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Mercedes Bluske Moscoso y Jesús Vargas Villena
Locutor de radio, árbitro de fútbol, jugador, profesor y cantante son parte de los oficios que tuvo en su larga vida, la cual necesita ser contada al igual que otras historias que se mantienen guardadas en el hogar de ancianos.
“Soy comunicador como ustedes”, comenzó diciendo, Miguel Ángel Encinas, ante la visita del equipo de Verdad con Tinta al hogar de ancianos María Teresa Jornet, aunque si se hablará de su paso por la radio, es mejor llamarlo “Perico” Pérez.
Sentado ante el pasivo sol, disfrutando el veranillo de invierno, bastón en mano, pantalón de tela caqui, una camisa cuadriculada y como buen periodista, con una libreta con su respectiva lapicera en el bolsillo izquierdo de la camiseta.
“Sufrí un lamentable accidente cuando era árbitro y de ahí mi vida ha cambiado”, pero según los relatos de sus episodios, su propia historia tuvo cambios radicales.
8 años y ya tuvo su primera experiencia con los micrófonos. Nacido en Oruro, pero migró a los pocos años a la ciudad de La Paz.
“He empezado a trabajar desde los ocho añitos en Radio Illimani como locutor infantil”, inicia un viaje inolvidable en el tiempo a los años 50.
En esas épocas la radio tenía un rol predominante en la sociedad, siendo el principal medio de comunicación de la época. Encinas recuerda con nostalgia los nombres con quienes trabajó en su encuentro con el micrófono. “Alvarito Pinto, don Carlitos Ponce de León que era el dueño de la radio”, dice retrotraído en el tiempo.
Su gruesa voz hizo que el dueño de otra emisora lo fuese a buscar y le ofreciese su primer contrato.
“Carlitos-Ponce de León- le dijo que era maravilloso, que colaboraba en todo, en los pequeños cuentos infantiles, entonces, este caballero me lleva a otra radio y me hace un contratito a mis 11 añitos”, dice todavía orgulloso por aquel momento especial.
Aquel hombre que lo contrató se sentía impresionado por la voz del niño. “Pensaba que era más mayor”, dice sin evitar ver nuevamente la cara de su contratante, despaturrándose en una carcajada.
Recuerda a Saúl Salomón, dueño de Radio Nueva América como uno de sus grandes catedráticos.
También conmemora con cariño su paso por Radio Chuquisaca, por sus compañeros de trabajo, su directora, pero especialmente sus anécdotas.
Elizabeth Camacho, de una familia radialista se hizo cargo en 1957 de esta emisora en La Paz.
Encinas todavía no deja de reír hasta las lágrimas cuando la directora de ese entonces de esta emisora, leyó en el libreto del noticiero que un joven Miguel Encinas había muerto en un accidente en la zona de San Jorge de la urbe paceña.
La directora salió asustada a buscarlo y cuando volvió lo encontró, tranquilo con todos los trabajadores admirados también de verlo. “El accidentado era un homónimo”, dice todavía entre risas.
“Desde ahora te llamaremos Miguel Ángel Encinas”, le dijo la directora en vivo para “matar” cualquier duda sobre su presunta muerte, todavía había mucha vida por recorrer.
Y es así, que en realidad a Miguel le tocó asistir al funeral de Elizabeth, viendo como su hermana se hacía cargo de esta emisora que marcó una época en la ciudad de La Paz como en el país.
“Cuando nos hicimos cargo de la radio, vimos que no había emisoras dirigidas a la juventud. Nosotros éramos jóvenes y decidimos hacer programas para la gente joven. El vehículo de comunión fue la música”, decía la propietaria de ese entonces, Mercedes Camacho, a un periódico paceño unos años después.
Al menos entre las radios en AM, Chuquisaca fue pionera en el continente, en el desarrollo del formato de radio juvenil y en la difusión de música rock.
Esta radio comenzó a producir espectáculos de grupos musicales juveniles y abrió las puertas para la nueva cultura.
Hacia fines del 1968, trajo a Bolivia los grupos internacionales más destacados del continente de la época como Los Gatos de Argentina, Los Iracundos de Uruguay o Los Daltons de Bolivia.
El ascenso vertiginoso llegó a su apogeo en octubre de 1972, con la dictadura banzerista ya instalada, cuando el concierto de Tawantinsuyo, realizado en la zona de Los Pinos, convocó a miles de jóvenes en protesta contra la dictadura.
Encinas recuerda esa maravillosa época con las fiestas de los domingos, donde hacía una de las actividades que más le gusta, bailar.
