[avatar user=»Mercedes Bluske» size=»thumbnail» align=»left» /]
[avatar user=»Jesus Vargas» size=»thumbnail» align=»left» /]
Mercedes Bluske-Jesús Vargas
(VerdadconTinta-septiembre/2017) La nivelación de la tarifa para adultos a Bs 2, no podrá darse sin una nivelación de la mejora del servicio en beneficio de quienes son la fuente directa de trabajo de los choferes. Los pasajeros.
Verdad con Tinta decidió hacer el recorrido en alguna línea de micros de la ciudad. Si bien no era la primera vez que subíamos a un autobús, sí era la primera vez que lo hacíamos con fines de investigación o como un trabajo de campo.
Por puro azar, la línea seleccionada fue la “A”, que terminó por llevarnos desde el centro de la ciudad hasta la nueva terminal de buses en El Portillo.
Primera impresión, no muy buena. Desde el pintarrajeado e incómodo asiento es visible la raya de las nalgas del chofer, siendo inevitable la comparación con el servicio en otros países, donde los conductores reciben a los pasajeros, bien uniformados, bastante presentables.
Simples aspectos que pasan desapercibidos por mera costumbre, o por la indiferencia con la que es utilizado el transporte público, comenzaron a sobresalir. Pese a la emoción con la que encarábamos este nuevo trabajo, la experiencia fue un tanto desalentadora.
Los buses no tenían basureros, pero la basura abundaba en los suelos que estaban cubiertos por una fina capa de tierra, como si fuera una alfombra. Los graffitis, por otra parte, casi no dejaban ver el cobertor de plástico que intentaba proteger el tapiz.
“¿Qué destructores que son los pasajeros no?”, dice uno de los periodistas mirando un plástico roto que cumplía la doble función de pizarra y cobertor.
La tinta. La mugre. La culpa. Si se tratara de nombrar culpables, la responsabilidad es compartida. Por un lado, se encuentran los irreverentes pasajeros, quienes utilizan los asientos a modo de cuaderno de dibujo y que no son capaces de guardar el papel de un dulce hasta bajar del micro, para depositarlo en un basurero.
Sin embargo, culpa también es del propio dueño del vehículo, quien no ofrece un canasto para residuos y que tampoco exige limpieza a los pasajeros.
Habían pasado apenas cinco minutos de recorrido y ya habíamos parado 5 veces, un promedio de una vez por minuto. El calor ya agobiaba y el recorrido se empezaba a tornar tedioso.
“Me quedo”, “me bajo”, “parada” o una mano estirada en medio de la vía para hacer parar el vehículo, son parte de las escenas más repetidas a lo largo del recorrido.

En medio de aquel experimento de observación, no podíamos evitar contar.
Contamos que ambos buses se detuvieron 37 veces a lo largo del trayecto que duró una hora, media hora cada uno.
La mayoría de éstas paradas para subir o bajar pasajeros, no tuvieron ni un minuto de diferencia. El bus frenaba para recoger un pasajero y, media cuadra más adelante, volvía a repetir la maniobra al son de un: “me quedo”, para que otro baje.
Contamos que desde nuestro punto de inicio, ubicado en la calle Domingo Paz, hasta el final del recorrido, en la nueva Terminal de Buses, el bus frenó 15 veces, pero sólo 3 en las paradas que correspondía a su línea. Las 3 veces que se detuvo en el lugar correcto, no fue por conciencia de que debía hacerlo, sino porque casualmente 3 pasajeros gritaron que se tenían que bajar.
Si no hubiese sido así, el bus hubiera pasado de largo, ignorando aquellos letreros azules que tenían marcada la letra “A”.
Algo similar sucedió en el trayecto de regreso. El bus paró 22 veces, pero sólo 5 fueron en su parada. Ninguna fue por acción premeditada del chofer, sino por pedido de los pasajeros.
Debemos confesar que nos costaba identificar las paradas. Literalmente, hay que buscar los letreros azules, que los identifican para encontrarlos, porque no son fáciles de ver, peor aún, desde el interior de un vehículo.
En esta experiencia llena de sensaciones, también tuvimos miedo. “Nos vamos a chocar”, dice angustiada la periodista, al ver que el bus frena a merced de los usuarios, parando en avenidas de alto tráfico en las que no hay señales de parada y en las que los autos van a velocidades considerables.
La imagen de nuestra portada grafica muestra situaciones cotidianas en la ciudad. Buses que ignoran los signos de tránsito, como el semáforo en verde, y pasajeros que hacen parar el transporte a su gusto.
También es cierto que la mayoría de las paradas destinadas a los buses son vilmente expropiadas por los conductores particulares quienes, en un acto de violación al Código de Tránsito, estacionan sus vehículos sin que autoridad alguna se los prohíba o los sancione constantemente.
La culpa se convierte en un trinomio compuesto por choferes, usuarios y autoridades.
¿Autoridades por qué? Se preguntarán muchos. Pues, son quienes deben ejercer el control respecto al cumplimiento de las normas de tránsito, urbanismo y medioambiente.
En nuestro trayecto, pudimos identificar que la mayoría de las paradas, las que están identificadas con un cartel vertical de color azul, con las letras y números de las líneas de buses, tenían pegados afiches de viejas campañas electorales.
Por su parte, ninguna ofrece información sobre el recorrido de los micros. Tampoco sobre los horarios de circulación en los diferentes días de la semana.
Un turista, difícilmente podría utilizar este medio de transporte, salvo que sea vidente, o que vaya acompañado por un local.
En un trayecto de una hora y media, un micro se para más de 37 veces, siendo una de las causas de los congestionamientos vehiculares.