible estado de ebriedad los esperaban. Entre villancicos y oraciones, cada persona recibió un almuerzo, un refresco, un panetón, pero especialmente un abrazo. “Gracias hermano por la comidita”, decían mientras brillaban sus ojos y daban la mano agradecidos porque se acordaron de ellos.
En medio de la celebración, sin darse cuenta, quien les describe esta crónica se vio transformada en “Mamá Noel” al unirse al trabajo voluntario. “¡Póntelo, te va a quedar perfecto!”, indicaba Ernestina, una voluntaria que no dejaba de cantar en todo el recorrido en referencia al característico traje rojo. Su alegre voz se mezclaba con la risa de los demás y la camioneta avanzaba cargada de comida, alegría y esperanza.
«Todos los viernes salimos a repartir comida», menciona el padre Alejandro con su serena y firme voz, mientras el personaje escenificado del Grinch movía una campana y reunía a las personas que se encontraban frente al mercado El Dorado en la zona de Abasto Norte.
Aquellos que se acercaban con el sonido de la campana se preparaban para recibir un almuerzo, pero también un villancico, una oración y una bendición. El ritual era igual en todas las paradas; primero el agradecimiento por la comida, después una pequeña oración.
La jornada continuó con visitas a diversos barrios de Tarija: 4 de Julio, La Florida, Lourdes, Morros Blancos, Parada al Chaco, Salamanca, San José, San Marcos y Senac entre los principales.
En cada uno de esos lugares, la realidad era la misma. Al escuchar el sonido de la campana, las personas se reunían para recibir la comida.
“¡Vivos!” fue la respuesta de un hombre cuando el padre Alejandro preguntó cómo estaban al llegar al barrio San José. Para algunos puede ser una respuesta banal y sin sentido, pero en ese momento, el corazón de quien escribe se hizo pequeño.
En cada parada, los vecinos recibieron con sonrisas a los visitantes. El encuentro fue con mujeres y hombres de distintas edades, quienes, consumidos por el alcohol y los vicios, habían quedado prácticamente marginados por la sociedad.
En el barrio Salamanca, al borde de una quebrada, se encontró un grupo grande de personas que compartía alrededor de una fogata. Un sartén pequeño y unas cuantas verduras servían para la preparación del día. Los pocos alimentos estaban acompañados por algunas botellas de alcohol.
A pesar de la dura realidad, este grupo de personas era atendido por los miembros del hogar La Colmena. «Hay muchos casos similares», decía Ermin Burgos, conductor de una de las camionetas. «Mujeres que antes tenían un negocio estable y ahora viven en la calle, dedicadas al alcohol».
Sus palabras eran un recordatorio de las vidas rotas que a menudo quedan en el olvido, pero que conservan su humanidad y que requieren de un simple gesto de aliento.
El espíritu de la Navidad, lejos de los obsequios materiales, se hizo presente en cada parada, en cada abrazo y en cada sonrisa compartida.
Así, entre panetones, abrazos y buenos deseos, la Navidad en La Colmena de Santa Rita fue más que una celebración. Fue un recordatorio de que siempre hay un espacio para la esperanza, sin importar el pasado ni los errores. “Cada alma, cada ser humano, merece una segunda oportunidad”, repetían sus voluntarios.
El hogar La Colmena es dirigido desde el año 2003 por el padre Alejandro Fiorina. Este centro social es financiado en parte por la Iglesia católica, pero también recibe ayuda de otras personas e instituciones públicas y privadas para sostenerse.
Otra parte de sus ingresos los obtienen de las ventas y trabajos que realizan las personas que habitan este centro social. El hogar se encuentra junto a la parroquia de San Mateo en la zona del mismo nombre, ahí se recibe a personas que pasaron por problemas de alcoholismo, drogadicción o abandono.
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