El segundo domingo de julio, el barrio se viste de fiesta y revive la tradicional fiesta de Santa Anita, año tras año.
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Mercedes Bluske Moscoso y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-julio2018) Son las 3 de la tarde y Freddy Bolívar llega puntual al lugar de la cita para la entrevista, dispuesto a compartir los pormenores de una de las fiestas favoritas de los vecinos de el barrio Las Panosas: Santa Anita.
Se sienta y, con seguridad magistral, el hombre a la cabeza del comité organizador empieza a evocar en su memoria los recuerdos de estos 20 años de tradición.
“Todo empezó por iniciativa de mi hermana Adriana y de 13 vecinos de la calle Junín, casi como un juego”, recuerda Freddy, mientras peina con los dedos su blanco bigote, que refleja tanto experiencia como pulcritud.
La primera versión surgió de manera casi espontánea. El grupo de vecinos decidió salir a vender el mismo día para que fuese más divertido para sus hijos y más atractivo para los visitantes, quienes tendrían la posibilidad de degustar una mayor variedad de preparados.
La única consigna era que todo fuese hecho por ellos, y en miniatura, para mantener el espíritu de la tradición que ya se iba perdiendo en la calle Cochabamba, en la que los puestos cada vez eran mas comerciales, con más plásticos, y con menos miniaturas.
Hoy, son cerca de 260 las familias que acuden aquel domingo de julio con sus puestos de venta y se acomodan principalmente sobre la calle Junín, empezando a la altura de la calle Avaroa y ocupando aproximadamente cuatro cuadras.
Los vecinos de Las Panosas ocupan el grueso de los puestos, pero muchos otros vendedores llegan de otros barrios de la ciudad para formar parte de este evento que ya forma parte del calendario festivo de los habitantes, pues cientos de personas esperan por segundos la Santa Anita de este barrio.
La fiesta creció notablemente en estos 20 años, pero la consigna básica se respeta a raja tabla para mantener la esencia de la tradición; por este motivo, sin importar si la comida es dulce o salada, todo debe ser en miniatura. “Es la principal regla que tenemos”, asegura Freddy, quien sin desmerecen el trabajo de los artesanos paceños, explica que para él, a partir del 27 de julio empieza la feria comercial, dejándose de lado lo más característico de la tradición.
“Nosotros no lucramos con esto”, asegura el hombre, “lo hacemos más que todo como un juego para los chicos”.
Y es que en la casa de Freddy siempre fue así. El incentivo este “juego” en sus hijas, y ahora ellas hacen lo mismo con sus hijos. “Mis nietos son la segunda generación que sale a vender las cositas que preparamos”, agrega con orgullo y nostalgia el organizador.
“Los padres se esmeran, los abuelos ayudan a los nietos… es todo muy familiar”, dice sobre el espíritu que se vive durante ese día, así como en los días previos, en cada uno de los hogares de la zona.
Este 2018 no fue la excepción, el pasado 8 de julio el barrio vivió una jornada inolvidable, pese a que el clima no estuvo a su favor.
“Pese al frío, hemos podido mantener el calor de la fiesta”, asegura Freddy, resaltando que lo importante es el calor humano que se vive durante la jornada en la que los pequeños de la casa son el epicentro y los protagonistas del evento.
El abuelo espera que en el futuro sus nietos hagan lo mismo, dando la oportunidad de vivir esta tradición a sus hijos y dando continuidad a esta festividad que año tras año se arraiga no sólo en el barrio, sino en la ciudad.