Los bosques de altos pinos van dibujando sombras en la tierra, invitando inevitablemente a jugar con la mente, que va formando figuras con los destellos de luz y oscuridad que se proyectan en el suelo.
Como Adán y Eva, pocos son los privilegiados que tienen acceso a este paraíso, pues enclavada en el corazón del Rincón de la Victoria, se encuentra la toma de agua que lleva vida a la ciudad de Tarija, a través de sus rústicos canales de piedra. El lugar pertenece a la Reserva Nacional de Sama, una medida tomada precisamente con el fin de preservar la vida pura, tal como en el Edén, antes de que los primeros hombres lo destruyeran con el pecado original.
En la puerta de ingreso a la reserva se encuentran Justo Ramos y Alfredo Choque Miranda, cuidador de la Cooperativa de Agua y Alcantarillado de Tarija (Cosaalt) y guardabosques del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), respectivamente.
“Los estábamos esperando”, dice Alfredo mientras se acomoda la mochila, la que se le desacomodó al intentar ayudar a un ternero que quedó atrapado del otro lado del muro y que trataba desesperadamente de reunirse con su madre, que mugía con rabia a quienes se acercaban a su cría, pese a que sus intenciones eran buenas.
“El pobre se salió y la vaca no puede pasar la pirca”, dice Justo a modo de saludo, mientras su compañero revisa la documentación de autorización de los periodistas, para permitirles el ingreso a la reserva.
“Pasen, pero van a tener que dejar el auto aquí”, dice Alfredo con el característico cantar chapaco, tras verificar que los papeles estaban en orden.
Cruzar la puerta es como atravesar el portal de Alicia en el País de las Maravillas, para ingresar a un mundo mágico. La pálida luz de las primeras horas de la mañana dibujaba un paisaje casi místico, como el de un bosque encantado.
Los árboles, cuyos troncos son tan altos como un edificio, van formando uno tras otro a los costados del camino, formando un túnel de sombra para los caminantes. Por el costado, en un túnel de piedra, se escucha el agua correr. “Por aquí pasa el agua que se capta en la toma”, explica el guardabosques.
De repente, al final del camino, se abre paso el majestuoso río, lleno de piedras, pero sin una sola gota de agua. El manto blanco de piedras permite a los periodistas caminar un trecho por la mitad del río, e inclusive sentarse en sus imponentes rocas para sacar fotos del cerro que aún deja ver los destrozos del incendio del pasado mes de agosto.
El característico color naranja del otoño, producto del paso del fuego, se deja ver en las copas de los pinos, entremezclándose como el verde primaveral de los árboles nativos que se encuentran en el lecho del río.
“El pino ardía como papel”, dice Choque, recordando las llamas que iban consumiendo el bosque de forma incontrolable, convirtiendo aquel paisaje bíblico, en un verdadero apocalipsis.
Tras veinte minutos de caminata en medio de un bosque de pinos cipres en el que uno que otro árbol nativo aparece en el paisaje, cual extranjeros en su propia tierra, finalmente, aparece la tercera toma de agua, a los pies de un cerro quemado.
La precariedad de la estructura llama la atención de los periodistas, a quienes les cuesta creer que aquella simple obra de ingeniería, que consta principalmente de canales de piedra, provee de agua a la ciudad desde el año 1930.
“En época seca usamos esta toma, que es la que está más arriba”, explica Justo Ramos. Pues en época de lluvia, esa toma es tapada y se utiliza una de las dos tomas que se encuentran más abajo, próximas a la puerta de ingreso.
Aunque la belleza del paisaje de los alrededores hace que el lugar sea un paraíso, la falta de agua, puede convertir la vida en Tarija en un verdadero apocalipsis.
La sequía, sumada a la impermeabilidad de los suelos producto de los incendios que afectaron a la zona como a la falta de árboles, hacen que la capacidad de la reserva para generar agua, sea cada vez menor.
Antecedentes históricos
El autor de la obra fue el alcalde Isaac Attie (1897-1968+), quien tras conseguir un préstamo de aproximadamente 50.000 dólares de aquella época en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, encaró proyectos de importancia para Tarija, entre los que sobresalen la toma de agua del Rincón de la Victoria y el Cementerio General. Ambas obras se continúan utilizando hasta la actualidad.