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Hace poco me cambié de casa. Lo que al fin de cuentas quiere decir que me he / convertido en un ser dotado de memoria. Esta memoria ya ha comenzado su / labor corrosiva en mi ser.
El alejamiento violento del encuadre amplía, horizontal y tridimensional, la perspectiva de la imagen que habita en la cantina detrás de la retina de la desesperanza súbita, infinita en su profundidad de gotita de azafrán, de mermelada. Llega hasta allí, demorada y demudada la palabra, fingiéndose sobria y libre, profeta de la mecánica retráctil de las puntabolas romas y la itálica cuerda metálica de las gónadas rotas, pasadita la navidad, justo en medio del alborozo devastado de la fingida fraternidad, que no es humilde sin embargo y se enfría interrumpida por la visita intempestiva de la calamidad y otras tías de cariño. En el monólogo intento inventar un algoritmo propio que acaricie a mi vanidad y a la de cualquier otro artista sujeto a la asesina fortuna de quedarse solo, de reinventarse en el fluir de su íntimo trono: el ritmo.