“Hoy ya no puedo cuando hacen actividades en el asilo porque me puedo caer y podría pasar un papelón”, cuenta al volver al presente, pero rápidamente la mirada vuelve al salón de baile.
“Eran los mejores bailes, yo animaba en Ciudad de Gala, dábamos premios y todo”, recordando aquel programa juvenil.
Fue ahí donde hizo grandes amistades y hasta asegura que impulsó a importantes artistas a dar ese salto.
“Ahí he formado a Los Genios, grandes artistas, Alsira –Arteaga- era compañera de mi hermanita y Víctor-Córdoba- era guitarrista y tocaba rock and roll, les dije…y por qué no hacen un grupo”, recordó.
Esta agrupación fue creada en el año 1965 y en 2015, celebró sus 50 años con más de un centenar de discos, siendo una de las bandas musicales más exitosas del país.
Unos años tarde, los volvió a ver en Tarija cuando él ya trabajaba en Radio Andalucía, un abrazo inolvidable, de ahí no volvió a saber de ellos.
Miguel también grabo un disco. “De ahí he jurado nunca más cantar”, dice entre risas.
Fueron en estos tiempos donde conoció a personajes famosos de la época en el ámbito deportivo como Ramiro Blacut, el histórico jugador de fútbol boliviano, figura de la Selección campeona de América en 1963.
También tuvo la oportunidad de conocer al gambeteador, René Rada conocido como “El Fierito”, que destacó en los equipos paceños de 31 de Octubre y Bolívar.
Los tiempos dorados de la radio pasaron y viajó a Potosí a ejercer su profesión de profesor, hasta que su madre que en ese entonces estaba en la ciudad de Cochabamba se puso delicada.
Pidió la transferencia a cualquier unidad educativa de Cochabamba, pero no se dio, por eso dejó aquel trabajo para acompañarla en sus últimos días de vida.
Las risas quedan atrás, el dolor se apropia del cuerpo de Miguel.
“Cuando murió mi mamita me puse a llorar y me quedé allá nomás a trabajar de todo. De ayudante de albañil, de carpintero, de chapista, lijaba de todo, porque estaba penoso. No había horarios”, relata prácticamente con el corazón en la mano.
Iba al cementerio todos los días a visitarla, pues ella lo fue para él todo.
“Nunca la dejen a su mamita”, recomienda con el dolor reflotando todavía en aquel pecho, como si fuera nuevamente un niño que necesita ese abrazo protector de ella.
¿Cómo llega a Tarija?
Su hermana menor no aguantó ver el sufrimiento de Miguel y le aconsejó que se vaya a Tarija junto a su hijo mayor que se había establecido en esta ciudad. Así lo hizo.
“No me sentía bien dependiendo de mi hijo, entonces le dije un día que saldría a buscar trabajo”.
Ahí quizá tuvo una de sus decepciones más fuertes cuando trató de encontrar trabajo mediante el Magisterio, donde se le cerraron todas las puertas, hasta que encontró una antena. “No recibo jubilación porque pasó algo terrible con el Magisterio, una decepción que prefiero no contar”.
Sin pensarlo dos veces, ingresó a ese lugar y pidió entrevistarse con el director. Era Radio Andalucía.
“El director me preguntó si sabía relatar, le dije que algo sí conocía, no le quise mostrar todo mi currículo”, cuenta.
Al escucharlo en la primera prueba, se ganó la confianza del dueño. “Me dio las llaves de la radio, me dio horario de programa y me dijo que empezaba al día siguiente, porque no habían voces así aquí”, refiere al recordar un nuevo inicio en su vida.
Pero esta vez, la situación de la radio no era como en sus años dorados, no había un sueldo, sino que debía salir a buscarse publicidad para vivir de la ganancia de la misma.
Paralelamente, se desenvolvió en el deporte como árbitro de fútbol.
Uno de sus legados en Tarija, es la radio de las personas ciegas que fundó, donde creó un programa bastante particular ante las constantes preguntas de los oyentes sobre el tema laboral. “Dale duro al Laburo” fue la propuesta radial.
Un día, saliendo del complejo deportivo García Agreda todo daría un vuelco de 180 grados. “Miré para un lado, para el otro y crucé la avenida, pero no me di cuenta del auto que venía cerca de la vereda y me llevó por delante”.
Una lesión irreversible en la pierna. Una decisión de ponerle freno y descansar. Decidió ir al hogar de ancianos Santa Teresa Jornet, donde ya lleva ocho años. “No quería ser un peso para mis hijos, acá me siento tranquilo”.
Tremenda historia y como la de él hay otras 149 por compartirlas en este lugar. “Vengan, visítenos, tenemos mucho por contar”, dice Miguel con esa nostálgica sonrisa.